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California. Embotellamiento de tránsito. Día de sol. Bocinazos. En algún momento, los conductores abandonan sus vehículos para sumarse a una peculiar coreografía. La canción tiene un dejo de rumba melancólica. A pesar de la estética, que rezuma verano y felicidad, la letra de la canción, que habla sobre metas abstractas y éxitos discutibles, encierra una profunda tristeza. Sebastian (Ryan Goslin) y Mia (Emma Stone) se conocen entonces, en el alboroto y la confusión del embotellamiento. La manera en que la cámara se detiene en el rostro y la mirada de ambos nos da un indicio de la belleza y la atracción que cada uno siente por el otro, aunque el contexto los fuerce a expresar lo contrario.
Innumerables críticos cinematográficos sostienen la teoría de que la secuencia inicial de una película es clave. Examinemos el caso de La La Land. En primer lugar, tenemos la ciudad de California, que no es cualquier ciudad. Es la cuna de Hollywood, es decir, del cine estadounidense. En segundo lugar, el género musical, como expresión del artificio y la artificialidad en su máxima expresión (la otra cara del cine como industria). Luego, el cuidado estético de la puesta en escena. A simple vista, no hay más que gente bailando y cantando. Pero si miramos con atención, aparecen ciertos detalles que se vuelven enigmáticos. Por ejemplo, el retrato proporcionado del ciudadano común, el habitante promedio. Las mujeres son hermosas y sus vestidos remiten a una época difícil de rastrear. Los hombres podrían formar parte del catálogo del perfecto hipster, con todo lo retrofuturista que ello implica. Los automóviles y ciertos detalles sutiles, como la ausencia de GPS o teléfonos celulares, nos hacen pensar que la película bien podría estar basada en una época anterior a la actual. En realidad, lo difícil de situar cronológicamente el tiempo exacto en que transcurre la película será una constante. Cuando comienza el desarrollo de la trama, este detalle se repite. Si bien usan celulares, si bien los ochenta son una época antigua y vintage y ya nadie escucha jazz clásico y la incorporación de sintetizadores y teclados se interpreta como una novedad, lo cierto es que la película transcurre en un tiempo imposible de precisar. Podría ser el presente inmediato, pero también podría ser 1990. Incluso podría transcurrir en el año 2030.
En cuanto a la trama, ya lo anticipa la secuencia inicial: Sebastian y Mia se atraen y se rechazan. Será una historia de amor difícil. Respecto a todo lo demás, el denominador común es la espectacularidad y su trasfondo amargo. Muchos se han detenido en la discusión de si la película pertenece al musical clásico o moderno. La verdadera discusión, la única que vale la pena, es si la película pertenece al género de ciencia ficción. Su twist argumental consiste en presentar diferentes realidades alternativas que se superponen en la pantalla, desafiando la lógica del espectador. El mensaje final es que el destino es implacable.
La La Land (EEUU, 2016), guion y dirección de Damien Chazelle, 128 minutos.
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