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El primer álbum de rock argentino grabado en los hoy célebres Estudios Panda fue, en 1982, el debut de Los Abuelos de la Nada, producido por Charly García, quien aprovechó para testear las instalaciones donde a continuación grabaría Yendo de la cama al living. En 2019, además de tres producciones independientes de grupos no conocidos, el único disco en Panda vinculado a esa —a esta altura— entelequia conocida como “rock argentino” fue Giros y madrugadas de La Beriso. Estos datos surgen del relevamiento año a año que Nicolás Igarzábal realizó para su libro Grabadoen Estudios Panda. Historias de una fábrica de hits (1980-2020) (Gourmet Musical, 2021).
Por otro lado, Está todo dicho. La historia del rock argentino contada por sus protagonistas (Sudamericana, 2021) es un trabajo montado a partir de transcripciones del archivo en video de los hermanos Daniel y Josi García Moreno (Rocanrol, La Cueva, Quizá porque, Volver Rock), que comienza con declaraciones de Litto Nebbia y Javier Martínez, y termina, más allá de citas de Charly García (hermano de los productores) y León Gieco, con Pity Álvarez y los Piojos Piti Fernández y Andrés Ciro como representantes de las nuevas generaciones.
“Ahora que el rock ya no está de moda”, ironizaban (o no) los Babasónicos en un disco no grabado en Panda, Miami (1999), que sigue siendo su mejor álbum. Esa frase, que tenía cierta mordacidad hace más de veinte años, es por demás definitoria de la época actual. ¿Nada más queda? En un momento en que el rock perdió el interés de las nuevas generaciones (trap y reggaetón parecen ser lo que más se escucha en secundarias porteñas, por no hablar de las estadísticas de Spotify), abundan los libros sobre la historia de nuestro rock, seguramente comprados por esas franjas etarias que no perdieron interés por el género, cultura o como más cómodo resulte llamarlo.
Aun involuntariamente; es decir, por la decadencia del sistema de grandes estudios (que siguen costando su plata) o por el gatekeeping que determina qué músico llega a los grandes medios y quién no, estos dos libros trazan un panorama del “lento degradé” (Cerati dixit) de nuestro rock. Algo nos dice que, a los fines de Está todo dicho, la historia comience con Nebbia y Martínez y termine con Viejas Locas y Los Piojos; mientras que la saga de Panda se inaugura con Miguel Abuelo, Charly García y Andrés Calamaro y decanta en La Beriso, un grupo que no es original ni a la hora del lettering, por mucho tiempo el mismo de Los Piojos.
Grabado en Estudios Panda es un repaso ameno, año a año, de la historia del estudio, los ingenieros que fueron pasando y los discos que se grabaron allí. Sobre un contexto sociocultural escueto, el anecdotario es largo, e Igarzábal entrevistó prácticamente a todos los que tenía que entrevistar, y a los que no, los invocó juiciosamente desde el archivo. Ecuménico, incluye historias tanto sobre Sumo o Los Redondos como Ráfaga o Gilda, de la misma forma en que no cancela a El Otro Yo o Bersuit por las conductas de sus líderes. Configurando un comentario quizá involuntario sobre la imposibilidad de lograr un acervo cultural ante un mercado pequeño, más de un testimonio cuenta haber grabado su disco sobre las cintas de uno de Fricción.
Pese a que cada ingeniero con historia allí tiene su apartado —inevitable excepción del celebrado Ricardo Troilo, de muerte prematura—, no es un libro técnico; no hay mucho más que la mención de algunas marcas de equipamiento o la evolución del formato análogo al digital, pero sí muestra a Panda como una escuela, y nos recuerda la necesidad de que exista un libro para capturar cada estudio importante de la historia de nuestra música, desde los pertenecientes a los grandes sellos, como los de EMI, CBS, RCA o Music Hall, hasta los independientes como TNT, ION o Moebio (Del Cielito ya tiene uno; y Mario Breuer, uno de los puntales de Panda, sus memorias). Miguel Krochik, folkie luego factótum de Panda, es una figura siempre dispuesta a invertir, querida por algunos músicos y molesta para una cifra aún mayor, que hoy no puede evitar preguntarse de qué forma asegurar la continuidad de su creación. Más allá del desarrollo de los estudios pequeños, cuando no los hogareños, hoy lo poco para rescatar de nuestro rock pasa por otras salas.
En Está todo dicho, Daniel García Moreno y su sobrina Majo trabajan con tres décadas de archivo audiovisual, llevando al papel testimonios que quedaron fuera de los programas de tv: los entrevistadores originales son mencionados en una lista y van de Eduardo Berti —uno de los prologuistas— a Catarina Spinetta, pero no hay ningún tipo de contexto que nos indique cuándo habló cada músico. Cualquiera que haya visto los especiales de Volver Rock dedicados a distintas figuras sabe de la importancia de este material. Aquí se cubren particularmente los “cinco ciclos” que Berti formulaba —tomando la posta de las tres fases postuladas por Miguel Grinberg en Cómo vino la mano— en su Rockología (originalmente de 1989, este año editado por cuarta vez, ahora por Gourmet Musical).
Pero, planteada como una historia oral, si un extraterrestre quisiera entender qué pasa aquí leyendo Está todo dicho, pareciera que en los últimos treinta años lo único que hubiese surgido fuesen Los Siete Delfines, Viejas Locas y Los Piojos: no importa la agenda estética de quien lea esto, todos sabemos que no fue así. Adrián Dárgelos, por ejemplo, aparece como un espectador de los ochenta. Decisión curiosa de los compiladores, si se consideran, por ejemplo, los nombres que pasaron por las emisiones semanales de Volver Rock. Irónicamente, Berti tiene más interés en el llamado “nuevo rock argentino” de principios de los noventa en los post scriptum de Rockología que los García Moreno en su libro, aun cuando tenían un archivo disponible de esa escena, y también de posteriores. Por su parte, Igarzábal, mientras los artistas hayan grabado en Panda, les da lugar.
Un problema con las desgrabaciones de entrevistas es darle el trabajo a quien no esté empapado con los sujetos. Así, puede pasar que Nebbia figure hablando de John Mayer cuando en verdad se refiere a John Mayall, o que García, en su idea idílica de lo que representa Serú Girán, celebre la ausencia de “haters” en vez del AIDS, como realmente dijo y cualquiera puede chequear viendo el video. Con sus gaffes, omisiones y montajes por momentos caprichosos, Está todo dicho tiene su valor como repositorio de historias, anécdotas y, sobre todo, citas para eventuales trabajos. Por ejemplo, ¿quién hubiera imaginado que García le pasó Pet Sounds a Pedro Aznar y no al revés, a juzgar por la versión que hicieron de “God Only Knows”?
Con las particularidades de cada caso, Grabado en Estudios Panda y Está todo dicho —ambos en conjunción con la última encarnación de Rockología— nos ayudan a preguntarnos ¿en qué momento se jodió el rock argentino?
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