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Quizás la primera respuesta como espectador a la obra de Luis Garay sea encontrar un modo específico de habitar la perplejidad. No estamos preparados, nunca estamos preparados. Oro lodo casi ouro boro podría definirse como una obra de danza neobarroca adornada con sutiles referencias a los escritos de Néstor Perlongher. Habitan aquí la obsesión por lo cadavérico, la estética de la prostitución masculina, el deseo del pie, el tatuaje, el fetiche kitsch, el cuerpo banal y el neobarroco versionado como un neobarroso que se hunde en el lodo, que entra en combate. En su particular interpretación, Perlongher utiliza el neobarroco como una máquina de guerra, cuya naturaleza bélica no es la de destruir sino la de embarrar. Es así como el neobarroso no avanza sobre un territorio enemigo propiciando su vaciamiento, más bien arremete de la manera contraria. La máquina dispara políticamente en el plano formal por proliferación y saturación del significante, excediendo límites, aglutinando fuerzas contrapuestas en demasía, desfigurando el gesto “emancipatorio”, invocando lo lúgubre y ensayando, a su vez, todo lo contrario.
Si en otras ocasiones la obra de Garay flirteó con “lo escultórico” del cuerpo, su itinerario desembarca aquí en una cinética del GIF. Su obra está articulada en movimientos que se repiten en unidades simbólicas circulares, cuyo significado va mutando a medida que nos detenemos a observar. Así, las figuras se desplazan, se resbalan y se truncan hasta ser finalmente abandonadas. Toda la performance se desenvuelve como una suerte de tanatopraxia, una acción estética detallada que busca la conservación temporaria de cuerpos cadavéricos. Esos cuerpos que hacen cansinamente pero sin reposo, que desfallecen una y mil veces, que se repliegan y ofrecen su sexo en seco, descaradamente.
La obra no persigue una diacronía coreográfica, es un mapa de necesidades: nadie manda, nadie obedece, nadie transgrede. Sin embargo, siempre hay algo que se vuelve necesario, imprescindible a cada momento. Queda expuesto de ese modo el trabajo de los bailarines, un trabajo que manipula el deseo para transformarlo impúdicamente y devolverlo a su lugar de origen. La duración del trabajo, de más de cuatro horas, es un elemento que se asimila a la identidad barroca de la obra, en la que el espectador no es sólo el que mira sino también el que no está, el que pasa, el que ignora, el que huye o el que permanece. Quizás el espectador ensoñado de Oro lodo casi ouro boro sea el sujeto que ha construido la cultura posmoderna de nuestro tiempo. Un ser pasmado, que observa a su alrededor y por un momento decide no tener palabras para describir lo que ve.
Luis Garay, Oro lodo casi ouro boro, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, 10, 17 y 18 de noviembre de 2018.
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