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Muchos años atrás costaba imaginar un desenlace político para el cine de Abel Ferrara, principalmente porque sus películas seminales de los noventa (El rey de Nueva York —1990—, Un maldito policía —1992—, Juegos peligrosos —1993—, El funeral —1996—) se habían encargado de situarlo como un continuador desquiciado de las arquitecturas ásperas y religiosas del mejor Martin Scorsese. Ferrara era otro italoamericano sumergido en el tablero urbano nocturno, otro buceador del lado más oscuro y violento del American way of life, siempre tutelado por una memoria cinéfila que era, también, memoria del cuerpo social y sus orígenes. Algo cambió, sin embargo, a partir de Mary (2005), esa película casi invisible —por la escasa circulación que tuvo— en la que un cineasta, una actriz y un presentador de televisión trababan con la figura de Jesucristo una relación tan intensa como burda a través de una suerte de verismo documentalizante. La visceralidad de Ferrara se transformó en la medida industrial de su disconformidad, y cada una de sus películas, a partir de entonces, pareció diseñada como un peldaño de una escalera cada vez más empinada en sus pretensiones de ser tomada como una carrera —ahora sí, por fin— “artística”. Ferrara parece sumergido en la continuidad tramposa del cine de festivales, en cuyo seno trata, de vez en cuando, de reciclar las curvas de exceso y reviente, de juego con la legalidad social, que lo habían catapultado a la fama en una época en que el cine no se tomaba la violencia, el sexo y las drogas demasiado en serio. Algunas de sus mejores películas son contemporáneas de algunas de las mejores películas de Quentin Tarantino, y en esa tensión entre su poder fetichista y el lujo apariencial y emotivo del creador de Pulp Fiction (1994) desbarrancó la última década problemática del cine estadounidense. Ahora Ferrara no usa los objetos pervertidos de sus películas; los colecciona y los ubica en cadena —hace un nada despreciable remake encubierto de The Killing of a Chinese Bookie (1976), de John Cassavetes, por ejemplo, y un casi ridículo ejercicio de ciencia ficción sobre el último día de vida en la tierra, 4:44 Last Day on Earth, que en nuestro país se estrenó directamente en DVD— mientras se entrega, en el caso que nos ocupa, a la crispación orgiástica entendida como ciencia posmoderna. Su versión del affaire Strauss-Kahn es un teatro de brutalidades huecas que no tiene nada de los abismos psíquicos por los que alguna vez se sintió atraído, como si las poses y los gestos de Gerard Depardieu les hubieran ganado la partida a las convulsiones, los tics y las miradas muertas de los Harvey Keitel y los Christopher Walken con los que Ferrara supo, en otras épocas, entenderse mucho mejor.
Welcome to New York (Francia y Estados Unidos, 2014), guión de Abel Ferrara y Chris Zois, dirección de Abel Ferrara, 125 minutos.
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