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Una sustancia inquieta es la obra de Eugenia Calvo que sucede en los espacios comunes, en aquellos que pensamos como espacios de tránsito, del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Como es habitual en las indagaciones de Calvo sobre objetos de la vida cotidiana, la obra está conformada por una serie de pasamanos amurados a las paredes y al suelo que por momentos se asocian a otros objetos, como un espejo, un guante y un mueble, para introducir referencias que se perciben volátiles: una sala de ensayo, un gesto metonímico para convocar la imagen de alguien (o su olvido), un bloqueo (o un resguardo, o la falta de palabras o una búsqueda por prescindir de ellas). Esos pasamanos confrontan la situación en la que algo está dispuesto para ser experimentado y acompañan a quienes transitan por el lugar sin que estos se conviertan en usuarios. Así, cada elemento se mueve como un pensamiento intrusivo, que describe el perímetro de las paredes, fantasea con ellas a punto tal de fusionarse sutilmente en giros inesperados y, a la vez, deja espacio para quien quiera accionar. La obra introduce de esta forma recorridos que son más mentales que físicos. Los pasamanos de Calvo son sutiles pero constantes.
La riqueza de esta obra está en la posibilidad de hacernos lugar en un espacio alternativo, incontenible y escurridizo. No es sólo la situación en la que un tubo de metal elonga su funcionalidad más allá de lo meramente útil (porque todavía podemos intuir utilidad en algunos momentos), sino la visión espejada de un mundo repleto de objetos análogos, todos emparentados, todos vinculados, que gestan una agenda paralela. Y aunque nos sintamos inscriptos en ella, dadas las cualidades ligeramente ergonómicas del objeto, no necesariamente este cuenta con nuestra presencia para transitar el tiempo. Y es que la cualidad “animista” que se menciona en el texto que acompaña la propuesta no descansa solamente en la idea de que el objeto se comporte como un organismo vivo bajo determinadas condiciones, sino en que esto que ahora se ha dado a ver en el museo proviene de una retícula extensa y profunda que se extiende por todos lados, habitando márgenes de una temporalidad lenta. Eugenia Calvo se comunica con las cosas, reconoce el lenguaje, la retórica y los signos de los materiales y negocia con ellos para que otros podamos ingresar a frecuencias donde todavía hay utopías posibles.
En la película La llegada (Denis Villeneuve, 2016), una lingüista entra en contacto con visitantes alienígenas que llegan a la Tierra a ofrecer un regalo: un lenguaje capaz de abrir el tiempo. Me interesa este caso particularmente porque expone la posibilidad de un léxico sin voz, que permite dar saltos en el tiempo y se transmite a partir del tacto y el movimiento. En algunas obras de Calvo encontramos las cosas en situación de movimiento, pasado, presente o futuro (potencial), y es en la trayectoria y la sensación coreográfica donde podemos reconstruir la voluntad del movimiento. Tanto es así que las obras se presentan siempre escurridizas, fluyen y desbordan incluso su lógica interna, proponiendo instancias de interacción con la arquitectura y con lo que sea que se acerque lo suficiente. Una sustancia inquieta muestra que un pasamanos, que es uno y todos a la vez, puede trazar filiaciones-herramientas para abandonar la linealidad y atreverse a tocar.
Eugenia Calvo, Una sustancia inquieta, curaduría de Patricio Orellana y Agustina Vizcarra, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, noviembre de 2023 – marzo de 2024.
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