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A Marcelo Cohen
¿Cómo situarse ante un pensamiento creativo? No es común encontrar libros centrados (absortos) en la producción de pensamiento nuevo y que por lo tanto se vuelven libros creativos. Con frecuencia, acaso excesiva, pensamientos vinculados a la filosofía con distraída buena voluntad o mera rutina se confunden con dos de sus rasgos, necesarios pero que en ocasiones tapan el horizonte: la erudición —que en El sexo de los modernos (Manantial, 2022) Éric Marty manifiesta en grado sumo, sin alardes— y la pertenencia a una u otra corriente de pensamiento. Lo único que se podría concluir sobre este punto es que, habiendo Marty leído filosofía con esmero, mucho lo acerca a las tesis del último Foucault, con quien no deja de permitirse las libertades propias de un pensador cuando lee a otro pensador. Claro que la situación corriente es bastante más pobre y lleva a que la producción de pensamiento quede en manos de “especialistas”: hegelianos, marxistas, lacanianos, butlerianos, poscoloniales, orientalistas, etcétera. La anuencia de lectores obedientes o pasivos hace que demasiado a menudo dediquemos nuestra escucha a aquellas/os que se atribuyen el habla por el simple hecho de suponerlos sabios. El libro de Marty prefiere comprobar si lo que dice cada especialista alcanza un nivel de pensamiento que supere la mera erudición. Sin ironía me aplico la misma medicina: soy visto como “especialista del Zen” y me las veo canutas para dar mi opinión sobre algo sin que la/el interlocutor sienta que está escuchando la última palabra en la materia, como la voix de son maître de los antiguos vinilos con perro pendiente del gramófono.
Éric Marty, proveniente de la literatura, consigue un libro que produce pensamiento nuevo a base de hurgar en detalle los modos (modernos y posmos) de entender sexo y género. Y ya que a veces un pensamiento así se mira como “verso libre” y se lo teme como a un zorro que alborota el gallinero de la erudición ambiente, no extraña que las reseñas más críticas provengan justamente de representantes de familias ideológicas acreditadas. “No ama a Butler”, dice una. “Parece peleado con Lacan”, se queja otro. Y más allá a una tercera se le escapa: “No se sabe cuál es su escuela”. Marty se arrancha en la órbita de Foucault. Pero no por eso deja de introducir filosas críticas: matiza sus simpatías con las armas de la lealtad crítica. Una abejita pareciera zumbarle al oído aquella salida de Aristóteles: “Amo a Platón. Pero más amo la verdad”.
Entonces, ¿cómo leer una obra que fabrica pensamiento? En mi intento me serví de dos argucias metódicas sencillas:
– Leer el texto como si se tratara de una novela cuyos personajes son autores. Construidos, eso sí, con escrupulosa fidelidad textual, pero sin dejar de observar su historicidad y hasta su novedad, patente en circunstancias y agendas que Marty demuestra conocer a fondo.
– No conceder “privilegio epistemológico” a ninguno de ellos (Barthes, Lévi-Strauss, Lacan, Sade, Foucault, Butler, cada uno con sus respectivas redes y constelaciones). Es su exigencia para urdir juicios independientes sobre aciertos y descarríos de cada cual, siempre según su criterio.
Con mucha suerte y extremada benevolentia barthiana, la compulsa de una obra tan dotada de pensamiento creativo necesita alguna dosis de ese rasgo por parte del lector. No aludo, obvio, a uno posible mío, sino al que aconsejaría y desearía de quien se adentre en una obra que merece llegar a ser un hito en la materia.
Pero ¿cómo detectar el centro o centros de los asuntos que trata?
El criterio de Marty no es la flecha de un avance cronológico sino el movimiento espiralado de asuntos que tocan al “pensamiento” y a la “vida", términos que encara con coraje, sabedor de que hablar de sexo y género es imposible fuera del plano de la experiencia personal.
Su libro merece ser entendido como un iceberg. Consta de una parte visible, que hace brillar de forma atractiva; y de un grueso volumen que el lector va vislumbrando al acompañar a Marty en una lectura si cabe tan cuidadosa como la escritura del autor. Como sabemos, las dos zonas de un iceberg son a la vez atractivas y peligrosas. Lo que aparece a simple vista se llena de luz y colorido, es ameno, sustancioso, bien tramado (los sentidos no nos traicionan). El peligro de esa masa helada lo perciben quienes viven atados a una ortodoxia y la aplican como argumento en vez de dejarse llevar por las aguas y practicar una relación, siempre extraña, entre “lo real” (fáctico y teórico, para decirlo a la manera de Foucault) y la mirada que busca entender ese real.
La parte más visible del iceberg es la noción de género. Marty “construye” en su libro una noción de género que “incluye” dos elementos de su constitutiva ambigüedad. El primero es la cohabitación en un mismo casillero semántico de dos dimensiones heterogéneas: la metodología ideológico-militante; el paso atrás propio de la observación y la elaboración conceptual. Dicho entrelazamiento de modos es exhaustivamente expuesto (y defendido) en la primera parte de la obra. Allí plantea la “cuestión del método” de Butler (campo social, agencia, performativo, resignificación), que Marty considera una refundación del orden simbólico (y no una mera “aplicación” de la metodología foucaultiana). De acuerdo con la exposición de Marty (que encuentro leal con los postulados de Butler), se entiende en qué sentidos el género se concreta como herramienta epistemológica. Resumiendo al extremo: es un instrumento para el despliegue de “lo real”; permite explicitar un método propio; refresca el vocabulario filosófico; reorganiza el archivo de pensamientos y autores disponibles.
