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En una idea todo es promesa. Aun así, hay ficciones que se completan al momento de cumplir con su premisa y otras que funcionan a la inversa, cuando la promesa se rompe. Sharp Objects promete una historia de género, minuciosa y audaz, de giros ingeniosos y súbitos, pero lo que finalmente entrega es otra cosa. Mientras distrae con su propuesta inicial, la miniserie exhibe lo que verdaderamente tiene para dar: pequeñas postales de género.
Camille, personaje interpretado por Amy Adams, es una periodista que vuelve a su pueblo con el objetivo de escribir y revelar la historia oculta detrás del asesinato de una niña, excusa perfecta para poder adentrarse en un pasado perturbador. Al regresar, se reencuentra con su madre y su media hermana, los otros dos personajes pilares de la miniserie. La maternidad opresora y el rencor y escepticismo que vinculan a las tres mujeres son los componentes en los que se apoya la trama, por momentos vacua y endeble sin quererlo. En Sharp Objects los episodios son piezas que subordinan la emoción a la estética visual y sonora hasta dar la impresión (errónea) de que en ellas se puede encontrar —al menos en alguno de los ocho episodios— guiños narrativos que tengan que ver con el avance de la investigación. Los elementos del policial van pasando como los folios en un álbum fotográfico revisado con obsesión y temor. La ansiedad que empieza a aparecer a medida que los efectos angustiantes se repiten, y que en un principio cautiva sistemáticamente, termina por abrir otros espacios: el de la espera y la observación.
Los elementos narrativos de la serie son los clásicos: un pueblo árido, de calles habitadas principalmente por un grupo reducido de jóvenes patinadoras (costumbre que en el pueblo se mantiene desde la adolescencia de la protagonista, en un intento de lograr el efecto clásico de detención del tiempo), quienes además, teniendo en cuenta el contexto, ocupan el rol de víctimas potenciales al transitar el pueblo con irreverencia y en soledad; el detective foráneo, que se mueve con el único fin del bien colectivo, sin un pasado delineado, clavado en el presente delimitado por la periferia del pueblo; un padrastro melómano, hundido en su colección de discos, tan incómodo como ausente; y el sheriff, inmerso en la cacería de un presunto culpable, candidato perfecto para limpiar la imagen del pueblo. La atmósfera se completa con ventiladores permanentemente encendidos que, lejos de evocar la función real del instrumento, exponen en cambio un clima sofocante. El cuerpo de Camille, cubierto de cicatrices en forma de palabras clave, ocupa siempre el centro de atención. Y, como accesorios autónomos, la miniserie cuenta con abundantes flashbacks, que si bien pueden tomarse como un facilismo narrativo, también influyen en la patología culposa de la protagonista, que recae crónicamente en secuencias oscuras de su pasado. En estos retratos, que aquietan el tiempo como si la narración fuese una meseta sin horizonte, es donde Sharp Objects mejor trabaja. Jean-Marc Vallée, responsable de Big Little Lies, ha vuelto con el ojo puesto más en la representación y la elaboración del conflicto interior de los personajes que en el desarrollo del acontecimiento narrativo propiamente dicho. Sharp Objects navega en un pantano que aparenta ser más espeso de lo que realmente es, aun cuando, en la quietud de sus aguas, se puedan apreciar reflejos conceptuales de la más pura ficción de género.
Sharp Objects, creada por Marti Noxon a partir de una novela de Gillian Flynn, dirección de Jean-Marc Vallée, HBO, 2018, 8 episodios.
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