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Quién te cantará

Carlos Vermut

CINE y TV

Las películas con ángeles tristes de Carlos Vermut son musicales, pero no porque sus personajes canten y bailen (aunque lo hagan), sino por la melodiosa construcción de sus respectivos mundos de sombra. De encuadres estáticos pero amplios, de una malignidad sonora basada en la incubación permanente de un silencio negro e inmenso, y de una apariencia joyante que lo vuelve un objeto precioso pero capaz de lastimar en la cercanía, el cine de Vermut tiene el hieratismo del arte religioso y acaso su misma quietud. La nostalgia estética que lleva a compararlo con Almodóvar se queda corta en la evidencia de que Vermut está yendo un poco más allá en la indagación del dolor como forma de refinamiento artístico superior. Y así como la magnífica Magical Girl (2014) estaba más cerca del demiúrgico Kubrick de Eyes Wide Shut (1999) que del tenebroso Pedro de Carne trémula (1997), ahora Quién te cantará pasa cerca de La piel que habito (2011) para empujarse definitivamente hacia el origen que ambas tienen en común: el cine de Georges Franju.

Hay que volver a esa obra maestra que es Los ojos sin rostro (1960) para recordar cómo el cine puede mostrar a dos personas observándose y espiándose entre sí, y la inteligencia de Vermut consiste en solapar esa herencia reverenciando esquinadamente la sensibilidad camp. El tema de Quién te cantará es la memoria, pero en esta historia donde una mujer trata de ayudar a otra a recordar quién es se juega, también, la posibilidad de hacer del recuerdo un modo de la respiración artificial. Frente al mar, la cantante pop Lila Cassen colapsa y funde a negro su vida, y Violeta, su fanática número uno, es contratada para traerla de regreso desde esa amnesia cruel que la ha capturado. A Violeta le pagan para que vuelva a enseñarle a Lila sus movimientos, sus pasos de baile, sus ademanes, y así Violeta se transforma en la memoria de Lila, pero una memoria exterior que sólo puede conformarse con ayudarla a acomodar el cuerpo frente a las demandas superficiales del show business robótico. Ese límite angustiante, esa imposibilidad para avanzar más allá del cuerpo y los reflectores que lo enfocan hace que, en sus mejores momentos, Vermut logre escenas prodigiosas que parecen un sistema de agresiones eróticas sostenido por estilizados retratos de Modigliani a los que se les ha concedido el milagro del movimiento, pero no el de la voz. En los ensayos, Violeta y Lila cantan y bailan, pero, en realidad, parecen estar esperando para gritar, aunque la pasión por lo quieto de Carlos Vermut siempre obliga a que ese dolor muera sin estridencias contra las paredes del despojadísimo departamento de Violeta, contra el brillo terrorífico de los espejos del karaoke en el que trabaja (por primera vez en mucho tiempo el cine vuelve a mostrar los bares de canto como lo que realmente son: paraísos artificiales de la tristeza colectiva) o contra el mueblerío sofisticado de esa casa flotante en la que Lila está como presa, y en la que ya no puede distinguir los sentimientos de las actitudes. Cuando están juntas, la ternura que aparece entre Lila y Violeta es un signo de ese sufrimiento individual que padecen a solas, enjauladas de distintas maneras y con distintos presupuestos, pero en el que se reconocen y desde el que, a veces, no tienen más remedio que mostrarse los dientes, como hacen los verdaderos monstruos de las pantallas y los escenarios. El colmo de ese dolor es la impostación devastadora que las ha conectado: el entrenamiento de una mujer para regresar a una vida en la que ya no cree. Entre esos apagones de la memoria y del ánimo refulge el extraño mundo de Carlos Vermut. Hiperartificial como un manga japonés suspendido entre el color y la oscuridad, denso como la música que deja escapar un vinilo guardado durante mucho tiempo en el interior de un ataúd, fascinante y mortífero como ese mar grisáceo donde empieza y termina esta película extraordinaria.

 

Quién te cantará (España, 2018), guión y dirección de Carlos Vermut, 119 minutos, Netflix.

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