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El agrónomo

Martín Turnes

CINE y TV

Los pesticidas permean todas las áreas de la cultura argentina. Al menos desde que Samanta Schweblin publicó Distancia de rescate en 2014, escritoras como Fernanda Sández y María Inés Krimer abordaron el tema a partir del periodismo de investigación y el género policial. Desde la academia, Amalia Leguizamón y Pablo Lapegna escribieron agudamente sobre las raíces del modelo sojero en la distribución de tierras durante el siglo XIX, en los años posteriores a la Conquista del Desierto, y la politización de la maternidad en la lucha contra los agrotóxicos, en especial a través del activismo de las Madres de Ituzaingó. Los peligros socioecológicos del glifosato también aparecen en películas como Viaje a los pueblos fumigados (2018), de Fernando Pino Solanas, y Respira: Transgénesis (2019), de Gabriel Grieco, y en el arte de Eduardo Molinari.

El agrónomo (2024), la película de Martín Turnes, introduce varias innovaciones respecto de esta serie de obras sobre los pesticidas en el campo argentino. En primer lugar, se trata de un filme que podríamos categorizar como un eco-thriller, un género emergente en el cine y la literatura contemporáneos que genera suspenso a través de la lucha contra las empresas extractivas que se apoderan de áreas rurales. El agrónomo del título es Gastón Borelli (Diego Velázquez), que se muda a un pueblo del interior junto a su mujer Ana (Valeria Lois) y su hija Vera (Ángeles Zapata) para trabajar en los campos de Raúl Pereda. Al igual que Sotomayor, el dueño del campo en la novela de Schweblin, Pereda nunca aparece en la película, demostrando las nuevas dinámicas que introdujo el cultivo de la soja transgénica: una agricultura sin agricultores. Por lo tanto, el agrónomo se erige como una figura central en el control de plagas a través de la selección de herbicidas. Vemos a Gastón, por ejemplo, decidiendo la cantidad de “glifo” que va a aplicar para la pulverización agrícola.

La tensión dramática se desencadena cuando una amiga de Vera tiene que ser hospitalizada tras sufrir vómitos y problemas respiratorios. No tardamos en entender que las causas se vinculan con la aplicación de agrotóxicos, ya que Isa (Alfonsina Videla Benzo) vive con su abuela en una casa contigua a los sembradíos de soja. Vera e Isa forman parte de un grupo de freestyle que se reúne diariamente en la plaza del pueblo a rapear de manera improvisada, debatiendo, como es común en este género musical, temas de justicia social. Luego de la hospitalización de Isa, cuyo estado de salud empeora progresivamente a lo largo de la película, el grupo de adolescentes radicaliza su activismo socioambiental y toda su furia recae sobre Gastón. El agrónomo sufre reiterados ataques, primero un piedrazo que rompe el vidrio de su camioneta y luego un puñetazo, además de las pintadas en la sede de la empresa para la que trabaja (la ficticia Camposen). Las pintadas incluyen frases como “Agrosucios”, “Paren de fumigar” o “Basta de ecocidio”.

La innovación de la película reside en la atención sostenida que reciben estos jóvenes ecoguerrilleros, cuyas acciones de protesta, como romper y quemar silobolsas, los delinean como una versión contemporánea y con conciencia ecológica de los antiguos bandidos rurales. Los bandidos de principios del siglo XX, como Juan Bautista Bairoletto, eran conocidos como los “Robin Hood” del campo argentino porque robaban a los estancieros para repartir la plata entre los sectores más vulnerables. En esta nueva figuración, los ecoguerrilleros denuncian la violencia lenta y silenciosa, en términos del académico Rob Nixon, que supone toda contaminación agroquímica. En este sentido, la de Turnes se aproxima a otras películas de la última década como Night Moves (Kelly Reichardt, EEUU, 2013), sobre tres activistas que vuelan una presa, o How to Blow Up a Pipeline (Daniel Goldhaber, EEUU, 2022), basada en el libro homónimo de Andreas Malm y enfocada en las acciones ecoguerrilleras de un grupo de jóvenes que detonan oleoductos.

A diferencia de Distancia de rescate, que genera horror a partir de la naturaleza invisible de la contaminación, El agrónomo muestra que estas comunidades rurales suelen comprender que las causas de sus problemas de salud están vinculadas con el glifosato. Como en la novela de Schweblin, los espectadores se encontrarán con una ética del cuidado encarnada por las madres y las abuelas, en este caso la abuela de Isa, que la cría con escasos recursos ante la ausencia de sus padres y, en cierto sentido, la virtual retirada del Estado argentino de estos pueblos fumigados. Lo interesante es que Turnes crea un eco-thriller a partir de la inacción de muchos de estos habitantes, cuyo futuro económico depende de una manera u otra del agronegocio, y de la acción radical de los jóvenes. Podemos ver en los adolescentes de Turnes una versión futura de los niños contaminados de Schweblin, que, ante la desidia de los adultos, han decidido actuar por cuenta propia.

 

El agrónomo (Argentina, 2024), guion de Marcelo Pitrola y Martín Turnes, dirección de Martín Turnes, 72 minutos.

 

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