Cómo funcionan casi todas las cosas

Una pesada e improbable enciclopedia amarilla llamada Cómo funcionan casi todas las cosas. Un puesto de peaje en medio de una ruta desolada del desierto. Una protagonista que habla poco y observa mucho. Que el título no los engañe: la ópera prima de Fernando Salem no es pomposa ni grandilocuente. Por el contrario, se trata de una historia sencilla que logra convertirse, gracias a la variedad de recursos que pone en escena, en una pequeña reflexión cinematográfica sobre el cómo. Cómo relacionarse con los otros, cómo perdonar y seguir adelante, cómo responder de manera singular a las mismas preguntas de siempre.

La protagonista, Celina (Verónica Gerez), es una joven que tiene un trabajo sin perspectivas en una estación de peaje semiabandonada y se gana unos pesos extra cantando en la iglesia. La rodean un ex novio un poco tosco y una compañera de trabajo adicta a los crucigramas. Del tedio en que vive la saca la repentina muerte de su padre, un hombre enfermo (Sergio Pángaro) del que no sabremos casi nada. La visita de un viejo amigo del padre, un vendedor de enciclopedias a la vez cínico y sensible (Rafael Spregelburd), capaz de emocionarse con su propia recitación de un poema de Almafuerte, impulsa a Celina a renunciar a su trabajo y probar suerte con esa tarea antigua y necesariamente histriónica que es la venta puerta a puerta, con el objetivo de juntar el dinero que le permita viajar a Italia y buscar a su madre. Su contraparte en la tarea de recorrer los polvorientos pueblos sanjuaninos con el libro bajo el brazo es una vendedora experimentada (Pilar Gamboa) que carga con un hijito tan irritante como encantador y varias frustraciones no resueltas, y cuya máscara profesional se va resquebrajando como la tierra del desierto.

Vale la pena detenerse en el elenco, porque en el trabajo actoral y en la dirección de actores está el punto fuerte de la película, que alcanza los momentos de mayor lirismo con las intervenciones de María Ucedo y Marilú Marini. Esta última es la encargada de una estación de servicio en la ruta, una figura protectora en el periplo de Celina, que con una revelación la hará cambiar el curso de su viaje. Marini demuestra con unos pocos minutos en pantalla que pertenece a esa rara y maravillosa estirpe de actores que pueden actuar sólo con los ojos y que logran simular, con las armas más refinadas del artificio, que el arte es fácil y natural. Detrás de todos los personajes secundarios, que se presentan con unas pocas pinceladas, se adivina la hondura de una vida completa.

El viaje de Celina, estructurado holgadamente como una road movie o “viaje del héroe”, se cruza además con las intervenciones de la enciclopedia del título, especie de libro de autoayuda total. Aunque nunca accedemos a su contenido, quienes responden a las preguntas universales que supuestamente contiene (¿Cómo ser feliz? ¿Existe la vida después de la muerte? ¿Existe el amor para toda la vida?) son los mismos personajes en breves entrevistas en las que miran a cámara. Ese recurso nos predispone, sin que lo sepamos, para la inesperada escena final, en la que el film nos incluye y nos inquieta como un fino y conmovedor manual de instrucciones para la vida.

Cómo funcionan casi todas las cosas (Argentina, 2015), guión de Esteban Garelli y Fernando Salem, dirección de Fernando Salem, 93 minutos.