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La agenda porteña arranca frenética hacia fines de abril. Las galerías anuncian su programación más o menos en esa fecha y el ritmo va in crescendo hasta la feria de arte de fines de mayo. Las muestras que inauguran la temporada se superponen vertiginosamente con bienales, premios, jornadas, actividades, activaciones y reactivaciones, performances, lecturas, fiestas, música, birra, asambleas y cuanto tengamos a mano para convocar. Porque pareciera que si hay algo que el mundo del arte no tolera es la quietud.
La muestra de Nicolás Mastracchio en Mite se planta impávida frente a toda esta agitación. A diferencia de la corriente expansiva que busca desdibujar los límites de la denostada obra-objeto para caer muchas veces en algo que recuerda a un número circense, las fotografías de Mastracchio no se estiran más allá del video. Y con sus austeros cuatro minutos, ese video es el devenir lógico de los experimentos con los que el artista viene trabajando hace ya un tiempo: una fotografía anacrónicamente analógica que se esmera por parecer digital.
Algunos años atrás, los objetos con los que se entretenía —poniendo y sacando, armando y desarmando— parecían querer tener algún peso retórico, hacer referencia a algo, nunca quedaba muy claro a qué. Pero su nueva muestra de cámara tiene una sencillez gratificante. En su simpleza, obstinación y ensimismamiento logra trascender el runrún del mundillo artístico.
Mastracchio compone en su taller minuciosas naturalezas muertas sin sentido que juegan con la ilusión y que luego fotografía con la obsesión de un relojero suizo. Su sistema de transparencias, tanzas y reflejos socava permanentemente la función aparente de sus objetos y crea así relaciones de otro tipo: algunas formales, otras espaciales. Una y otra vez, Mastracchio las modifica hasta lograr algo que parece una alteración de la composición molecular de los objetos cotidianos y, en la tradición de Magritte, nos presenta una pluma sólo para insinuar que quizás no sea una pluma. La perplejidad es parte intrínseca de su trabajo. En él una cartulina azul hace cosas maravillosas, pero hace ruido a cartulina, y un huevo, aunque gire y se eleve, es un huevo.
Mastracchio logra una muestra silenciosa y ralentizada con obras potentes que quedan loopeando en su propia perplejidad, y nosotros con ellas. Lo hace con sólo dos fotos y un video cuyo audio —con ruidos de agua, el lento tictac de un metrónomo y la reverberación de unas campanas que semejan un “ommm”— me recordó las ganas que tenía de ver una muestra en la que mi gran preocupación fuera si el huevo tiene cáscara o no.
Nicolás Mastracchio, Nicolás Mastracchio, Mite, 20 de abril – 20 de mayo de 2017.
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