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El zapatito de cristal. Sobre la disautonomía creativa en la era digital

DISCUSIÓN

Plagio es una palabra con demasiado excedente, preadamítica en un mundo donde no se sabe bien de dónde provienen las cosas. Hay algo básico en el collage visual, en los ejercicios elementales de cortar y pegar sólo para pensar o entretenerse un rato. Hice videos larguísimos con material tomado de la web y hace veinte años que trabajo con la imagen contemporánea como tema, investigándola, extrayendo ejemplos de diversos lados y distintas épocas para traducir algo del presente. Por nombrar, en 2008 profundicé en el material subido a YouTube, la plataforma era nada y a su vez el futuro, y en ese momento me llamó la atención la cantidad de personas anónimas que le hablaban a una cámara en sus hogares produciendo contenidos similares y la jerarquización de la pornografía como medio. Y creo que es un material valioso del registro de un momento. Lo mismo intenté con un largo video en 2016 que profundizaba sobre las perversiones que las redes promovieron y habilitaron una vez instaladas como lenguaje, incluyendo su relación con el campo del arte. En este sentido, la oscuridad compleja de la inteligencia artificial (IA) me interesó de manera natural.

En Sólo las piedras recuerdan, la muestra actual en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, se despliegan dos grandes lenguajes para pensar lo local a futuro, el escuelismo y las inteligencias artificiales, atravesados cada uno por discursos que intentan sintonizar la sordidez circundante, los traumas de finales de los setenta y la fractura social definitiva producida veinte años después. El escuelismo encarna entones un ismo para el arte argentino que finalmente se concretó y cuya historia fue siendo narrada: los setenta con la dureza casi militar de los textos de Ricardo Martín-Crosa, mentor del concepto; los noventa en la lectura que realiza Marcelo Pacheco en 2008 recuperando esas ideas para pensar el período; y su traslado al presente, donde inserto mis notas sobre aquellas hipótesis. Me interesa ese conceptualismo blando argentino, casi orgánico como tradición. Cuando digo conceptualismo blando pienso en la plasticidad de ciertas ideas en León Ferrari, Liliana Maresca, David Lamelas o Leandro Katz (y en el que Inés Katzenstein acertadamente colocó a Marcelo Pombo en su curaduría para la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat). Es un conceptualismo que tiene su corrimiento hacia la gracia, incluso en la tragedia (o constitutivamente en ella) como tercera posición. En ese borde de agua quisiera inscribir esta muestra: el ejercicio de pensar los setenta como un trauma del y en el lenguaje que llega hasta hoy por diversos vasos comunicantes. El poder lingüístico como emergente del poder económico-político, al decir de Daniel Link, planificado cuarenta y ocho años atrás. La pregunta por la memoria se complejiza con las IA, en tanto van a ser parte de la construcción a futuro de nuestra memoria colectiva. Cuesta entender la profundidad de una herramienta que aprende de nosotros y tiene el potencial de manipularnos en la polarización discursiva, sumamente algoritmizada.

En este sentido, mi método de trabajo (que desearía se sienta una poética personalísima) incluye organizar materiales con lenguajes ya establecidos en el mundo, editando códigos de lectura imbricados para dar una resolución nueva. El aval es una suma considerable de exposiciones al respecto. En la muestra actual se desarrolla, entre otras, una idea sobre los personajes infantiles antropomórficos, y en un momento quise probar algo básico, un ejercicio con IA para ilustrar una idea a modo de ejemplo con herramientas de libre acceso. Tomé dos frames de un video que vi en un bot de X dedicado a postear material producido por IA y los pasé por una página gratuita llamada Klingai, que ofrece convertir cualquier imagen fija y darle vida mediante un prompt. O sea volver a animarlo como se reanima a los muertos en los cuentos de hadas.

El proceso es hermoso cuando se hace por primera vez. Es una imagen en movimiento única, un zapatito de cristal que no se va a repetir y al que nos vamos a ir acostumbrando. Una forma de costumbre que probablemente llegue a que no importe ya más distinguir si detrás de una imagen hay una máquina o un ser humano. La opción gratuita con marca de agua que elegí otorga sólo cinco segundos de animación: a un personaje le pedí que se derrumbara, a otro que revelara su interior. Y esas fueron las dos invitaciones con la marca de agua basadas en el programa que recibieron mis amigos y allegados, y que fueron resultados nuevos. Al haberlo tomado de un bot que replica puro material de IA lo supuse libre (creía entender que los trabajos realizados con IA carecen de derechos de autor). Nunca imaginé un usuario anterior detrás de esos frames. Fue un ejercicio para formular una pregunta por la posibilidad de la imagen, casi como si fuera el esqueje de una planta, viendo cómo se multiplica en el mundo su vitalidad, en breves segundos, exponencialmente. Ojalá alguien conserve esas invitaciones virtuales como una pequeña obrita de flyers en papel. Tienen el valor de algo hecho experimentando con un mimeógrafo. Esos cinco segundos de video fueron tan intensos como resultado; los personajes se abren o desmoronan, todo en esa oscuridad teatral, adosando una capa de tremendismo a la seducción que las imágenes traían de origen, pero distorsionándola, llevándola a una zona de zozobra morbosa. Visto ahora en perspectiva, que ese personaje haya resultado algo previo en el mundo con su sistema semiótico de lenguaje aporta, sin buscarlo, al conjunto.

No tengo Instagram, no seguí de cerca cómo fue la comunicación o si se cometió un error, pero apenas nos enteramos de que había alguien detrás de esas imágenes se le pidieron disculpas y dimos de baja las cosas. Y las pido de nuevo. Internet es un río revuelto de información constante, imposible de procesar. Nunca pensé en pagar un programa de IA, no es el tipo de experimentación que me interesa; quise usarlo adrede en esos cinco segundos gratuitos con la marca de agua. En la muestra estos ejercicios no juegan ningún rol, no están ni aparecen, ni tienen relevancia mínima porque son un ejemplo visual más entre miles. Con esto quiero decir: el punto de partida pudo ser cualquier otra imagen, resultaron ser esas. Nada de aquello se pensó con fines comerciales sino como un corte anatomopatológico sobre el tejido del presente, la profesionalización y proliferación de las IA, y (lo pienso ahora) el lugar que proponen en la identificación y la creatividad para el futuro cercano.

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