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Sandro devorando a sí mismo

Sandro Pereira

ARTE

Sandro Pereira crea su obra a imagen y semejanza de sí mismo. La construye sobre la base de su cuerpo, como un alfarero invertido que transforma en arcilla su propia carne. Por eso, Carlota Beltrame la diferencia del mero autorretrato y dice que “Sandro se toma a sí mismo como objeto”, se autoapropia de sí. O sea, impregna su obra con rasgos de su vida, como el cuerpo que porta: gordo, marrón, provinciano y gay.

Si lo constante en la obra de este artista es la reiteración de su imagen, en su última muestra profundiza este movimiento circular y autorreferencial, y en un gesto de redundancia propone devorarse a sí mismo. Para ello escribe un manifiesto de la autofagia. En las pinturas y esculturas se lo puede ver cumpliendo diferentes tareas deportivas, mostrando su rendimiento físico, su performance. La capacidad del cuerpo de consumirse a sí mismo mediante el deporte. En esta serie, Pereira reúne aspectos que ya se presentaban en obras anteriores, como alusiones al deporte y al acto de comer (“Boxeador”, de 1998, “Nadando”, de 2005, o “Amistoso”, de 2009, y el icónico “Homenaje al sánguche de milanesa”, de 2000, entre muchas otras). Así, su obra enuncia que ella misma es su propio referente, un hojaldre de citas a su historia pasada.

Las imágenes —como también las obras de arte o las ideas— funcionan de forma diferente que los organismos vivos. Flotan sin expirar. Su permanencia no se ajusta a nuestros ciclos de vida, sino a los recovecos intrincados del afecto que se abre a la memoria. A veces se dice que tal o cual obra “envejeció mal”, pero eso tampoco es posible ya que las imágenes no envejecen ni se desgastan o agotan. El tiempo funciona en ellas de otra forma: se acumula incesantemente sin transcurrir. Todo el arte se basa entonces en una indefectible acumulación del tiempo en las obras. Estas son mercancías que pueden poseerse, pero no consumirse. En su manifiesto, Pereira señala el ejercicio físico como método para consumirse a sí mismo. El deporte es un trabajo, o sea, tiempo acumulado en un cuerpo. Implica esculpir el tiempo sobre la materia de nuestro cuerpo para volverlo una mercancía o una obra. La tracción mecánica del ejercicio se repite como un mantra. De ahí que los gimnasios estén llenos de espejos donde nuestro pensamiento pueda rebotar mientras dice: te amo, vos podés, te amo, vos podés.

Cuando se habla de Saturno devorando a sus hijos, en realidad es el tiempo envejeciendo las cosas del mundo y expropiando capacidades a la vida. En este sentido, podemos entender la síntesis en la imagen (la reducción de los detalles) como un movimiento hacia lo atemporal. Un refugio en que el tiempo no avanza. Históricamente, la obra de Pereira tiende a la síntesis a través de la caricatura y la infantilización de los rasgos en sus retratos. Lo que la hace mantenerse suspendida en la ternura e inocencia de su niñez. Jorge Gutiérrez dice que el retrato es una “fuente inabarcable”, o sea, inagotable. En esa línea Pereira trabaja su imagen, la empapa de una juventud infinita. Pero en esta última muestra retoma esa reducción en la imagen desde el modernismo latinoamericano, particularmente el brasileño, que llega cargado de su pensamiento antropófago. Este giro se presenta como una pérdida del estado de gracia que suspende la credulidad de la inocencia y se abre camino hacia una autoconciencia cínica. Desde ahí el artista apela a la imagen cruenta de devorarse a sí mismo. Pone su imagen en el rol de un organismo, por lo que le transfiere las capacidades de su cuerpo: alimentarse y también envejecer.

Una de las pinturas (“La fuerza de la tierra”, 2024) muestra un autorretrato del artista en un gesto realmente ambiguo: un cuerpo adulto y musculoso, levantando de forma simétrica los brazos tersos como de culturista; el rostro lleva las arrugas del tiempo y los ojos parecen cansados. Es una tela sin embastar suspendida en medio del espacio, pintada con barro a cada lado: su pecho y su espalda. Ahí ya no hay un Sandro gordo, sino uno atlético; tampoco es un niño, sino un adulto. Su cuerpo se ha consumido a fuerza de trabajo físico y su imagen se apropia de aquel rasgo biográfico. Los roles se han trastocado. Ahora su imagen se encuentra habilitada a expresar su propio desgaste y el paso del tiempo en el cuerpo del artista, tal como cualquier ser vivo. Su organismo exalta un vigor deportivo y su imagen —ya adulta— muestra la fatiga por el trabajo realizado durante todos estos años. Aquella imagen refleja la dimensión del tiempo que ha pasado, una imagen que se alimenta del cansancio y se presenta cansada.

 

Sandro Pereira, Sandro devorando a sí mismo, curaduría de Javier Juárez, The White Lodge, Córdoba, 7 de marzo – 10 de julio de 2024.

18 Jul, 2024
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