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Todas las ideas con las que me he acostado

Manuel Molina

ARTE

Todas las ideas con las que me he acostado es un potente conjunto de obras que se autodefinen como citas pero son mucho más que eso. Empezando con una copia mimética de la carpa de Tracey Emin —allí donde la artista inglesa inventariaba a las personas con las que había tenido sexo, Manuel Molina reemplaza esos nombres por conceptos—, pasando por La familia obrera (1968) de Oscar Bony, reversionada por un coqueto trío de envases de Off en un pedestal bajo un mosquitero con el nombre de Familia Oberá, nos encontramos luego con una pila de libros marxistas y posmarxistas desbordando una conservadora de camping, y en cierto momento nos topamos con el concepto de mónada esbozado por Leibniz. Cada trabajo tiene su correspondiente ficha de catalogación, hecha por el artista: “Proceso: El filósofo alemán Gottfried Leibniz usa una metáfora para definir la estructura del mundo en todas sus escalas: un estanque cerrado con peces tranquilos en su interior es la lógica de Dios, de una ciudad, de un sujeto y de un estanque mismo, de cada uno de sus peces, y hasta de los humores de cada uno de esos seres. Leibiniz llama a cada estanque ‘mónada’, y cada mónada, por pequeña que sea, lleva dentro la estructura del todo”. Para poner manos a la obra, la metáfora se convierte en una pileta pelopincho averiada, con poca agua y una serie de botellas flotando, coronadas por un par de peces inflables suspendidos en el aire.

Una pintura de Kandinsky se despieza, como en esos diagramas del diseño industrial donde vemos un secador de pelo explotado en pequeñas partículas, limpiamente; un semestre de vida se expresa en la lista de productos comprados en el supermercado, impresa en una larguísima etiqueta de raso blanco, como las que llevan las prendas, las toallas o la ropa de cama. En este vaivén entre lo industrial y lo artesanal, lo único y lo repetido, el original y la copia, lo urbano y lo rural, las polaridades más evidentes empiezan a erosionarse y las conexiones se dan, en todo caso, en forma de constelación. Si bien, a primera vista, el conjunto de obras que se despliegan en una especie de retícula en el espacio, con su lógica propia (¿acaso son postas de una peregrinación amorosa?, ¿el retrato de un año de convivencia?), parecieran ser células de una misma cosa, luego de recorrerlas una por una podemos empezar a sentir que son objetos dislocados, a la manera en que a veces un defecto de impresión hace que la imagen muestre sus capas de colores desfasadas. En este movimiento es donde ocurre la diferencia: lo que parecen ser objets trouvés son, en realidad, objetos desencontrados, desvinculados, corridos de función pero también de pertenencia; objetos que, a su manera, claman nostálgicamente por un origen perdido.

Todo fenómeno artístico es algo cambiado de lugar y de función. Pero cuando la materia misma de la obra es el objeto industrial, siempre plausible de ser reproducido infinitamente, esta paradoja se empieza a multiplicar: ¿qué hace que un set de objetos de camping sean únicos? ¿Qué significa el color rojo de una prenda de vestir? Más de dos prendas rojas en una soga ¿hacen un manifiesto? La tierra roja de Misiones ¿debe trasladarse en una valija contemporánea o hay que buscar una valija de cierta edad? La obra de Manuel Molina está impregnada de la tradición del inventario, un procedimiento muy caro al arte más radical del siglo XX. Este intento de descomponer exhaustivamente las cosas para inventariarlas, lejos de apartarse de todo sentimentalismo, termina por reforzar el magnetismo de las partículas emocionales dispersas aquí y allá hasta volverlas centrales. Ese puede ser el patrón de fondo de esta muestra. Todas las ideas con las que me he acostado es, tal como promete, un amoroso homenaje al pensamiento.

 

Manuel Molina, Todas las ideas con las que me he acostado, curaduría de Cuauhtémoc Medina, Alejandra Aguada y Solana Molina Viamonte, Móvil, 1 de abril – 3 de junio de 2017.

27 Abr, 2017
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