La parte menos visible (y que acaso contiene la promesa de un mayor despliegue conceptual y político) desarrolla la segunda ambigüedad y consiste en la confrontación de la “aventura americana de los gender” con el “pensamiento moderno francés” (en América Latina, este ha sido resumido como “estructuralismo” y en Estados Unidos, como French Theory). El gender constituye una invención americana, fruto de la hibridación de culturas y pensamientos y también signo del carácter propiamente “nacional americano” de los discursos que vehicula. El gender es para Marty una clara expresión de la ideología de Estados Unidos. Quiero enfatizar la importancia de este asunto. Busco alertar a los lectores sobre la diferencia (sutil pero crucial) entre las tesis defendidas por Butler (básicamente acertadas) y un entorno latinoamericano que difiere mucho del de Kimberlé Crenshaw (“Demarginalizing the Intersection of Race and Sex”) o el de Gayatri Spivak (“¿Pueden hablar los subalternos?”), y que tiñe de cierta artificialidad la adopción del pensamiento “interseccionalista” por parte de la última Butler y su adopción algo acrítica por parte de María Lugones (“The Coloniality of Gender”) y antes, de Aníbal Quijano (“Colonialidad del poder, globalización y democracia”). Este es naturalmente un asunto a discutir.
Así, el libro de Marty desarrolla la historia y la actualidad de una paradoja fecunda para el pensamiento contemporáneo: hilar las idas y vueltas de “un pensamiento de género esencialmente sociológico o psicosociológico, nutrido de pragmática y filosofía analítica, mediante un imponente arsenal teórico fundamentalmente diferente, cuando no antagónico, y que en la Francia de los setenta recibió el nombre de “La Teoría”.
Apuntemos, entonces, algunos logros de Marty. Si algo distingue a los Modernos de los Gender es que, para los primeros, en su esfuerzo por referir “algo real”, el pensamiento es ante todo “una escritura”, vale decir, unas hipótesis plausibles sobre algo que ocurrió y/o algo que merecería ocurrir.
La presentación exhaustiva de los pensamientos implicados (de Lévi-Strauss y Bourdieu a Barthes y Lacan, pasando por Blanchot, Deleuze, etcétera) facilita un camino para penetrar hasta el hueso los pensamientos en especial de Foucault y de Butler, siempre atento el autor a dejar abiertas puertas que permitan “que siga la función” de interpretar. Marty se sirve de los sabios consejos de Derrida, razonando que todo buen heredero se caracteriza por recibir, asimilar, agradecer el capital recibido, para a continuación reorganizarlo, orientarlo hacia otros valores. Al mejor estilo de Diógenes de Sínope, todo pensamiento vivo “cambia el valor de las palabras”. Y es con ese respeto que Marty lee el pensamiento en curso de Judith Butler, y le parece erróneo considerarla simple “traductora al americano” de las tesis de Foucault (aunque ella misma lo haya manifestado, con reflexión irónica). Marty practica numerosas “deconstrucciones”. Una de las más prolijas y exhaustivas la dedica a la obra de Lacan, retirándole el acatamiento reverencial (dijera Rudolf Otto) que muchos dedican al, por otra parte, gran sabio, no ocultando sus limitaciones a la hora de revisar los fundamentos del género. Apoyándose en las tesis del último Foucault y paseando de la mano de la mejor Butler, el libro de Marty abunda en reflexiones sobre los límites de una pansexualización del placer que lleva a encorsetar y desoír crecientes y variados ataques al binarismo convencional. Sólo por esto vale la pena leer la larga cuarta parte de la obra, “MF, el poseuropeo. La Ley, la norma, el género”.
La aportación epistemológica se traduce en una caja de herramientas en parte distinta, basada en argumentos que en este momento sólo menciono al pasar. Plantea un nuevo contexto para la reflexión sobre diferentes autores (no sólo Lacan, también Deleuze, Derrida, Lévi-Strauss, la propia Butler). Por encima de querellas de escuela, Marty desgrana un pensar concreto que articula en nociones como la espiral (separándose de una ideología del progreso sostenida por la figura de la flecha o vector ascendente), el recurso a la mediación y la reivindicación de un sujeto realmente existente desde su necesaria refundación.
Para no quedar flotando en un limbo de futilidad metafísica, Marty considera que la pesquisa sobre el género merece buscar la forma de aportar elementos a la esfera política. Considera que las hipótesis teóricas hay que articularlas con el movimiento histórico. Esto explica su lectura entusiasmada de la obra de Butler, sobre todo cuando va desgranando detalles del “método” butleriano en decenas y decenas de desarrollos o notas. Son de gran riqueza las consideraciones sobre la construcción de la “escena teórica” en Butler, quien se aproxima en esto tanto a Sartre como a Althusser, y así arma su “performativo”. A la vez, la lectura atenta de la autora norteamericana lleva a Marty a distinguir “dos Butler” y a considerar discutibles ciertas orientaciones recientes, primero las “interseccionalistas” (Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos contemporáneos en la izquierda) y las que Marty considera “una suerte de cripto-humanismo” butleriano (Deshacer el género), donde “la humanidad” excede los discursos de dominación, “el individuo” accede a un “afuera”, a “una inteligibilidad que escapa a las condiciones habituales de la comprensión”, instaurando, según palabras de Butler, “la posibilidad del amor más allá del influjo de la norma”.
Ya lo vemos: Marty ama apasionadamente a Butler y a Foucault. Pero intenta “amar más” la forma que considera veraz y eficiente para plantear las condiciones de un pensamiento de género contemporáneo.
Imagen: Self-Portrait in Drag, de Andy Warhol, ca. 1981.
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