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El primer acierto de Justicia brutal (toda su primera mitad, digamos) es estar planteada como una serie de capítulos grisáceos sobre la cotidianeidad policial y delictiva de la ficticia ciudad de Bulwark, un lugar que no existe pero que tiene mucho de patio trasero de Los Ángeles troquelado sobre un fondo percudido de Boston o Detroit. Las distintas historias se mantienen paralelas entre sí, sobrevoladas por la inminencia de un conflicto general que la película deja en un prudente segundo plano, como un recordatorio o una amenaza de que todo lo que vamos presenciando tiene que resolverse de alguna manera, pero siempre evitando que estalle por encima de los pequeños cuentos que perforan la trama a la manera de chispazos de un incendio inminente. La línea principal tiene a los policías Ridgeman (Mel Gibson) y Lurasetti (Vince Vaughn) investigando un caso de tráfico de drogas que deriva en un abuso de fuerza y su posterior “puesta en disponibilidad” (para más datos, conviene saber que el superior que los suspende es el inoxidable Don Johnson), pero revoloteando alrededor de ellos hay una banda de asaltantes y asesinos que se visten como villanos de cómic y una madre primeriza que no se decide a separarse de su bebé para afrontar su primer día de trabajo. La trama los va capturando y acercando aleatoria, progresivamente, con la diferencia de que S. Craig Zahler no es ni el Robert Altman de Ciudad de ángeles (1993) ni el Paul Thomas Anderson de Magnolia (1999).
Como en las anteriores y brutales Frontera caníbal (2015) y Brawl in Cell Block 99 (2017), Zahler hace que la violencia vaya penetrando las capas del relato con la naturalidad de un tsunami. Una ola monstruosa que se ve venir desde lejos y de a poco, hasta que impacta. Pero aquí no hay explosiones ni chistes de balneario entre disparo y disparo. Hay, en cambio, impactos de bala que duelen y tardan en matar, órganos perforados y gente que se desangra lentamente. Entonces queda claro que Zahler es —junto con Jeremy Saulnier— el único director norteamericano contemporáneo que supo sacarse de encima a Tarantino a la hora de filmar la violencia. Su cine es más humanista que el de Quentin, porque todos sus personajes sufren de manera mucho más realista. Las de Zahler son películas secas y tristes, de un humor en retroceso frente a la realidad que lo engendra, y gobernadas por un sentido primario de las relaciones entre los seres humanos, como si resistirse a la violencia les generara a todas sus criaturas un esfuerzo auténticamente erótico.
La construcción de la jungla en la que puede darse ese juego requiere un nivel dramático de fenomenal intensidad. El primer pilar de esa obra es un extraordinario y granítico Mel Gibson, que está logrando la hazaña de reinventarse como actor sin sacudirse del todo su espeso y problemático ideario personal. Gibson tiene la mirada llena de recuerdos crueles, pero su rostro y su cuerpo poseen un cansancio que se siente como un peligro cada vez que sostiene la mirada. Gibson es el John Wayne del siglo XXI, y Zahler sabe cómo poner a su lado a un ácido Vince Vaughn para equilibrar esa furia y componer una pareja de policías capaces de precipitar la realidad hasta desquiciarla por completo. La segunda mitad del film —prácticamente una única secuencia de casi una hora de duración—, en la que Ridgeman y Lurasetti no hacen más que hablar y soñar con una (imposible) vida futura mientras reponen balas en los cargadores de sus armas, es una de esas declaraciones de principios estéticos y morales que ya casi no aparecen. Con esa potencia cinematográfica hecha de ánimos cansados y personalidades estropeadas, en un final que merecía verse en una pantalla gigante y a oscuras, la tercera película de S. Craig Zahler termina de transformarse en un extraordinario juego sensitivo de imágenes, palabras y sonidos, más sanguíneo que sangriento, y que hasta se permite como lujo la belleza de la incorrección política, un bien escaso que, cada vez más, extrañamos con fuerza y convicción.
Dragged Across Concrete (EEUU, 2018), guion y dirección de S. Craig Zahler, 159 minutos, disponible en Amazon Prime Video.
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