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Al llegar a la muestra de Sebastián Pardo en LAR (Local de Artes Recientes) nos encontramos con una hilera de pinturas chicas realizadas en acrílico sobre cartón. Dan la impresión de haber sido depositadas allí, no están colgadas, tampoco enmarcadas. Por el contrario, sucede como si, después de un acto de despojo, las hubieran sacado de la mochila para simplemente dejarlas apoyadas. Probablemente, sospechamos, se trate de una serie de hallazgos realizados durante los paseos de fin de semana. Al acercarnos a las pequeñas pinturas aparece una serie de masas trenzadas de pinceladas verdes y rojas: ramas, cielos, ondulaciones del agua y el viento como una presencia invisible. Son pinturas que tienen la apariencia de algo que, sin embargo, no está. Son pinturas sintéticas, rápidas, hechas con gracia y soltura, meditadas sólo con el pincel. Como el color violeta que pasa y después se va, dejando su trazo espectral. Lo que vemos es una zona del río surcado por lanchas, con aguas y sauces llorones. En algunas obras miramos sin saber qué es lo que vemos, sin que la forma termine de instalarse por completo. Lo que vale es el punto de vista, dice Lin Yutang en su libro La importancia de vivir. El punto de vista, para Lin Yutang —y también para Pardo—, aparece después, porque primero recorre buscando un estado de ánimo, desarmando la vivencia semanal de la ciudad. Se sienta en la reposera o camina un poco, duerme la siesta. Encuentra el respiro que le da una casa en el Tigre. Se ve distinto alrededor, ¡el aire se puede ver! El punto de vista es sólo eso. Por eso cambia y se traslada en movimientos escurridizos. Adquiere distintos estilos (¿a quién se parece?, ¿como quién pinta?). Se asombra, se tensa, siente sorpresa. Ve el sauce que se inclina, o la nube que crece y se detiene. Saca fotos y mira, después sigue caminando. Es un ojo deleitado, retardando la vuelta a la ciudad. Hay en las pinturas cierto vacío, pero no es un vacío del trauma, de lo desconocido, es un vacío de cierta plenitud. Florencia Bohtlingk, en el texto de sala, subraya un pensamiento: “Lo que tiene forma debe apoyarse sobre lo sin forma”, pintar entre el es y el no es, reafirma. Porque hay una forma de estar, una manera en que cuerpo y cabeza se acomodan a una situación, y Pardo nos muestra ese camino. No es tan difícil, hay menos ansiedad, menos decepción y angustia, nos ponemos menos tristes por lo que siempre se repite. Voy al Tigre, recorro sus aguas, duermo en el pasto de la isla. Paso unas noches y después vuelvo. El artista va en busca de ese estado, en busca de un momento. No es una actitud romántica, no persigue el sentir voluptuoso, pero sí es un poco soñador. Perderse y olvidar las preocupaciones, soñar. Orillas vagas nos trae algo del Tigre a Paternal, a esta sala pequeña y delicada que prepararon en la planta alta de LAR. Traer el Tigre a la Capital supone muchas cosas. Primero, hacer de la ciudad una continuación del tiempo del Delta, permitir el disfrute lento que las aguas y sus juncos acarrean. Pero también, remojar en el agua barrosa del río nuestros ánimos cansados. Porque en el horizonte de nuestros corazones, torpes y vacilantes en sus necesidades, aparece una luz: es una tradición sentimental de las pinturas, que se mueve de a poco, que sabe estar en un entre, que se mezcla y deambula. Desde este curso de los estados nos habla Pardo y nos invita en su muestra a ser testigos, a quedarnos quietos un rato, esperar y ver qué pasa.
Sebastián Pardo, Orillas vagas, curaduría de Florencia Bohtlingk, LAR (Local de Artes Recientes), Buenos Aires, 15 de julio – 29 de julio de 2023.
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