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¿Por qué (para qué) contar una película? En primer lugar, para compensar una distancia inimaginable. La narración de la experiencia audiovisual es siempre una operación peligrosa, en cuanto nunca deja de asumirse como completa sino hasta volverse consciente de su doble naturaleza. Por un lado, contar una película implica un despojo brutal, un retorno más o menos complaciente a la zona primitiva del ingenio personal. Frente al puro oyente –¿es posible imaginar una situación de escucha más demandante para el narrador que el relato interpersonal de un relámpago de veinticuatro fotogramas por segundo reducido a una combinación más o menos ingeniosa de palabras?–, ninguna película es fácilmente pensable. Y si el cine contemporáneo se “audiové” –la expresión es de Michel Chion–, más que nunca debido a su tendencia al petardeo y la estridencia, contar las películas de Eric Rohmer –ejercicios, casi todas, de amortiguación y descascaramiento– puede ser lo más parecido a tratar de narrar el proceso de formación de la materia onírica. El libro de Débora Vázquez es, por lo tanto, y antes que nada, un ensayo de modulación. Pero también, y mejor aún, es un inventario de nociones previas y posteriores a una experiencia cada vez más inusual, si entendemos el cine como un lugar al que se va “ligero” y del que se vuelve “cargado”. Construir un modo de conversación es algo muy diferente de inventariar aciertos y desaciertos técnicos o resumir giros argumentales tratando de no deshacer expectativas –vicios recurrentes de la crítica más perezosa–, algo más cercano a la puesta al descubierto del diario de viajes, al corrimiento impúdico del velo protector del cuaderno íntimo que al desborde circunstancial del inventario de opiniones. Y por suerte, este recorrido estacional del cine de Rohmer está más cerca del ejercicio respiratorio que de cualquier cronología al uso, de la emoción inquieta convertida en nota o apunte breve que del ensayo extenso como laboratorio donde ponerse a mezclar ideas recibidas y ya pensadas, antes, por otros. Los riesgos no eran pocos y los logros del estilo de la autora permiten sospecharlos a la vez que, felizmente, los anula. Porque si el intento de volver a encontrar en el lenguaje lo que la memoria evocaba requería de cierta improvisación, un deseo de saber y compartir que, era de esperar, se resintiera al momento de la escritura, frente a la ambición del propósito (ponerle palabras a la filmografía más “literaria” de la nouvelle vague), Vázquez elige sostenerse en un lugar que está tan libre de las rigideces de la teoría como de los lugares comunes de la crónica de festivales. En su libro, el cine de Rohmer encuentra una entonación y una textura particulares, y ese es un logro literario que hay que saber apreciar frente a la importancia y el prestigio de la filmografía con la que se mide.
Débora Vázquez, Un verano con Rohmer. Crónica de una retrospectiva, Beatriz Viterbo, 2013, 96 págs.
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