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En su ya tradicional lista de lecturas recomendadas de fin de año, el ex presidente estadounidense Barack Obama incluyó Normal People, de Sally Rooney, un libro sobre un par de adolescentes irlandeses blancos donde no se tematiza ningún ítem de la agenda progresista mundial —lo que suele figurar en ese listado—. En este contexto de gran exposición mediática, cabe preguntarnos quién es Sally Rooney y por qué estuvo en boca del mundillo literario angloparlante en los últimos dos o tres años. Se trata de una escritora irlandesa que aún no cumplió treinta años y ya publicó dos bestsellers: Conversations with Friends (2017) y Normal People (2019), que vendieron más de cincuenta mil ejemplares cada uno, con especial éxito entre los jóvenes, quienes inundaron las redes sociales con sus portadas. Sus traducciones (Conversaciones entre amigos y Gente normal) se publicaron en España por Random House, pero aún no llegaron a América Latina (a menos que se busquen en su edición digital). Quien los lea rápidamente podrá reconocer un mismo tono en ambas novelas.
En Conversations with Friends, Frances, una joven aspirante a escritora, cuenta las relaciones sentimentales y sexuales de un grupo de cuatro: su exnovia Bobbi; su álter ego de una generación mayor, la escritora Melissa; y la pareja de ella, el exgalán devenido en actor frustrado Nick. Entre viajes a la costa francesa, copas de vino y tazas de café, se cuenta la relación entre estos cuatro personajes sin mayores énfasis o puntos para destacar: no se tematiza especialmente el amor lésbico ni el amor grupal ni las relaciones tóxicas, y mucho menos se trata de una novela erótica. Nada de eso hay, sino más bien una novela sobre el devenir de los días entre estos jóvenes millennials, una suerte de Girls (Lena Dunham, 2012-2017) sin el histrionismo de sus protagonistas, o Love (Appatow-Arfin-Rust, 2016-2018) sin tanta sensiblería ni apelaciones a la comedia (la referencia a series televisivas, el gran consumo cultural de estos tiempos, no es casual: esta novela pronto llegará a la pantalla chica de la mano de la BBC).
Normal People se sitúa justo antes en el tiempo: los capítulos narran el período comprendido entre enero de 2011 y febrero de 2015, y lo que se cuenta allí es la vida de Marianne y Connell desde sus últimos años en el secundario del pueblo hasta sus primeros años como universitarios en Dublín, también con múltiples idas y venidas en su relación amorosa, fraterna y sexual a la vez. Los personajes son distintos a Frances y Bobbi, pero hay un claro “hábitat común” entre todos ellos.
¿Por qué fueron furor entre los millennials estas pequeñas historias anodinas de chicos burgueses, que se enamoran y se pelean, que hablan de política pero que no actúan, que están ahí, sin sufrir violencia de género o discriminación por etnia, clase social u orientación sexual, que lo tienen todo, y así y todo sufren? Quizás el mérito de Rooney haya sido poner a hablar a estos personajes privilegiados y permitirles, a ellos también, contarnos su condena y decirnos su fracaso, aunque a primera vista hayan tenido todo para ser felices. Quizás la vuelta de tuerca sea mostrar el detrás de escena de esas familias felices de Facebook, de esas vidas envidiables de Instagram, de ese cinismo a prueba de balas de Twitter. Tal vez Rooney haya logrado darle voz a una categoría olvidada: los millennials sufrientes.
Repasemos un poco el itinerario de esta generación que ya casi todos coinciden en identificar como los nacidos entre 1980 y 1995. También conocida como la generación de la nostalgia, su añoranza por un pasado inmediatamente anterior (los noventa de la infancia y los dos mil como ámbito de pertenencia), cuando les sucedieron todas las cosas de su vida híperdocumentada (primero analógica y luego digitalmente), se remonta a una década que probablemente en la historia futura se escriba toda junta, desde el atentado a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 (la pubertad de una cultura mundial que nació en 1989, con la caída del Muro de Berlín) hasta estos días de 2020 en que el coronavirus redefine a la generación millennial desde sus bases: el fin del turismo y del “ser viajero” como una práctica inocente. En la reestructuración del orden mundial que seguramente se va a dar después de esta pandemia, esta década doble fue el hábitat de una juventud que primero se divirtió jugando con las redes sociales y acabó militando en ellas, una generación de revoluciones lentas contra enemigos invisibles, como el cambio climático o la violencia oculta que históricamente habíamos llamado “doméstica” (e incluso esa violencia aún más pequeña, que se da sólo en el ámbito del lenguaje). Las batallas millennial de los dos mil fueron resonantes y sutiles a la vez, meramente discursivas, sin entregar el cuerpo, lo que resulta toda una novedad si se piensa la historia humana de guerras y revoluciones, donde el martirio y el sacrificio fueron los principales productores de héroes y mitos fundacionales (no hay mito sin sufrimiento).
