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Emilia Pérez

Jacques Audiard

CINE y TV

La percepción actual del narcotráfico latinoamericano comenzó a configurarse el 8 de abril de 1986, cuando el presidente estadounidense Ronald Reagan declaró a las organizaciones de tráfico de drogas y personas en Latinoamérica como una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos, vinculándolas a insurgencias centroamericanas y movimientos de izquierda que, según este nuevo relato, utilizaban el contrabando de drogas para financiar actividades ilícitas contrarias a la democracia. Desde entonces, tanto la historiografía como los medios han reforzado, a menudo con poca evidencia, la asociación entre el narcotráfico y el crimen organizado.

En este contexto de fabulación se inserta el musical Emilia Pérez, de Jacques Audiard (Francia, 1952), una superproducción de Netflix que, esquivando la mayoría de las convenciones de filmes de Hollywood como Traffic (Steven Soderbergh, 2000), Blow (Ted Demme, 2001), o más recientemente series como Narcos (Netflix, 2015-2018), presenta en el papel protagónico a un peligroso narcotraficante mexicano conocido como Manitas, quien busca ayuda en la abogada Rita (Zoe Saldaña) para cumplir su sueño vital de transicionar o afirmar su expresión de género y convertirse en Emilia Pérez (Karla Sofía Gascón, en ambos papeles), una respetada activista por los derechos de las familias que perdieron algún familiar en la “guerra contra las drogas” y que siguen sin encontrar rastros de sus paraderos. Emilia es, en cierta medida, una segunda identidad, un Doppelgänger de Manitas, que busca arreglar con la mano izquierda lo que el “lobo que lleva dentro” hizo con la derecha.

Visualmente, Audiard apuesta por una estética exuberante que bordea lo barroco. Las luces de neón, los escenarios saturados de color y los cambios bruscos entre el realismo sucio y la fantasía visual recuerdan tanto al kitsch con perspectiva de género de Mujeres al borde de un ataque de nervios (Pedro Almodóvar, 1989) como a los videoclips de esa misma era, como La isla bonita (1986) de Madonna. Cada encuadre parece diseñado para desbordar los sentidos, para sumergir al espectador en un mundo donde lo ordinario se mezcla con lo surreal. Esta mezcla puede resultar abrumadora por su apuesta audiovisual recargada, pero es coherente con el género en que se inserta —el musical contemporáneo— y con su propuesta central: que la identidad no es un estado fijo, sino un proceso continuo de construcción y reconstrucción.

Las identidades no lineales atravesadas por conflictos que rebasan lo nacional pero que afectan profundamente a comunidades locales son el foco de la película. Rita, de nacionalidad dominicano-mexicana, abandona su bufete de abogados por las injusticias que observa diariamente en las cortes mexicanas que favorecen a femicidas en casos de violencia de género, sobre todo cuando entre víctima y victimario media un abismo salarial. A su vez, gracias a la petición de Manitas, observa otras injusticias relacionadas con los mercados de tráficos globales: en una de las primeras escenas, viaja a Bangkok y expone irónicamente las estructuras del turismo médico y sexual, que precariza a los pacientes e impone estereotipos en los cuerpos femeninos, todo ello imbuido en una exquisita musicalidad mordaz.

Emilia Pérez narra la historia del narco desde otro lugar. Escapando de pretensiones policiales que se suelen observar en filmes estadounidenses donde la CIA y la policía fronteriza tienen un rol fundamental (American Made, Doug Liman, 2017), Audiard elige el género musical, distanciándose así de ilusiones documentales sobre el problema del narcotráfico, ironizando sobre sus códigos (por ejemplo, en la representación de Jessi/Selena Gómez como mujer estadounidense fronteriza que irrumpe en el territorio del narco). Desplazándose entre fronteras, géneros filmográficos e identidades sexuales, Emilia Pérez imagina un musical donde, sin dejar de lado la tragedia familiar de quienes se ven arrollados por el narcotráfico, el centro es la identidad de una mujer transgénero. Y no tan sólo en la pantalla, pues Karla Sofía Gascón fue la primera mujer trans en obtener el premio a la mejor actriz en el Festival de Cannes, culminando favorablemente un proceso complejo en términos mediáticos por la gran visibilidad que tuvo su afirmación de género en México (piénsese en su rol como Branko en la telenovela Corazón salvaje).

Donde Emilia Pérez deja una nota suspensiva es en la conclusión de la trama. En la penúltima escena, Emilia es capturada por su ex esposa Jessi y su actual padrote (Édgar Ramírez), quienes confabulan para recolectar el patrimonio familiar y acabar con la organización activista de Emilia. En un Estado mexicano aparentemente rebasado, las únicas fuerzas que pueden intervenir en el conflicto son el crimen organizado y sus miembros arrepentidos. Sin embargo, como deja ver la última escena, quienes terminan siendo abatidas por la violencia siempre son las comunidades que han quedado en el limbo entre el territorio de los narcos y la criminalización del Estado.

 

Emilia Pérez (Francia, 2024), guion de Jacques Audiard, Thomas Bidegain y Léa Mysius, dirección de Jacques Audiard, 132 minutos.

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