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Conoces sus canciones pero no su historia. Pocos eslóganes han sido tan efectivos, más que en vender un film, en sintetizar sus virtudes, aunque la frase original sea Everybody remembers it how they need to y aluda al promocionado “efecto Rashomon” de Jersey Boys, algo parcialmente cierto pero mucho menos importante.
Sabemos poco de Frankie Valli y The Four Seasons: que tuvieron muchos hits, varios de ellos canciones perfectas, algunos acreditados al grupo, otros a Valli; y que eran una suerte de contrapartida de la Costa Este de The Beach Boys (una rivalidad que Brian Wilson llevó literalmente al formato disco, en la canción “Surfers Rule”, de 1963).
Connoisseurs del pop valoran The Genuine Imitation Life Gazzette, su tardío (1968) Sgt. Pepper, craneado por Bob Gaudio (tecladista y compositor del grupo y hasta hoy socio cincuenta-cincuenta de Valli en todo) y por el cantautor Jake Holmes (a quien Jimmy Page le birló “Dazed and Confused”), quienes un año después escribirían un fabuloso LP para Sinatra: Watertown.
Es tal el vacío sobre Valli y el grupo que incluso los detalles más peculiares de su existencia son omitidos en la bibliografía sobre la historia de la música pop. Y ese hueco fue aprovechado por los libretistas del musical estrenado en 2005, que son los mismos responsables del guión del film.
Aunque no era el director originalmente attacheado, Clint Eastwood vio una historia poderosa que tenía la ventaja de que no iba a ser sometida a tests de veracidad. O mejor aún, no importa. Lo que a Eastwood le interesa son Valli y los Seasons como una fábula de lealtad, traiciones, ascensos y caídas que comprime décadas en lo que parece ser menos de quince años. Jamás se podría haber hecho un film así con los Beatles o los Stones.
Una de las virtudes de Jersey Boys remite a un elogio de Greil Marcus para una TV-movie de 1978 decididamente menor dedicada a otros contemporáneos, Jan and Dean: “deja que la historia se cuente sola, […] sin tomar en cuenta si [las peripecias de los personajes] nos dan o no alguna clave para entender el legado de los años sesenta, la identidad generacional, la revolución sexual o cualquier cosa más grande que ellos”.
Aquí no hay JFK, lucha por los derechos civiles, British Invasion (que los Four Seasons —de la era del Brill Building, como Bacharach/David y Goffin/King— resistieron estoicamente), nuevas drogas, ni Vietnam: sólo el show de Ed Sullivan y Clint Eastwood desde una pantalla de TV en una escena de Cuero crudo, la serie que por entonces lo tenía como estrella.
Se ha dicho que Jersey Boys es material digno de Scorsese: la ascendencia de la mayoría de los personajes, las relaciones con la mafia; incluso el rompimiento recurrente de la cuarta pared. Esto no sólo es parte de la obra teatral, sino que Marshall Brickman —uno de los autores del musical y del guión del film— coescribió con Woody Allen la película que quizá haya hecho mejor uso de la interpelación al espectador, Annie Hall. Pero sí, puestos a resumir la película con esas frases que los productores usan para vender ideas a los estudios, Jersey Boys sería “Calles salvajes y Buenos muchachos meets ¡Eso que tú haces!”.
Las canciones no hacen avanzar el plot ni portan diálogos: aportan placer estético, especialmente en cumbres pop como “Can’t Take My Eyes off You”. Aun así, esta no es una película pop ni sobre el pop, sino sobre tres tipos que eran mejores como músicos que como mafiosos de poca monta y un compositor con un conocimiento del business muy por encima de la media: Gaudio, quien formaba dupla con el productor y letrista Bob Crewe.
Sólo al final de Jersey Boys Eastwood blanquea que esto originalmente era un musical, en un gesto que lo pone en linaje directo con Howard Hawks y otros maestros de la guardia vieja. Allí, además, Christopher Walken vuelve a bailar.
Jersey Boys (EEUU, 2014), guión de Marshall Brickman y Rick Elice, dirección de Clint Eastwood, 134 minutos.
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