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A lo largo de la historia, en la Argentina se ha publicado una gran cantidad de revistas especializadas en música. En mi propio relevamiento de lo publicado desde 1829 hasta la actualidad he encontrado cerca de quinientos títulos y, en contra de lo que se suele creer, ese número crece cada año. Para muchos, la idea misma de publicar un periódico puede parecer algo ya obsoleto; sin embargo, la pasión por las revistas en papel subsiste con fuerza. Cada año surgen nuevos proyectos: una visita a los kioscos de revistas de Buenos Aires revela numerosos títulos especializados en diferentes tipos de músicas; algo similar ocurre en ferias y otros ámbitos, donde fanzines producidos artesanalmente, con sus estéticas gráficas, enfoques y temas alternativos, siguen presentes; y, pese al avance de la digitalización, las publicaciones que abordan la música desde distintas disciplinas académico-universitarias también florecen. La idea de que las revistas impresas son cosa del pasado, que el presente y el futuro son digitales, es discutible, y acaso puede sostenerse que lo que más parece necesitar actualización no es tanto el formato físico como sus contenidos y sus formas.
Planteemos la siguiente hipótesis: hay al menos dos grandes aspectos que las publicaciones de las últimas décadas, incluyendo las actuales, no pueden ya ignorar. Por un lado, la consolidación de Internet hace imprescindible reevaluar cuál es la información que vale la pena publicar (y leer) en una publicación periódica en papel y, por otro, desde la aparición de Peter Capusotto y sus videos, se hace aún más urgente replantear qué se hace con esa información y cómo se la presenta. De alguna manera, atravesamos un momento en el que quienes se ocupan de informar y pensar acerca de la actividad musical quizás deban volver a replantearse nada menos que lo que vale la pena decir en una revista y cómo decirlo.
Me gustaría aclarar dos cosas: primero, me mantendré en el campo de la prensa musical porque es el que más conozco, pero podría apostar a que muchas de estas situaciones se repiten en otros campos; segundo, cuando hablo de revistas pienso, sobre todo, en revistas impresas, donde se mantiene la idea de periodicidad, de numeración, de reunión de contenidos diversos en temas y autores (en oposición a un tomo monográfico, como un libro o un folleto), de diferentes géneros de textos en diferentes secciones (notas, entrevistas, críticas, reseñas, agendas, etc.). Sin embargo, la mayoría de los comentarios se aplican, muchas veces sorprendentemente, a las publicaciones en Internet, donde la diversidad formal es vasta: desde revistas en pdf diseñadas para ser impresas hasta blogs, desde repositorios como Wikipedia a bases de datos o medios de comunicación de los más diversos tipos y variantes.
Qué decir. Las primeras publicaciones periódicas especializadas en música aparecieron en Europa a fines del siglo XVII, pero eran básicamente colecciones de partituras musicales. Fue a fines del siglo XVIII cuando comenzaron a editarse revistas más parecidas a como las concebimos hoy en día, que alternaban música con textos teóricos (noticias, críticas, ensayos). En la Argentina, la primera referencia a un periódico dedicado específicamente a la música es el anuncio en un diario de 1829 de la inminente aparición de El Orfeo Argentino, aunque ningún ejemplar de dicha colección se ha conservado y se desconoce si realmente llegó a publicarse. El primer periódico musical que se conserva es el Boletín Musical de 1837, que ya incluía tanto partituras como artículos de opinión, textos informativos, imágenes y buena parte del tipo de textos que aún hoy estamos acostumbrados a esperar de una revista.
Podría aventurarse que, hasta hace no más de un par de décadas, las revistas de música fueron probablemente el principal medio para informarse acerca de la actualidad musical y su pasado reciente. Las revistas eran la forma de enterarse, por ejemplo, sobre qué discos se lanzaban, qué novedades se conocían acerca de músicos y compositores, eran el modo de conocer biografías de ciertos géneros y tendencias recientes, así como de sus protagonistas, y ofrecían todas aquellas noticias que no llegaban a reflejarse en los medios realmente masivos como la televisión, los diarios y —con sus muchas excepciones— la radio. A la vez, las revistas eran constructoras de modos de ver, de pensar y de entender el mundo musical. A través no solamente de artículos de opinión o de crítica, sino incluso de los textos más descriptivos, los juicios de valor, los puntos de vista aceptados y despreciados, lo que estaba bien y mal visto moldeaba la forma en que los lectores percibían el mundo de la música, como así también la forma en que se escuchaba.
