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Un grupo de libertinos escapa del gobierno ultraconservador de Luis XVI. Liderados por la duquesa de Valselay, intentan exportar el libertinaje a Alemania. Así se presenta Liberté, la última película de Albert Serra. Sin embargo, lo que se desarrolla en la pantalla es algo mucho menos claro que las palabras que la describen. Probablemente, lo que aparece en su sinopsis no sea más que un punto de partida, el único resto más o menos legible que quedó luego de su proceso de producción.
Liberté, como el cine de Serra en general, tiene un espíritu apropiacionista que consiste en una operación de rejunte en la que la cámara toma el rol de espía universal: toca de oído todas las cosas del universo y las desarrolla en una profundidad compleja que, sin embargo, no está en absoluto interesada en demostrar la veracidad de las fuentes de información que utiliza. Le ofrece entonces al espectador un informe de los acontecimientos que este deberá creer o descartar.
La película narra el transcurso de una noche en la que un grupo de expatriados mantienen relaciones sexuales entre ellos, escenas intercaladas con momentos de conversaciones en tono diplomático que revelan la trama política implicada en el asunto. En este entramado de momentos, nada se termina de decir, nada se termina de mostrar: la imagen y la palabra se van relevando una a otra y las acciones se articulan de forma inconclusa, como si el montaje estuviese revisando en la memoria lo ocurrido la noche anterior. Pasando la mitad de la película, dos personajes son encerrados en una caja de madera dispuesta verticalmente. La película sigue, los libertinos son olvidados hasta que más adelante alguien abre la caja casi como por casualidad y los dos cuerpos caen al piso. No es claro si están muertos ni cuánto tiempo estuvieron ahí. Sobre todo, no sabemos si se trató de una intención o un simple olvido. Más allá de lo que cada espectador pueda suponer individualmente, los interrogantes parecen ser un vacío en la memoria de la narración y no una omisión intencional.
Así, el corazón de Liberté se aloja en la multiplicidad de capas que van sucediéndose en simultáneo y en la manera en que cada una lo hace de acuerdo con su propia temporalidad, y allí se construye el erotismo de la película, mucho más que en las acciones que se muestran. Los momentos, dispuestos como en una canción, van tocándose y dejándose, empiezan y se interrumpen, dando lugar a vacíos que son arrebatados por otras temporalidades: se toma una parte de algo y se la enrosca con otra que luego será destrozada u olvidada (como los cuerpos dentro de la caja, como los espías que desaparecen). En una escena a mitad de la noche, de manera repentina, se desata una tormenta. Llega después de un único relámpago y se va sin dejar rastros de humedad ni de agua en los cuerpos. Es un misterio, las acciones suceden sin saber cómo se llegó a ellas y desaparecen como si nunca hubiesen sido necesarias, pero sirven para modificar la densidad de la atmósfera, donde todo lo que está hundido en ella es una única cosa dispuesta a lo que sea que acontezca. Así, el tiempo de esa noche se vuelve para sí mismo y sella el pacto de algo que parece no poder ser contado, como si todo lo acontecido hubiese sido un sueño, parte de un acto mágico que se clausura y que no podrá volver a encontrarse.
Liberté (Francia, 2019), guión y dirección de Albert Serra, 133 minutos.
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