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El comienzo en El sonido del metal, ópera prima del cineasta estadounidense Darius Marder, tal como sugiere el título, pertenece exclusivamente al orden sonoro. Lo que se oye es el sonido distorsionado, estridente, de una guitarra eléctrica que preanuncia el porvenir, una primera imagen: la de un baterista que espera su turno, mientras la distorsión se expande. La espera produce expectativa, el público aplaude. El baterista emprende por fin su gracia y hace lo suyo: un golpe y otro golpe y otro golpe más. La canción arranca, ahora sí, en toda su magnitud. El movimiento del baterista no se interrumpe; por el contrario, su velocidad aumenta a puro nervio, descomunal, hasta que alcanza una intensidad máxima. Después, la canción termina y el baterista se distiende. La potencia de esta primera escena, efecto de su brevedad y contención, es manifiesta. Procura, además, una clave de sentido, relacionada con aquello que la escena en sí inaugura respecto del sonido, y que puede traducirse en una palabra: distorsión.
Ruben (Riz Ahmed), el protagonista del film, es el baterista de una banda de heavy-metal, compuesta únicamente por él y por Lou (Olivia Cooke), guitarrista y cantante, además de su amada compañera. Sin mucho dinero, viven en una casa rodante que les sirve para presentar su música por distintas ciudades de Estados Unidos. Cada día, un nuevo lugar; cada noche, un nuevo concierto. La relación entre ellos es profundamente afectuosa. Al director le alcanza una breve escena cercana al comienzo para demostrarlo: Ruben se levanta temprano, hace un poco de ejercicio, prepara el desayuno y la despierta con cuidado y cariño. El desarrollo de El sonido del metal, y sobre todo su culminación, va a confirmar el principio amoroso que subyace al conjunto de la historia.
Sin embargo, en la previa de un concierto, los oídos de Ruben empiezan a fallar. Un zumbido invade su audición y no escucha nada. De allí en más, el plano sonoro estará definido por la alternancia entre el sonido del exterior y su disminución repentina. La reacción inicial de Ruben es el desconcierto. Una angustia cada vez más extensiva e inquietante que el personaje va a intentar nerviosamente mantener a raya. Como si tratara de conservar la calma ―aunque por momentos irrumpa, incontrolable, la rabia y el desasosiego―, con un esfuerzo que evidencia, en tanto síntoma, el mecanismo de negación puesto a funcionar ante una pérdida irreparable. Resolver el problema de inmediato, aferrarse a la posibilidad de una costosa operación, continuar como sea la gira con Lou. La interpretación de Ahmed es notable. Es la mirada la cifra de su tormento.
A partir de una recomendación, el protagonista aceptará ingresar en una comunidad de sordos, dirigida por Joe (Paul Raci), un apacible y experimentado hombre, ex soldado en Vietnam. El vínculo que establecerá con él y con otros integrantes de la comunidad le ofrecerá a Ruben la oportunidad de transitar de otro modo la situación que atraviesa. La trayectoria de un proceso no exento de conflictos, pero que Marder va a mantener a salvo de cualquier tropiezo efectista y lacrimógeno. La disposición siempre contenida de filmar la desesperación se convertirá en el mayor acierto de la película. El sonido del metal concentra su fuerza en la consolidación narrativa de un desperfecto, un cierto tipo de distorsión que expone con eficacia la incomodidad de seguir adelante con una forma de vida que ya no resulta posible y que, por eso mismo, se torna ineludible reemplazar.
Sound of Metal (EEUU, 2019), guion de Darius Marder, Abraham Marder y Derek Cianfrance, dirección de Darius Marder, 120 minutos, disponible en Amazon Prime Video.
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