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“Fake it till you make it” dice una conocida frase motivacional norteamericana que actualiza antiguos y misteriosos lazos entre realidad y ficción, entre hábito y creencia. Si se simula con la convicción necesaria durante el tiempo suficiente, es posible convertirse realmente en la cosa deseada. En la premisa de The Americans, la serie de FX que acaba de terminar su cuarta temporada, resuena el eco de ese conjuro conductista que vuelve borrosa la línea entre apariencia y realidad.
Ambientada a principios de los ochenta, la serie sigue a Philip y Elizabeth Jennings (Matthew Rhys y Keri Russell), dos espías de la KBG infiltrados desde hace veinte años en Estados Unidos, que llevan vidas “americanas” perfectamente normales en un suburbio de Washington, administran con éxito una agencia de viajes y tienen dos hijos que ignoran su identidad. Al mismo tiempo, cumplen misiones peligrosas y muchas veces sangrientas que les encarga una esquiva central de operaciones en Moscú. La serie tiene su buena dosis de suspenso e intriga, con tramas ajustadísimas y numerosas escenas en ruso pobladas de encantadores burócratas soviéticos y agentes del FBI como Stan, el vecino de los Jennings, que resultan mucho más entrañables de lo esperado.
Elizabeth y Philip, a la manera de dos superhéroes de la Guerra Fría, usan toda clase de pelucas y disfraces con los que salen a cumplir tareas de inteligencia para luego encontrarse con su familia vestidos con el disfraz más convincente de todos: el de americanos comunes y corrientes que practican deportes con sus amigos y van de vacaciones a los parques temáticos de Orlando. La historia de los dos espías es, en el fondo, la historia de un matrimonio que lucha por mantenerse a flote, lidiando con la crianza de dos hijos adolescentes que empiezan a ver a sus padres como son en realidad. “Fake it till you make it”: el conjuro ha tenido tanto éxito que, en su afán de pasar por americanos, la máscara empieza a confundirse cada vez más con el rostro verdadero, como en el caso de Philip, que asiste desde hace dos temporadas a unos dudosos seminarios pseudoespirituales y entabla, muy a su pesar, una relación genuina con una secretaria del FBI a la que seduce para convertir en su informante. O en el caso de Elizabeth, que sufre porque se ha hecho amiga de una mujer que es blanco de una operación de espionaje y a la que ahora tiene que arruinarle la vida.
En 2013, cuando se estrenó la primera temporada de The Americans, la crítica televisiva le auguraba el mismo destino que habían tenido sus contemporáneas Mad Men y Breaking Bad. Por razones insondables, el éxito no llegó en forma de Emmys u otros premios similares, y ni siquiera se manifestó en altos números de espectadores. A pesar de esa relativa indiferencia, la serie logró mantener una constante tensión narrativa durante los cuatro años que lleva en el aire, y se anuncia que será renovada por dos temporadas más, lo que le dará tiempo a los guionistas de resolver con elegancia una trama cada vez más angustiante. The Americans tal vez sea una de esas series que alcanzan la gloria una vez concluidas. Su tono es ciertamente difícil de precisar, no cuenta con la grandilocuencia visual de Mad Men a pesar de la ambientación de época, ni apela a las innovaciones formales de la fábula de Walter White. Así y todo, pocas series reflexionan de manera tan inteligente sobre la naturaleza de la representación y la dimensión performativa que encierra cualquier identidad.
The Americans, creada por Joseph Weisberg, FX, 2013- .
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