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En su clima de invernal grisura y su lógica de profecía fatal e inevitable, La entrega confirma una vez más que el mejor film noir es, antes que nada, un estado de ánimo cinematográfico. Carente de situaciones o actos espectaculares, diseñada en un cuidado tono medio en el que se va enhebrando con paciencia de equilibrista la puntada continua y progresiva de la tragedia, esta incursión norteamericana del belga Michaël Roskam somete a un cuidadísimo trabajo de soterramiento las habitualmente solemnes y redundantes fijaciones religiosas y morales del guionista Dennis Lehane, para construir la dimensión específicamente humana de sus personajes sin caer jamás en el patetismo o la conmiseración. El trasfondo es de mafia y crimen, claro, pero el Marv’s Place, el bar del Dorchester (Brooklyn) donde el dinero de origen turbio cambia de manos no siempre de la mejor manera, parece, antes que un simple motivo iconográfico, un territorio onírico —no en el sentido lacrimógeno, de ensoñación inofensiva, sino en el de zona de resolución de conflictos armados con capas de fatalismo y pulsiones latentes puestas una sobre otra— en el que las distintas líneas narrativas se reconcentran, expanden y clausuran luego de recalentarse en un afuera cargado de violencia. Hay películas (pocas) que logran esto: vincular sus personajes a un lugar y gestar entre ellos una materialidad específica y una atadura hipnótica, volviéndolos criaturas tan particulares que los grandes/pequeños acontecimientos de la vida que llevan fuera de ese espacio (encontrar un cachorro de pitbull tirado en un tacho de basura, por ejemplo) alcanzan para confundirles sus diferentes mundos mentales. Construir la atmósfera de un noir no es, simplemente, disponer las piezas y la lógica de una resolución a los tiros. Las citas gratuitas y las posturas “de diseño” frente a la tradición de la violencia han malentendido muchas veces la verdadera sustancia del cine negro como “cine del malestar” (en la magnífica, insuperable definición de Borde y Chaumeton), confundiéndola con la simple receta pictórica del asfalto mojado donde se reflejan las luces de neón y los detectives de corazón roto y pulmones saturados de humo de cigarrillo. Si Roskam —que filma como un clásico y se inclina ante sus fuentes pero, a la vez, evita transformarse en un síntoma— revisita el género es, en realidad, en forma de preguntas superpuestas: cómo se filma un lugar (un bar, un barrio) y cómo se filma a los personajes que en él viven, transcurren y mueren, en este caso el gran, enorme James Gandolfini en su última aparición en pantalla, y el soberbio e imponente Tom Hardy, que en Batman: el caballero de la noche asciende (2012) componía un siniestro Bane actuando únicamente con los ojos y aquí, con su impredecible e inescrutable Bob Saginowski, ya empieza a dejar en claro por qué es uno de los pocos actores imprescindibles de su generación.
La entrega (EEUU, 2014), guión de Dennis Lehane, dirección de Michäel Roskam, 106 minutos.
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