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La “economía de pareja” (tal el título original del film de Lafosse) es una economía de guerra y se traza sobre un espacio concreto y abarca sujetos específicos. Marie y Boris se están separando, pero Boris no abandona lo que fue el hogar conyugal porque no puede darse el “lujo” de pagar otro alquiler. En el medio de esa convivencia rajada, nunca resignada a romperse del todo, quedan las hijas mellizas del matrimonio, que inmersas en esa situación extraña (casi absurda) no van a tardar en descubrir lo poco que se demora el ser humano en reelaborar las mezquinas y nunca consensuadas legitimidades que pautan cualquier convivencia. Semejante premisa argumental instaura, necesariamente, un film “de territorios”, donde los personajes marcan supuestas propiedades, acechan intimidades recuperadas de manera anormal y anticipan las conductas del otro con la paciencia y el recelo de cazadores furtivos. Lafosse no es Godard ni pretende serlo, pero su película se aquieta, por momentos, en cierta domesticidad esquiva al afecto muy característica del director de El desprecio, que enrarece y tensa las atmósferas hasta extremos difíciles de tolerar, mientras desprotege a los personajes para examinarlos mejor ―como en una consulta clínica―, a punto tal que resulta increíblemente fácil amarlos u odiarlos de un momento a otro, de una escena a la siguiente, incluso entre fotogramas. Lafosse describe la intimidad de la pareja como el laboratorio donde toma forma una enfermedad de la que ninguno de quienes la padecen podría afirmar, a ciencia cierta, cuánto tiempo lleva sufriéndola, y de la que sólo puede describir ―con furia― los efectos. ¿Cómo se oculta alguien en su propio hogar? ¿Cómo se rehúye la mirada del otro, que lleva años anticipando los propios movimientos? ¿Cómo se modifica el tono o la posición de una palabra en la frase para lograr infligir daño? Las discusiones de Después de nosotros invierten polaridades, velan violencias físicas pero permiten ajustes de cuentas y humillaciones aún peores, y convierten cada objeto y sensación a una escala económica en la que el paso del tiempo en común se mide en aportes de dinero a una causa extinguida, en cuotas de trabajo donadas a la construcción de un espacio que supo ser común pero que ya no lo es. Esta es una película en la que se habla mucho y se “dice” todavía más, pero en una lengua áspera, dura como el granito y casi siempre para lastimar. Uno podría tentarse y afirmar que Después de nosotros es una película extraordinaria sobre el fracaso, la frustración y el resentimiento, pero la historia de una sustitución de este tipo debería despertar siempre las reservas que merece cualquier deliberada apertura de vidas derrotadas. Lafosse pone violencia donde hubo acuerdo, retira la anécdota para dejar las impresiones (confundidas por el odio) que de ella tuvieron los protagonistas y luego obliga a estos últimos a enunciarlas con nervio en escenas que filma con tacto de vigilante, allí donde se requería un pudor que evidentemente no tiene. La gran pregunta es si este es un mérito o un terrible defecto.
Después de nosotros (L´économie du couple, Bélgica/Francia, 2016), guión de Fanny Burdino, Joachim Lafosse y Mazarine Pingeot, dirección de Joachim Lafosse, 100 minutos.
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