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Uno puede estar con entusiasmo o depresión mientras navega leyendo los diarios del mundo, o permanecer con desconcierto frente a las noticias que predicen el fatal calentamiento global, como un sapo que explota dentro de una olla con agua hirviendo. Esos son tres de los cuatro estados de ánimo más habituales de la época, el restante es el que motiva esta exhibición y lo conocemos con el nombre de melancolía. Cuando alguien se pone a revisar imágenes viejas, puede caer con facilidad en ese estado estéril que detiene el curso de la vida para abrirse a la gracia sin ninguna intención determinada.
Es difícil entender algo incomprensible como la muerte. No por la dificultad que eso implica para las personas que poseen un cerebro, sino porque todas las personas además tienen un corazón. La tradición dice que uno se debe vestir de negro, pero también puede hacer como Claudio Iglesias, que se rodea de colores para iluminar la oscuridad. ¡Que paradoja que alguien sea llamado curador cuando en realidad está haciendo un luto!
No hay mucho que pueda decir acerca de esas hermosas obras que no haya sido dicho antes por ellas. No sé si es que me falta imaginación o si mis agonías cobran un carácter efímero e irrelevante frente a ese tipo de imágenes. Algunas pinturas parecen mariposas inmortales que no necesitan aferrarse a nadie. No pertenecen a este mundo, aunque de todas maneras nos hacen recordar algunos buenos momentos. Ellas nacieron como las moscas y los gusanos de la mano de la muerte y ahora se ríen con profunda autonomía; mientras muestran todos sus colores, que no estamos dispuestos a olvidar.
Las personas que visitaron la exhibición y la encontraron anticuada o floja no tienen la culpa; en un punto están en lo cierto, pero tal vez sólo miraron en su interior y pasaron por alto las cosas hermosas que se encuentran afuera. Esas pinturas tienen la edad de un adolescente que ha resistido incendios, inundaciones y nuestra indiferencia. Deberíamos tenerles algo de respeto por el hecho de haber sobrevivido a tantas catástrofes. Realmente necesitamos esas obras para transformar nuestro ánimo, porque la melancolía no está adentro de los ojos.
Estar entusiasmados o deprimidos por un futuro que no parece ser mejor que el mundo que ya perdimos es un plan bastante malo, pero aun así los días siguen estando soleados. Tal vez nada de esto que estoy diciendo tenga fundamentos y quizá sería mejor encontrar alguna cita intelectual para justificar esta mala reseña, pero en el fondo, la melancolía no tiene argumentos. Al menos eso parecen decirnos las pinturas de Déborah Pruden, María Guerrieri y Florencia Böhtlingk, que están ahí reunidas en memoria de Alfredo Londaibere.
Déborah Pruden, María Guerrieri y Florencia Böhtlingk, Pruden, Guerrieri, Böhtlingk, curaduría de Claudio Iglesias, SlyZmud, Buenos Aires, 17 de agosto – 29 de septiembre de 2017.
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