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El título de la muestra: Rosemarie Trockel: un cosmos. El museo: el New Museum, en Nueva York. ¿Una retrospectiva? Más o menos. Por un lado, hay obra de varios períodos (pasa en las retrospectivas); por otro, hay obra de otros… ¿artistas? Bastante (usualmente no pasa). ¿Artistas? En efecto: una muñeca y varias fotografías de muñecas hechas por un cierto Morton Bartlett, que murió hace veinte años y de quien eran la obsesión; pájaros de cartón hechos por un campesino sordo, contemporáneo del anterior y llamado James Castle; ilustraciones de animales y plantas dibujadas por John James Audubon (1785-1851), Maria Sibylla Merian (1647-1717) y José Celestino Mutis (1732-1808); el Teléfono afrodisíaco (el tubo: una langosta) de Salvador Dalí; máquinas inexistentes de una artista checa, Ruth Francken, y objetos que respiran de un alemán o polaco, Günter Weseler; una película (muda) de otro polaco, Wladyslaw Starewicz (1882-1965), cuyos actores son insectos; objetos envueltos (con lana, sobre todo, que los hace invisibles) de una cierta Judith Scott; minuciosos dibujos en diminutos cuadernos hechos por un español, Manuel Montalvo; modelos de flores y medusas construidos en cristal por Leopold Blaschka y su hijo Rudolph; y las cosas, por fin, hechas durante un par de décadas por Rosemarie Trockel. Que se parecen en tal o cual aspecto a las cosas de los otros, los desconocidos que se presentan en esta procesión.
Todo es familiar, todas las elecciones: la artista demente, el precursor inesperado, los sobrevivientes de otro modernismo, los ilustradores que conciben criaturas extraordinarias, el artesano secreto, el fotógrafo de muñecas, el anciano dibujante obsesivo (y las vitrinas, porque muchas de las cosas están expuestas en vitrinas…). Elecciones normales para una artista que podemos ver entonces como la heredera de un linaje que alcanzó su mejor articulación en las primeras décadas del último siglo.
La primera reacción, por eso: de desinterés. Pero luego percibí la presencia de una cualidad que no puedo encontrar en esas fuentes más antiguas. Es difícil de explicar: el surrealismo celebraba la universal transferencia de subterráneas energías (Breton: Los vasos comunicantes); Trockel, lo inerte del espacio en que las cosas son esto y aquello y lo otro, más allá. Mecanismos semejantes configuran (torpemente) cada una de las cosas separadas, pero nada es envolvente. Entonces pensé en Cosmos, de Witold Gombrowicz. Las primeras páginas de Cosmos: leyéndolas pueden darse una idea de lo que sucede (sucedía) en esta excelente, al fin y al cabo, exposición.
Rosemarie Trockel, Rosemarie Trockel: A Cosmos, New Museum, Nueva York, octubre de 2012 – enero de 2013.
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