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El erotismo del cine de José Luis Guerin está restringiéndose cada vez menos, en la medida en que sus últimas películas ya son una apuesta bien definida por habitar la intimidad de sus personajes de un modo diferente al como lo hizo hasta la extraordinaria En construcción (2001). Ahora, el problema ficción-contra-verdad pasa a resolverse en la búsqueda de un orden o cierto punto medio entre la formas en que lo acontecido “reporta” sobre la condición de las cosas, y en el poder absoluto de persuasión inherente a las imágenes y las palabras puestas en contacto unas con otras. Cine difuso, exiliado entre los efectos del propio tiempo ralentizado que genera, el de Guerin es un tipo de documental que él mismo inventó y que sólo él practica: un documental “intervenido”, que goza desconociendo progresivamente su origen y perdiendo “realidad” a medida que avanza hacia su objetivo. En ese sentido, al comienzo del metraje, La academia de las musas se ofrece como experiencia pedagógica por lo que tiene de artefacto iluminador o máquina de puesta en riesgo de fronteras. En el seminario de Filología dictado en la Universidad de Barcelona por un profesor italiano especializado en cultura clásica, la cantera mágica y sexual que las palabras (más que los cuerpos) van cavando entre profesor y alumna(s) está cifrada entre el atractivo potencialmente presente en casi toda cercanía (la propiciada por el aula, la consolidada por el matrimonio) y una idea del placer extrañamente vinculada al quietismo que implica, casi siempre, esa actividad en desuso conocida como “pensar”. El seminario del professore Pinto se ocupa, precisamente, de pensar la figura de la “musa” en el interior del ciclo poético, y en el proceso se arrima a la Comedia de Dante como si toda ella no fuera otra cosa que la amplificación libidinosa de un motivo para el escarceo. En su curso las mujeres hablan —y hablan la lengua de Dante, aunque no siempre necesiten hacerlo— como provocando al professore con una estrategia de seducción cuyo rasgo definitorio es la sobreadaptación. En la recámara del aula se contrabandean teorías del arte como manuales de posiciones eróticas y se solicitan (y fomentan) ideas estéticas como alimento o combustible para la imaginación que volantea cuerpos y mentes en progresiva ebullición. Claro que Guerin es lo suficientemente sutil para alejarse de cualquier adultez babosa, y su película tiene el suficiente grado de sofisticación y buen gusto como para lograr que todas esas fogatas del deseo ardan en una lejanía interior a la que siempre hay que leer en el roce y la insinuación y nunca en la fricción o la explicitud. Como en cualquier gran obra sobre la pasión por el conocimiento y el poder del sexo en términos de misterio, La academia de las musas trata al “otro” de la relación como un problema poético, esa misma “alteridad” como un problema de estilo, y la pregunta por su tema como un enigma sublime, no por eso menos picante.
La academia de las musas (España, 2015), guión y dirección de José Luis Guerin, 92 minutos.
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