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Foxcatcher

Bennett Miller

CINE y TV

En su perseverancia por mantenerse a flote entre lugares y estados de ánimo incómodos, Foxcatcher logra desembarazarse sabiamente de referencias concretas —para empezar, sepan que se abre con el nunca bien ponderado basado en una historia real”— y construye, casi por derrame, una perspectiva propia, algo torcida, sumamente desangelada, entre cuyos numerosos méritos sobresale en especial el saber deshacerse a tiempo de algo que no llega a ser nunca ni la película deportiva que se insinúa en los primeros veinte minutos ni la épica de sangre, sudor y lágrimas hacia la que se desliza peligrosamente en su media hora final. Esta (bienvenida) anomalía tiene características físicas —el entrenamiento y las fugas coreográficas de los encuentros de lucha libre, reafirmación de que no existe experiencia vital que no conlleve el correspondiente trauma físico o corporal— y otras más aéreas, más inasibles, que empequeñecen progresivamente por debajo de la trama hasta permitirnos entrar en contacto con las líneas de fuerza que sostienen toda la obra. Hay gravedad en Foxcatcher —por momentos, quizás, demasiada—, un clima opresivo que crece pacientemente desde el diseño de producción y la fotografía, pero sus personajes, tanto el excéntrico filántropo John Du Pont (siniestro, sorprendente Steve Carell), determinado a convertirse en entrenador del equipo norteamericano que se prepara para competir en los Juegos Olímpicos de Seúl en 1988, como los dos hermanos luchadores (Channing Tatum y Mark Ruffalo) que caen bajo su particular influencia, no están construidos con impostaciones o sobreactuaciones en sintonía con las candidaturas al Oscar. Son todos, por el contrario, seres introvertidos, hundidos en un delirio cuyas conexiones con la realidad nunca son gráficas y cuyas búsquedas personales giran siempre alrededor del extravío y la pérdida. Un mundo artificial se levanta alrededor de los tres, hecho de impurezas y materiales peligrosos (la paranoia de los años de la Guerra Fría, las relaciones familiares desarregladas, formadas apenas con lo mejor que se tuvo o se tiene), y las señales de ese universo cambiado de sentido hay que buscarlas siempre en las franjas y los márgenes porque nunca están lanzadas al rostro del espectador. Sugerir estas claves de lectura podría parecer exagerado si Foxcatcher, con sus soledades metafísicas y sus vitalidades sufrientes, no resultara tan lejana al Hollywood que podría esperarse en una temporada de premios, porque, como diría Borges, aunque la preparación de infiernos pueda resultar fácil (piensen en ese remedo de villa olímpica que Du Pont construye en el corazón de su imperio), eso no mitiga para nada el espanto admirable que resulta de contemplar su construcción.

 

Foxcatcher (EEUU, 2014), guión de E. Max Frye y Dan Futterman, dirección de Bennett Miller, 124 minutos.

29 Ene, 2015
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