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¿Sentiste hablar de mí?

Sergio De Loof

ARTE

King of Beauty and Happiness, Sergio De Loof rehúye tanto del juego de ocurrencias del arte contemporáneo como de los gestos irreverentes del arte moderno. Su educación estética se produce en el Parnaso de las Bellas Artes en su sentido más amplio y conservador: los grandes clásicos de la literatura universal y las obras más excesivas del Louvre (nunca del Pompidou). A los que suma, en su gesto más actual, el manual de consumo sofisticado que ofrecen las páginas de Vogue. Esta es la patria estética de las palabras que repite golosamente y escribe a mano en sus cuadernos, y que aparecen estampadas en una de las primeras salas de su exhibición en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, custodiando sus modelitos icónicos con la ayuda de unos Faubergé fotocopiados: “Haute Couture”, “Fashion”, “Fragonard”, “Decoración”, “Arte”, “Luxury”, “Style”. Son las palabras que jerarquizan el bochinche del Cotolengo para elevarlo a la categoría de bazar de lujo. No por casualidad las paredes que las enmarcan imitan el tono sobre tono cálido, de interior aristocrático, que asociamos inmediatamente con Versalles y que constituye la clave del éxito comercial de las tiendas La Durée, dedicadas a vender macarrones y tés de tradición parisina a un público cada vez más masivo y más global. La marca De Loof funciona del mismo modo: su misión política parece ser acercar a las masas todo aquello que previamente ha definido como top. Si el arte de De Loof es una alquimia abocada a trastocar las valoraciones sociales que rigen el universo de las cosas, su gesto más subversivo es su imparable tentación democrática, el furor distributivo que guía cada uno de sus pasos.

Es así que cuando decidió incursionar en la moda su instrumento privilegiado no fue la prenda, sino el desfile: el espectáculo en el que el estilo se exhibe y se disemina. Del mismo modo, su derrotero como diseñador de interiores no lo encontró decorando la vida privada de la clase alta sino fundando clubes y restaurantes, es decir, espacios de sociabilidad y gozo colectivo. Otro tanto puede decirse de Wipe, órgano de difusión y circulación de sus obsesiones. Todo esto es algo que esta muestra antológica transmite muy bien: artista y curadora optaron por montar las amplias salas del Moderno para transformarlas sucesivamente en salón, club, palacio y tienda, todas instancias alejadas del desangelado cubo blanco y de la distancia gélida que impone entre la obra y la visitante no experta. En este punto, ¿Sentiste hablar de mí? continúa el compromiso de De Loof con el disfrute público, haciendo polvo (de estrellas) el misterio convencionalmente adjudicado al arte.

Es por eso que para entender a De Loof es mejor no buscar referentes o claves en una historia del arte en la que no encuentra su lugar. El antecedente directo de De Loof es, antes bien, la Evita que se decolora la melena para parecerse a la María Antonieta de Norma Shearer. Y así como esa intérprete descollante de la era de masas entiende en un cine de barrio que la perfo de la monarquía, tal como la codifica Hollywood, puede ser un instrumento para acercarse a las masas, De Loof reclamará para sí el título rutilante, de abolengo torcido, de “rey del Under”. Si este gesto no puede leerse por fuera de la inflamación narcisista de quien lo profiere, convendría también entender esta autocoronación en la estela de la decisión de Evita de vestirse en Dior para estar “linda para sus grasitas”; es decir, como constatación de su ADN populista. ADN que se revela rabioso en las paredes del Moderno, en los carteles que gritan “Chetos”, “Caretas”, con el mismo resentimiento lúcido del “Oligarcas” de su antecesora.

De Loof reactiva la versión más radical, más anclada en la fantasía también, del mandamiento peronista de que allí donde hay una necesidad hay un derecho. Evita declaraba en La razón de mi vida que “todos tienen derecho a ser ricos en esta tierra argentina”. La obra de De Loof afirma con la misma convicción que todos tenemos derecho a “lo top”. ¿Qué otro artista pondría entre sus exigencias, como una diva exige agua Perrier en su camarín, que la Banda Sinfónica de Buenos Aires salga a la calle para que la música maravillosa de Strauss llegue a oídos del pueblo? Empeñado en diseminar los signos del lujo y las costumbres decadentes de la aristocracia, en abrir para todes los espacios de disfrute que antes monopolizaba la nobleza y en redistribuir los juegos de espejos del rococó, De Loof es nuestro artista más jacobino. A fuerza de capricho e ilusión, su obra busca combar los límites de la realidad, exigiéndole a la sociedad de consumo que cumpla las promesas de prosperidad universal que no cesa de emitir.

 

Sergio De Loof, ¿Sentiste hablar de mí?, curaduría de Lucrecia Palacios, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, 28 de noviembre de 2019 – 20 de abril de 2020.

12 Dic, 2019
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