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Ante la ley. El relato prohibido de Carlos Correas empieza como una investigación relativa a las actas del juicio por lo que fue considerado el carácter obsceno del cuento “La narración de la historia” (1959) y termina con las imágenes de un departamento vacío, donde Correas vivió, y con un plano de una ventana, que funde a blanco, desde donde este se dio muerte. El documental realiza, pues, un trayecto que va de la dimensión pública, estatal, punitoria de un caso penal, a la dimensión íntima, privada y traumática de un autor que se inicia en la vida literaria con ese cuento sobre la intimidad. La película de Emiliano Jelicié y Pablo Klappenbach sostendría así que la figura de escritor y de filósofo de Correas, es decir su figura pública, está necesariamente constituida por esa transgresión que se castiga, y que las consecuencias de ese castigo son inescindibles de la vida del autor. En este sentido, cuando el documental finaliza parece volver, aunque no se lo haya propuesto, a su punto de partida: una investigación que no conduce a ninguna información relevante respecto del caso penal (vemos a los cineastas recorriendo pasillos y despachos estatales para fracasar una y otra vez), pero también el documental mismo como una indagación irrelevante en el punto en que los testimonios se ven impedidos de arrojar luz sobre el caso particular.
En esto, Ante la ley es menos una película de investigación sobre ese cuento “prohibido” de Correas y su vida, que un documental sobre la incomodidad que aún hoy parece producir el autor (al menos en quienes hablan sobre él). La película responde a la incomodidad que produce su objeto precisamente porque tiene una forma vacilante y hace de esa vacilación un principio estético: por un lado, en el polo objetivo de la investigación sobre el caso penal literario y la persona de Correas; y por otro, en el aspecto autorreferencial en que los cineastas se documentan a sí mismos investigando, entrevistando y poniendo en escena una transposición deliberadamente fallida del cuento. En este punto, al documental no parece escapársele que trabaja sobre el fracaso del acercamiento a su objeto, al tiempo que confía en la reconstrucción testimonial de una vida.
En la breve y prestigiada tradición del documental de primera persona, el yo del cineasta se fundamentaba en la experiencia misma de lo investigado y en el conocimiento que esa experiencia ofrecía respecto de su objeto –desde el Cozarinsky de Bulevares del crepúsculo hasta el Di Tella de Hachazos–. En Ante la ley, en cambio, ocurre casi lo contrario: la presencia en cuadro de los cineastas se vuelve insensiblemente la de testigos que ceden la palabra cada vez más hasta invisibilizarse.
No obstante, allí reside lo valioso de este film, no sólo porque pone en escena la complejidad de abordar un objeto que aún parece producir cierto malestar, sino porque en su fracaso en dar cuenta de su objeto hace ver un estado de parte de la cultura argentina de los años 1950 y 1960, un estado de la moral de algunos intelectuales que no habría podido verse de otro modo sin esas elecciones formales, es decir, sin esa modalidad cinematográfica que puede captar lo no planeado, lo imprevisto e, incluso, lo impensable.
Ante la ley. El relato prohibido de Carlos Correas (Argentina, 2012), guión y dirección de Emiliano Jelicié y Pablo Klappenbach, 131 minutos.
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