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¿Queremos discutir en serio el arte político o el objetivo de las jornadas, ciclos y encuentros es tan sólo festejar nuestra condición de almas bellas, siempre prestas a acomodarse del lado correcto y comulgar con las buenas causas? El interrogante, en principio, incomoda, sobre todo en ámbitos donde la condición política del arte se da mágicamente por sentada. ¿Será cierta pereza (o indigencia) intelectual la causa de escaparle a la reflexión? ¿Será preferible evitar conflictos, polémicas y discusiones en un momento histórico vaciado de conflictos, polémicas y discusiones?
El tema nunca pierde vigencia porque se reciclan los discursos (a mi juicio conservadores) de que cualquier acto cultural (y por ende, artístico) es político. Tiremos entonces la primera piedra: ¿dónde reside lo político en Postura y geometría en la era de la autocracia tropical, la exposición de Alexander Apóstol curada por Cuauhtémoc Medina en PROA21? Podría preguntárselo al artista, al curador o a los encargados del museo, pero prefiero prescindir del género entrevista y establecer alguna hipótesis.
Agreguemos un dato interesante a la trama. Apóstol es venezolano. A partir de la irrupción de Hugo Chávez, el significante “Venezuela” empezó a ser nombrado con una frecuencia inédita en los discursos políticos, a diestra y siniestra, hasta vaciarlo de sentido. En este complejo marco ideológico, Apóstol se arriesga a jugar fuerte con la nacionalidad (en sus múltiples zonas, en sus variadas grietas) en la obra “Régimen: a dramatis personae” (2018), una colección de retratos de distintos agentes de la convulsionada vida política venezolana: “El elegante golpista”, “El diplomático dandy con repentina sensibilidad social”, “El expatriado oportunista con el bolsillo en el sistema”, “La madre del hijo muerto”, y finalmente, “El muerto”, del que nadie se hará cargo. Son personajes teatrales, farsescos, que ocupa cada uno su espacio en la puesta en escena nacional y con chances de futuros intercambios. La obra se instala críticamente en el sistema de representación envuelto en el sistema representativo de gobierno.
En consonancia (y al mismo tiempo disidencia) con la obra anterior, “Partidos políticos desaparecidos” (2018) es una serie fotográfica proveniente de pinturas cuyos colores pertenecían a insignias de partidos políticos hoy inexistentes. Aquí Apóstol también investiga la representación, pero en cuanto a la iconografía del poder. Es digna de mención la voluntad constructivista de las fórmulas iconográficas y la manera en que el artista se apropia de ellas. Apóstol pinta cuadros abstractos, los fotografía y luego destruye lo fotografiado. En PROA21 modifica el proceso y realiza pinturas murales en las paredes de la institución, accesibles desde el jardín, como si fueran la contracara colorida de las fotos monocromáticas del régimen. Estos desplazamientos (de la pintura a la foto, de la foto al mural, del blanco y negro al color, de Venezuela a la Argentina) le permiten abrir un canal de diálogo entre tradición y traducción, interrumpiendo así el peligro siempre latente de cristalizar un sentido.
“Contrato Colectivo Cromosaturado” (en Argentina existe una agrupación política con las mismas iniciales, CCC, la Corriente Clasista y Combativa), es un film de 2012 con un carácter formal discrepante de los programas artísticos denuncialistas, apologéticos y quejumbrosos. Colores, espacios, luces, composición y líneas son los protagonistas de este film de cincuenta y un minutos que, no obstante la primacía de la forma y sin otra trama que la confrontación perceptiva, transcurre entre la belleza y la fluidez.
¿Y si el arte en lugar de empeñarse con la primera acepción de “enseñar”, en el sentido de “Instruir, doctrinar, amaestrar con reglas o preceptos”, se dejara abordar por la quinta (según la Real Academia Española)?: “Dejar aparecer, dejar ver algo involuntariamente”. En el mejor de los casos, que el arte propicie un cruce entre la voluntad y lo involuntario, lo que Alexander Apóstol busca y lo que no sabe que busca.
La praxis del artista no aspira a caminar por una calle de mano única: convencernos de la perversidad del poder o de las maniobras espurias de políticos y empresarios, tampoco pretende (ni podría) abrirnos los ojos como al personaje de La naranja mecánica. La acción de Apóstol es más modesta, y quizás más efectiva: dejar aparecer lo solapado, a la manera de un prestidigitador de la imagen.
En “Yamaikaleter” (2009), un grupo de dirigentes sociales lee la famosa “Carta de Jamaica” de Simón Bolívar, escrita originalmente en inglés. Los dirigentes declaman el texto en una lengua que desconocen y la pronuncian con su particular acento. El extrañamiento lo suscita una rara discordancia sonora, que devela la lengua del imperio, desestructurándola, al remarcar que no es la lengua de todos. Retomando subrepticiamente la figura de Bolívar se proyecta el video “Av. Libertador” (2006), donde un grupo de travestis, entre la actuación y la pose, repite a cámara los nombres de los artistas plásticos representados a cada lado de la avenida. Dependiendo de qué lado trabajan (o sea, para cuál de los dos municipios, uno, chavista, el otro, opositor) se presentan como artistas abstractos o figurativos. Esto sucede mientras desde un auto se filma la arquitectura de la tradicional avenida caraqueña, sitio emblemático (hasta 2011) para el ejercicio de la prostitución. Otra leve línea va desde “Av. Libertador” hasta “Ensayando la postura nacional” (2010), un film de 16 mm digitalizado, que vuelve sobre los intrincados caminos de la representación, la impostación y el trabajo ficcional detrás de cualquier idea de patria.
En todas las piezas de Apóstol se identifica el elemento político tradicional, pero esto no basta para politizar la obra. No alcanza con criticar a Maduro o ensalzar al Che para hacer arte político, no alcanza con la denuncia contra regímenes autoritarios de izquierda o de derecha para erigirnos en artistas comprometidos; falta el elemento estético, el trabajo formal, omnipresente en la saga de Apóstol. El título Postura y geometría en la era de la autocracia tropical ya adelanta sus obsesiones: la representación, el formalismo, la historia, la abstracción, los diseños y las decisiones tomadas para construir imaginarios nacionales.
A contramano de la moda actual, Apóstol no cae nunca en la tentación de la diatriba moralizante que se encarga de denunciar las miserias ajenas. Esto no significa apuntalar discursos relativistas y vacuos, dominados por la idea de que todo vale lo mismo. Apóstol activa su materia y sabe que de la activación no pedagógica pueden surgir percepciones anormales en un mundo cada vez más estandarizado.
Dentro del progresismo cultural circula la fórmula “una obra que te haga pensar”, para diferenciarla de propuestas triviales y evasivas. Pero ¿pensar en qué? Apóstol nos conduce hacia (y por) la espinosa senda del pensamiento, a través de un cuerpo de obra formalista, con diversos soportes, que conjuga elementos sensoriales e intelectuales.
Para luchar contra la opresión no importa tanto el qué, importa más bien el cómo. Lo político radica en sostener esa puja. La responsabilidad es nuestra.
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