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Domingo ideal para ir a la Boca. Me dirijo a Smol, la galería donde expone Silvia Gurfein. Mientras viajo en el 152 veo las calles repletas de gente con la camiseta del club de los amores de mi padre. Pero ese tema pertenece a otro texto. El nombre del espacio me entusiasma de antemano por su grafía incorrecta, castellanizada, con respecto al adjetivo inglés. Intuyo un lugar pequeño y acogedor, íntimo; en medio del populoso barrio de la Boca, todo un hallazgo.
Debido a un error de cálculo, primero toco el timbre en una casa cuya fachada impide siquiera imaginar allí la existencia de un espacio de arte. Por suerte, nadie atiende. En la segunda oportunidad (las segundas partes siempre son buenas), doy en el blanco.
Entro y Silvia espera detrás de la puerta con una sonrisa. No nos conocemos personalmente, aunque sí por redes sociales, que es una de las formas contemporáneas de conocerse en persona. Nos saludamos. Ella me agradece la visita. También saludo al director de la galería.
En efecto, el local es pequeño y acogedor. Cuando le pregunto, Silvia aclara que no es una galería, sino una cámara de proyectos, sin staff de artistas, un espacio de experimentación. Y empieza a contarme su proyecto.
A mí me gusta escucharla, maneja el lenguaje con destreza y amabilidad, pero al mismo tiempo quiero tratar de pensar algo por mí mismo, para eso voy a las muestras, entre otras cosas, para pensar, es decir, para escribir, voy a las muestras para tener excusas, para escribir (pensar) sin culpa, para justificar el vicio.
Gurfein expone pequeñas esculturas (o como dijo alguien, esculturas bonsái) elaboradas con restos de óleo de su paleta tras la finalización de cada jornada laboral. Ella deposita los restos sobre una tela y los deja secar en un proceso que “puede durar años”.
En su obra pictórica, Gurfein dialoga con la tradición, y en las esculturas, con restos de la tradición, que a su vez constituyen la tradición completa: cada uno de esos trocitos de óleo contiene una totalidad; se sabe, la parte incluye al todo, el detalle al entero.
Mientras charlamos, me acuerdo de Gilles Deleuze cuando se refiere a la angustia del escritor frente a la página en blanco. El filósofo dice algo básicamente cierto. La página en blanco nunca está vacía, nada menos atinado que afirmar semejante vacuidad (en su doble sentido); la página está desbordada de palabras, en esa página escribieron Joyce, Proust, Woolf, Kafka. La angustia, entonces, no surge, según Deleuze, a causa del vacío, una especie de horror vacui literario, sino ante la magnitud de lo ya escrito. De ahí que el trabajo del escritor implique sacar, quitar, borrar y, como tantos otros trabajos en la vida, olvidar.
Gurfein, consciente de la carga simbólica del material (maestros italianos y flamencos, para explicitar tan sólo una) y de su condición de artista situada en los márgenes (en sentido borgeano), puede hacer lo que le plazca con la tradición: renovarla, reconvertirla, minimizarla, modificar el dispositivo. Porque en principio el óleo sirve para pintar, no para esculpir, y gracias a ese mínimo (y enorme) desfasaje se desatan en la materia fuerzas dormidas.
Si el trabajo escultórico resulta, sobre todo, una experiencia con el espacio, las miniesculturas de Gurfein abren en Smol un nuevo marco de referencia, debemos acercarnos a las piezas, arquear nuestro cuerpo, aguzar los sentidos. Así se filtra la cuestión curatorial. El guión que se convierte en espacio.
Una particularidad: en la sala hay una escalerita (todo en Smol es pequeño) que da a una especie de escenario en cuyas paredes se exponen cuatro dibujos de Gurfein; desde allí podemos visualizar, con otra perspectiva, la construcción espacial. Los dibujos están montados a una altura apenas diferente de la normalizada, y sus trazos parecen continuar la figuración ausente en las esculturas.
Dejo para el final, procurando ser consecuente con la crónica, el primer dato que conocemos de una muestra: el título. Volvió el cuerpo al alma. Atrayente inversión de los términos de la frase. Creo entender que Gurfein por este medio desbarata el lugar común de que se dibuja exclusivamente con las manos o se piensa con la cabeza. Cuerpo y espíritu están involucrados en el proceso. Un espíritu material y un cuerpo mental. No son espíritu y cuerpo, es espíritu con cuerpo.
Tampoco es tradición, es ex-tradición: restos perdidos que reaparecen.
Silvia Gurfein, Volvió el cuerpo al alma, Smol, Buenos Aires, 24 de septiembre – 30 de octubre de 2022.
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