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Ave Fénix es una película de una llamativa austeridad. Asordinada, quieta, oscura, es como una herida en la trama del espacio/tiempo preservada para la confección del tipo particular de pesadilla que atormenta a su protagonista: la negación absoluta. No son pocas las películas sobre las secuelas psicológicas del Holocausto en aquellos que lo padecieron personalmente, pero escasean miniaturas de este tipo, que reniegan de la grandilocuencia del mea culpa o la cómoda victimización y optan por desanudar lo que ha quedado atrapado entre los cuerpos y las mentes de los sobrevivientes recurriendo a formas misteriosas y aletargadas. Del melodrama neorromántico al thriller reconcentrado, Christian Petzold organiza su ficción como un cuadro de múltiples horrores, aunque le interesa menos revivir la especificidad de la guerra que construir la experiencia fantasmagórica que le sobreviene. El gesto es de una osadía muy particular, y equivale a fijar un recorrido imaginario —un territorio casi tan físico como mental— hecho de tradición cinéfila y apuntes extraídos de la Historia dura. Sustrayendo elementos, evitando el manierismo y los golpes de efecto, la película entera parece concebida como una vigilia de movimientos. A modo de ejemplo, basta detenerse en la utilización del fuera de campo: la quietud lírica del Berlín de posguerra, las ruinas de los escenarios civiles visitadas una y otra vez por los protagonistas, ilustran esa política del arrasamiento que desvelara a Sebald en Sobre la historia natural de la destrucción (1999), pero que el cine contemporáneo raramente se permitió abordar más allá de las puras maquetaciones del tipo Rescatando al soldado Ryan (1998). Hay que remitirse a El tercer hombre (1949) de Carol Reed para encontrar una evocación tan violenta del urbicidio, un reclamo tan fuerte de la mirada hacia lo que quedó sepultado entre los escombros o flotando en el aire, más allá de lo que la memoria colectiva ha confinado a vocaciones de catálogo y continuidades de diorama. El hallazgo de Petzold es clave en este sentido. Al afinar y reducir los recursos expresivos —entre otras cosas, Ave Fénix se desarrolla en medio de un silencio atroz, como de cementerio—, obliga al espectador a compartir sin atenuantes la suerte desorientada de su protagonista, que revive terrores precisos a través de melodías entonadas a media voz y cambios de vestuario que la amortajan en su propio pasado. Los ojos de muñeca muerta de Nelly (enorme Nina Hoss), su presencia ahogada en un sigilo llegado de un futuro que sólo ella conoce, están tan lejos de los maniquíes falsamente humanizados de La caída (Olivier Hirschbiegel, 2003) como esta película pequeña pero inagotable lo está de casi todos los registros que se han venido utilizando para contar la mayor tragedia de la historia de la humanidad.
Phoenix (Alemania, 2014), guión de Christian Petzold y Harun Farocki a partir de Le retour des cendres de Hubert Monteilhet, dirección de Christian Petzold, 98 minutos.
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