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El Perro Molina, la quinta ficción de José Celestino Campusano, cuenta varias historias a la vez: la de Antonio “el Perro” Molina (Daniel Quaranta), un ex presidiario al que le encargan un par de asesinatos, entre ellos el de su único amigo; la del comisario Ibáñez (Ricardo Garino) y su ex esposa Natalia (Florencia Bobadilla), quien, para castigar a su marido por irse continuamente de putas, decide convertirse en una y “hacer la ruta” en el territorio de competencia de la comisaría que dirige Ibáñez; la de Calavera (Carlos Vuletich), un proxeneta y amigo de toda la vida de Molina, que se enamora de Natalia —quien ha comenzado a trabajar de prostituta para él—; la de Ramón (Damián Ávila), un pibe que admira a Molina por su fama y quiere adentrarse en el mundo del crimen; la de Gonzalito (Assiz Alcaráz), otro pibe, que no admira a nadie y no establece vínculos afectivos, un pichón de gangster que no llega a desarrollarse y que, en sus movimientos animalescos y espasmódicos, recuerda el inicio de carrera de los dos Scarface cinematográficos (el de Paul Muni en la película de Howard Hawks y el de Al Pacino en la película de Brian De Palma) y —en lo que al cine nacional refiere— a la interpretación de Erasmo Olivera como Gatica de niño.
La película presenta un conjunto de personajes sumergidos por completo dentro de una lógica ajena a la de la legalidad, en la que muy pocos tienen relaciones de reciprocidad, el tipo de lazo existente en las sociedades tradicionales: don y contradón. Para ellos, la responsabilidad es un elemento primordial en la conformación de los vínculos laborales y afectivos, que aparecen mezclados. Los únicos códigos vigentes parecen ser los de las amistades masculinas: la que se da entre Calavera y el Perro, el vínculo que surge entre Ramón y Molina. En una etapa de madurez y casi decadencia, Molina intenta aferrarse a unas pocas máximas de conducta, que consisten únicamente en evitar las muertes innecesarias y honrar los pactos afectivos.
Campusano vuelve a retratar en esta película un universo semiurbano violento y marginal, en el que la amistad es el valor más elevado y la enemistad consiste en buscar la aniquilación del otro. Al igual que en su anterior filmografía, el amor erótico es una relación que conduce a la traición y a la muerte.
La lógica y los parámetros del noir son, en gran medida, la matriz que determina las señas del relato. Es memorable la actuación de Assiz Alcaráz como Gonzalito, quien funciona en parte como la contracara de Ramón. El Perro, Calavera, Ramón actúan —se esfuerzan por actuar— según códigos de reciprocidad, mientras que Ibáñez y Gonzalito se mueven en un universo de máxima desvinculación, en el que no existe construcción de subjetividad compartida ni código de pertenencia alguno.
La película —aseguran los rumores periodísticos— está inspirada en una historia real, que corrió como chisme en Quilmes.
El Perro Molina (Argentina, 2014), guión y dirección de José Celestino Campusano, 88 minutos.
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