En este contexto, las novelas de Rooney son eso mismo: pequeñas batallas discursivas sin sacrificio, sufrimientos individuales, depresiones y desencuentros en un contexto anodino donde el cuerpo nunca se pone en riesgo. No hay épica, no hay gloria, no hay sacrificio posible: sólo referencias espaciadas a las fallas del capitalismo, a las guerras de Medio Oriente, a un conflicto de clases latente pero contenido. En Normal People, cuando van a una marcha contra la guerra en Gaza, el narrador sintetiza: “Marianne quería que su vida signifique algo entonces”, pero ella sabe que es “impotente”, que “vivirá y morirá en un mundo de violencia extrema contra los inocentes, y como mucho podrá ayudar a unas pocas personas” (traducción mía de la edición de Faber & Faber).
Los títulos no pueden ser más elocuentes: conversaciones entre amigos, gente normal. Eso fue ser millennial en esta década doble. Ser miembros de una comunidad global de clase media o media-alta, contactarse en redes sociales, encontrarse en hostels europeos, latinoamericanos o del Sudeste asiático (pero nunca africanos o de Medio Oriente), aprovechar la cooperación internacional, juntar kiwis o surfear en Oceanía, mirar series, tomar alcohol e intentar divertirse, ir a bailar e intentar divertirse, enamorarse y pelearse, hacer la carrera universitaria y/o laboral subiendo los escalones uno por vez, cortar con todo y dedicarse al freelancismo, ser jóvenes eternos, disfrutar —el sueño de nuestros padres, esa palabra—. Y Rooney habla por quienes lo intentaron, se esforzaron, pero no lo lograron: no alcanzaron ese goce, el disfrute de lo intrascendente, porque bien sabemos que la juventud siempre aspira a la revolución, a desoír el mandato de los padres y rebelarse. ¿Qué pasa cuando el mandato de los padres no es autoritario sino un simple pedido por el disfrute? Se conversa con gente normal, hasta que ya no se puede más de anodino. Ese es el mundo que describen los libros de Rooney, y eso es lo que los millennials anglo consumieron con desesperación durante este último par de años.
Se entiende: los fanáticos son esa porción que no alcanzó el disfrute mandado por los padres. Los otros seguirán conversando con amigos, serán gente normal, sin mayor interés en la lectura. Y los otros —los desclasados, los coetáneos de los millennials que no están representados en las características básicas de esta generación— son los que sí construyen la épica, los que ponen el cuerpo para sostener las vidas anodinas de los demás en el marco de un capitalismo insostenible.
Si el terrorismo inaugurado por el ataque a las Torres Gemelas sirvió para señalar que no estamos seguros en ningún lado, la pandemia del coronavirus se presenta como una llamada de atención mucho más significativa, porque la amenaza ya no es “el otro” (representado hasta el cansancio durante esta década doble como “el musulmán”, un émulo de “el ruso” que dominó la figura del enemigo durante la Guerra Fría en el imaginario cultural), sino que somos nosotros mismos, nuestros iguales viajeros, los millennials y su modo de vida, entre ellos. Y sabemos que el próximo enemigo silencioso no viene en forma de virus, sino de desastres naturales impulsados por un estilo de vida de disfrute que quema combustible a la atmósfera, arroja plástico a los mares y consume sin freno en la búsqueda de un disfrute no siempre alcanzable.
Estos dos libros de Rooney posiblemente condensen el final de esta bidécada anodina que representó la juventud de los millennials. Ahora que por fin ingresan en la vida adulta (pero no en la adultez de sus padres, sino en un nuevo concepto del ser adulto, ya reformada su idea de mercado laboral, y próximamente reformando también el concepto de paternidad), ante un nuevo contexto mundial inaugurado por la pandemia y que tiene el cambio climático y las luchas feministas como telón de fondo, veremos sobre qué versan los nuevos libros de Rooney, que se erige como vocera de una generación, poniendo el cuerpo como se lo hace hoy en día: exhibiéndolo, prestando el nombre para las luchas en las redes, resignando su privacidad para convertirse en figura pública, en mundialmente famosa escritora, dejando de lado toda posibilidad de ser una “persona normal” (todo esto un poco a su pesar, como se lee aquí). La lucha de Rooney parece ser por los que lo tienen todo para disfrutar y, así y todo, también sufren.
A la salud de los millennials, entonces, que abandonan su bidécada de juventud y les dan paso a los nuevos jóvenes, los centennials, que librarán otras batallas.
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