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Hay una frase que repiten los que hacen cine que habla de la dificultad de trabajar con niños y animales. Ni unos ni otros conocen la representación y por eso, cuando están frente a la cámara, no pueden más que ser quienes son. Algo de esa inmanencia también nos hace pensar que hay ciertas cosas que, realismo mediante, no se pueden actuar, por ejemplo, la vejez (aunque Hollywood lo intente una y otra vez con ayuda de maquillaje, efectos especiales y demás trucos que nos incitan a entrar en el pacto ficcional de turno). La maravilla de Lucky, el primer film de John Carroll Lynch (conocido por su participación en roles secundarios), es ese protagonista nonagenario interpretado por Harry Dean Stanton que, con su fragilidad y su aire de fantasma, nos brinda la oportunidad de preguntarnos qué es en el fondo un actor.
Lucky es un ex veterano de guerra de casi noventa años cuya rutina incluye visitas regulares al café y al bar del pueblo, ejercicios de yoga y crucigramas. Vive solo y goza de una salud excelente que hasta su médico juzga inusual para su edad. Pero un día, sin motivo aparente, Lucky se cae y empieza a intuir que el final está cerca y que es necesario estar preparado. La acción tiene lugar en un pueblo a la vera del desierto donde nadie ignora casi nada de sus vecinos, donde las historias de vida son conocidas por todos menos por nosotros, que sólo podremos adivinar algunas cosas. El cuadro se completa con varios personajes encantadores, entre ellos un hombre —interpretado por David Lynch— muy angustiado por la desaparición de su tortuga y cuyas reflexiones, desprovistas de todo cinismo, se cuentan entre los momentos más emotivos del film. Lucky es una despedida, un epílogo sin obra, pero aunque no hable de la esperanza tampoco es melancólica sino sumamente vital. La vida es esto que sucede: una fiesta de cumpleaños con música de mariachis, una charla profunda con un extraño, el amor por una tortuga. Y es tanto más intensa por la proximidad del final.
La vida y la personalidad de Lucky también parecen ser un homenaje al actor que lo interpreta (esta fue la última película que filmó Stanton antes de su muerte en septiembre de este año): la participación en la Segunda Guerra, el ateísmo vital, la sabiduría y el desapego del personaje coinciden con los del intérprete. Basta, incluso, un recorrido por sus citas célebres recopiladas en imdb para notar las similitudes y hacernos una idea del tipo de artista que fue Harry Dean Stanton, que actuó en decenas de producciones como “actor de reparto”, categoría cruel a la que en inglés se llama extrañamente character actor y que designa a todos esos rostros que nos suenan pero a los que no podemos ponerles un nombre; como si ser anónimo y múltiple no fuera en el fondo el atributo más noble de esa profesión.
Lucky (Estados Unidos, 2017), guión de Logan Sparks y Drago Sumonja, dirección de John Carroll Lynch, 88 minutos.
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