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La conversión

Marco Bellocchio

CINE y TV

Referente ineludible del cine italiano de las últimas décadas, Marco Bellocchio dispara de nuevo contra la Iglesia católica desde una recreación soberbia en La conversión, aunque los dardos no van necesariamente dirigidos hacia un solo blanco. El octogenario realizador se muestra en estado de gracia al revisar el verídico caso Mortara, que atravesó la convulsionada segunda mitad del siglo XIX de su país y que alguna vez Steven Spielberg barajó llevar a la gran pantalla. Fruto de un bautismo clandestino practicado por su niñera católica Anna Morisi (Aurora Camatti), el niño judío boloniense Edgardo Mortara (Enea Sala, luego Leonardo Maltese) es secuestrado por órdenes del papa Pío IX (Paolo Pierobon) para ser educado en Roma bajo la doctrina del Vaticano lejos de sus orígenes espurios. Sus desesperados padres Salomone Mortara (Fausto Russo Alessi) y Marianna Padovani (Barbara Ronchi) emprenden a partir de allí una incansable querella privada y pública en contra del sumo pontífice, que abarca varios años y escenarios de una nación que está asimismo rebelándose contra la autoridad eclesiástica en la época del Risorgimento.

La anécdota le sirve a Bellocchio para desplegar su nítido barroco de luces y sombras, un fresco móvil de arquitecturas diversas que recuerda a las glorias del neorrealismo y en el que el director esboza con maestría a una sociedad entera. De la modesta casa de los Mortara a los opulentos recintos catedralicios, de los rígidos tribunales donde se dirime el caso al violento levantamiento republicano, La conversión moldea su materia documental con el mismo y riguroso desenfado. Si bien parece someterse al dogma de los tres actos, la película no está exenta de exabruptos satíricos como aquel en que Pío IX padece la pesadilla de que lo circuncidan u otro en que Edgardo sueña que libera a Cristo de sus clavos dolientes. En un momento el papa constata cómo los diarios lo caricaturizan de forma desvergonzada, y es sin dudas ese espíritu herejemente laico el que Bellocchio esgrime bajo la supuesta seriedad.

En efecto, no puede decirse que existan víctimas y culpables en La conversión, sino un niño y un anciano que quedan polarizadamente raptados por un equívoco de resonancias trágicas del que ellos son patéticos títeres. La inocencia de Edgardo se espeja en un papa risueño y casi involuntario que está más próximo al renuente Michel Piccoli de Habemus papa (2011) que a cualquier villano de la Inquisición. En ese sentido, el encuentro tardío entre un Edgardo ya crecido y el paternalista papa que lo reprende será bochornoso, con la escena de ambos tirados en el piso en medio de una ceremonia estupefacta. En algún punto, si la niñera culpable argumentó que bautizó al niño para salvarlo del “limbo” que lo esperaba si este moría por enfermedad, lo cierto es que Edgardo queda preso de un limbo fatalmente terrestre al no haber podido decidir sobre su destino. Esa vacilación de no ser de aquí ni ser de allá que recrudece hacia el final y que lo sume en una espiral nihilista bien puede contrastarse con el impulso voluntarioso de ese pueblo italiano que se levanta y tira abajo las puertas del papado en el evento de Puerta Pia, aunque Bellocchio también registra esto con distancia. No hay acusación ni toma de partido explícita en La conversión, y es justamente esa muda y profana picardía la que mantiene viva la tradición sagrada de Bellocchio.

 

Rapito (Italia/Francia/Alemania, 2023), guion de Marco Bellocchio y Susanna Nicchiarelli, dirección de Marco Bellocchio, 134 minutos.

18 Jul, 2024
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