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Desde la puerta de ingreso a la exposición de Magali Lara se destaca, por encima de la línea de horizonte, un dibujo que en la primera impresión (¿debemos fiarnos de las primeras impresiones o sospechar de ellas?) me remitió sin escalas a El aprendiz en el sol (1914), de Marcel Duchamp, a quien fácilmente le cabría el mote de “Un hombre de palabra”. Nada más recordar su idea de que los títulos son tan importantes como el color elegido en la pintura, o las intervenciones LHOOQ y Rrose Sélavy, sólo para mencionar dos casos emblemáticos, sumados a otros retruécanos pergeñados por el artista francés durante su trayecto vital. Fue una reminiscencia leve, y a la vez audaz, porque al contrastar la memoria con lo empírico la discrepancia surgió de inmediato, aunque cabe rescatar una mínima coincidencia, tanto en El aprendiz en el sol como en El Universo (2005), se ejecuta un movimiento ascendente, casi en fuga del marco.
Magali Lara es una artista mexicana nacida en 1956, con un vasto recorrido por el campo del arte. Además, es poeta, o escribe poesía; de esa manía procede probablemente el título de la exposición: Un hambre de palabra.
Las obras presentadas en W Galería dan cuenta de la pasión de Lara por el lenguaje articulado; sus dibujos y sus grabados parecen siempre a punto de dar a luz una palabra, los trazos están prestos a delinear letras y cuando falta poco para conseguir el tan ansiado triunfo, el trazo se desvanece, cae la letra, caen las palabras, pero gracias a esa supuesta derrota lingüística surge un nuevo lenguaje, particular y autónomo.
Lara busca erosionar la relación entre texto e imagen, vincularlos a contramano, por fuera de los cánones habituales. Tensiona la tensión. Inventa formas visuales que nunca terminan de constituirse. La palabra, en este sentido, es un elemento constitutivo de su obra, aunque es una palabra liminar, en ciernes, latente entre la línea y el trazo.
La decisión de Lara de intervenir la pared con carbonilla negra traslada hacia afuera de las obras (el interior de la sala) lo que sucede adentro. Formas espurias que enlazan las distintas piezas, como si fueran parte de una conversación infinita.
Palabras y trazos, literatura y arte. Potencias, defecciones, dilemas. La novela En el aire (2010), de Graciela Speranza, pone de manifiesto esas conexiones. En el comienzo del libro se lee un análisis del protagonista (de profesión ilustrador), muy pertinente para visitar la exposición: “La convivencia diaria con el dibujo me enseñó que las imágenes nunca hablan de una vez y para siempre, sino que sólo empiezan a abrirse después de la primera apropiación idiota de la vista. Hay que ir más allá de ese despliegue mudo ante la retina para que consigan decir algo medianamente interesante”.
Las imágenes compuestas por Magali Lara hablan un idioma misterioso, requieren de un espectador atento, advertido de que las imágenes, al no ser naturales, poseen un código, no para descifrar, sino para interpretar, como el músico que interpreta su instrumento frente a la partitura; un esfuerzo de atención imprescindible si de verdad queremos reeducar la mirada (leer en las imágenes, otras imágenes, y en las palabras, otras palabras).
Un paseo por Un hambre de palabra nos confirma que la condición de aprendiz nunca se abandona.
Magali Lara, Un hambre de palabra, W Galería, Buenos Aires, 23 de marzo – 22 de junio de 2024.
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