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En P3nd3jo5, película con la cual Raúl Perrone ganó el premio como mejor director de la Competencia Argentina en el último Bafici, los ángeles caídos retornan y una vez más Perrone les devuelve la voz y el cuerpo, paradójicamente en una película muda en la que al fin se afantasman.
De clausura en Ituzaingó, Perrone cumple una vez más con el ritual como un monje. El paseo diario por el jardín suburbano le recuerda lo esencial: el arte debe estar al servicio de los otros, en este caso, un grupo de skaters. Como el monje pintor Rubliov, sabe que su talento no le pertenece y que su trabajo no es de creación. Al cabo de cada jornada, ya en el monasterio, esculpe en el tiempo (del cine), re-crea lo que ha visto y oído en sus largas caminatas. Lo hace en formato 4:3, en blanco y negro, y con una duración inusual: dos horas y media.
El cine tomó el camino equivocado cuando se transformó en industria y perdió la mística y la utopía. Perrone, cual profeta en el desierto, desanda este tiempo perdido del cine y se retrotrae –para encender la chispa– a un estadio mítico. Sin dejar de apuntar ni un segundo al futuro, retorna “a las fuentes”, como le gusta decir. Como lo hiciera Esteban Sapir en La antena (2007), pero sin el esteticismo vacío de esta última, vuelve al cine mudo. Artesano del montaje, compone una nueva experiencia visual y sonora con una polifónica alquimia de texturas y músicas, entregándonos un film que tiene algo de epifanía, pero también de déjà vu (de Epstein, Ozu, Bresson y Kaurismaki). Con sutileza, el horizonte sonoro del suburbio (el ruido de los trenes, la sirena de la policía, el rock y la cumbia) es templado por el sonido directo de la práctica del skate, un sonido “cósmico” u “oceánico”, el que pudo haber acompañado a las viejas películas mudas, el de la ópera y la música electrónica. Con la autoconciencia del cine moderno, y con más de un desfasaje entre lo que vemos y oímos, Perrone redescubre el blanco y negro, explora tiempos muertos, abre una cuarta dimensión utilizando el fuera de campo y la cámara lenta. La contemplación muda que ofrece restituye también un estado actual de la lengua. Incluye, como lo había hecho en su Tríptico, un estado “tecnológico” de la comunicación en el título (P3nd3jo5) y en la división en actos (1NO, DO2, TR3S, COD4), y en el lugar aséptico y de borramiento del origen social de quien enuncia, en los intertítulos, leemos: “hay un requilombo”, “me bardea”, “piloteala”, “tengo ganas de irme a la mierda”.
En Mística del cine, Élie Faure definía el cinematógrafo como una “música que nos llega por intermedio de los ojos”. Ricciotto Canudo sostenía que en el cine debíamos escuchar “la música de la luz”. Con Perrone, con su nobleza y amor por el cine y el prójimo, el cine vuelve a ser un vehículo de redención, y sobre todo, de misterio. Esperemos el estreno en salas de P3nd3jo5 y sentémonos a escuchar con los ojos una nueva elevación de las almas del conurbano.
P3nd3jo5 (Argentina, 2013), guion y dirección de Raúl Perrone, 150 minutos.
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