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Después de El estudiante (2011), es decir, de la película que supo, por casualidad (también causalidad, eh) o por inteligencia, decodificar y acomodarse, a nivel cinco estrellas, en las grietas existentes en el agujero negro que implica la distribución nacional, todos esperaban –como mosquitos religiosos– el próximo paso milagroso del director Santiago Mitre. ¿Qué destreza de género capaz de saber leer cartografías no industriales y zeitgeists exhibiría ahora el director de El estudiante? Mitre ha intensificado señales y brailles para que no se lea Los posibles de esa forma, como su segundo film; aunque se hace no imposible, pero sí fascinantemente saludable, ver en su trabajo codirigido con Juan Onofri Barbato una forma posible del cine argentino, tan capaz de ir al género como de perderse en una danza. Lo vital aquí es que “posibilidad” es la palabra/plastilina que define el asunto: “posibilidad” es una palabrita usada pringosamente para definir la reintegración social a lo Telefé, que en la película asume la forma de unos adolescentes de Casa La Salle que han creado un espectáculo de baile. Reales, palpables, poderosas posibilidades plásticas de cualquier palabra involucrada (Mitre, cine, danza, jóvenes, Onofri Barbato, reintegración).
Es fácil ponerse bienpensante con Los posibles y leerla como un acercamiento con la moral de un minero en el Oeste americano. Es fácil, pero también es torpe: niega la concreta potencia visual del film (guste o no, hay fuerza, hay ganas de mostrar un espectáculo físico), mirada de cine que cree puntualmente en ese instante en que los cuerpos deciden ponerse en movimiento. Lo que Mitre y Onofri han construido es una película muscular (en un punto, la anti-El estudiante) que confía en el cine como forma de registrar la belleza (y no tanto de construirla desde una orfebre mezcla de género y presente). Todo es físico, todo es admiración del cuerpo: en un cine argentino que se acostumbró a dejarle la firma a cada plano, que insiste en crear autores antes que obras, Los posibles se pierde en su buscada educación física y les deja el espacio a sus bailarines, no sin antes saber debilitar el área en que se mueven (lejos de reducirse a una cámara en un trípode filmando todo lo que sucede en un espectáculo de danza, el cine aparece aquí hipnotizado y, en consecuencia, hipnotizante). El cine cree más en ese otro espectáculo y cree que una mirada distinta sobre él puede crear una obra de arte. Y tiene razón. Al aceptar perderse en esos cuerpos, en la rapsodia que crean, “nuestra demorada, necesaria y resplandeciente Amor sin barreras”, como dijo Marcelo Panozzo, genera pasos que el cine argentino no daba ni sabía que podía dar. Pasos osados por enamorados del arte (o, al menos, porque entienden que hay algo allí que el cine puede traducir como nadie); pasos medidos, pero no por eso menos desesperados. Mitre y Onofri entendieron la magia de capturar un instante invencible e hicieron Los posibles.
Los posibles (Argentina, 2013), dirección de Santiago Mitre y Juan Onofri Barbato, 55 minutos.
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