Pero sucede que en otros medios se experimentaron cambios que afectaron a las publicaciones periódicas musicales de alguna forma. Por ejemplo, desde mediados de los ochenta los principales diarios argentinos comenzaron a tener suplementos juveniles y grandes secciones dedicadas a la música popular. Y entonces, de pronto, esos suplementos semanales (concretamente, el Sí! del diario Clarín y poco después el No del diario Página 12) se transformaron en mejores fuentes para quien quisiera enterarse de los numerosos recitales de rock que se organizaban cada fin de semana en Buenos Aires. ¿Por qué? Por un lado, la aparición semanal permitía una actualización más frecuente, cosa que resultaba especialmente importante porque no todos los recitales se confirmaban con la antelación necesaria para coincidir con los plazos de cierre de un medio mensual o quincenal. Por otro lado, porque se les daba un lugar más destacado (la contratapa del suplemento) y se publicaba más información, es decir datos sobre más conciertos, y se lograba así una agenda más completa que la que podía leerse en las revistas de la época. Aún hoy, en las secciones de espectáculos de los principales diarios argentinos puede accederse cada día, en sus versiones en papel, a una gran cantidad de información sobre recitales de los más diversos géneros, desde el rock hasta la música clásica, desde el tango y el folclore hasta las músicas más experimentales o minoritarias. Aun así, la impactante cantidad de eventos que se producen solamente en Buenos Aires y la rapidez con que se generan hace que un medio de actualización permanente como Internet se haya transformado en el canal ideal para este tipo de información. Y sin embargo, casi no hay revista impresa que no mantenga la ya obsoleta sección de agenda.
Algo similar ocurre con las noticias y las novedades. Una revista, aunque sea semanal, llegará inevitablemente tarde a informar. Pensar, por poner un caso reciente, que una revista hubiera podido informar sobre el fallecimiento de Luis Alberto Spinetta sería de una gran ingenuidad. No sólo porque todos sus lectores ya conocerían la noticia al momento de la aparición de la revista, sino porque muchos de ellos se habrían enterado de esa novedad en el mismo instante que los periodistas (o aun antes, como fue el caso de la muerte anunciada de Juan Alberto Badía, propalada en redes sociales una hora antes de confirmada su defunción). Si bien hay que reconocer que el dato de la muerte de un músico conocido es sólo un titular y quedan muchos detalles por contar alrededor, parecería razonable que la función o el interés que pueda tener lo escrito en una publicación periódica debería tender cada vez más a pasar por otro lado, probablemente el del análisis, el de la reflexión acerca de esa información y sus posibles significados o lecturas.
El desarrollo reciente de Internet y la gran cantidad de información allí disponible torna obsoletas otras funciones de la revista específica. Sigamos con los ejemplos rockeros. Para un adolescente de los ochenta, una revista de música era el mejor, si no casi el único lugar donde conocer, aunque fuera sintéticamente, la historia de un artista nuevo o histórico, o el desarrollo de algún estilo o tendencia musical. Hoy en día, no sólo existe una industria editorial mucho más desarrollada que pone a su alcance mejor y más detallada bibliografía en versión libro, sino que cualquier entrada de Wikipedia supera en información y en referencias lo que puede caber en unas pocas páginas de una revista. Y eso, sin mencionar la posibilidad de complementar esa información con audio y video en forma casi simultánea.
Cómo decirlo. Peter Capusotto y sus videos, más que una mirada irónica o humorística acerca del rock, fue una gran cachetada al periodismo rockero. Los sketchs del programa desmontan el comportamiento de la prensa especializada con un gran poder de observación y de análisis, y con una eficacia que probablemente ningún investigador académico pueda lograr. Sólo quien se haya formado con el periodismo rockero argentino de los años setenta y ochenta puede entender cabalmente lo gracioso de que un personaje como El Porsuigieco aparezca en el Parque Rivadavia debajo de una pila de revistas Pelo y reaccione con furia al escuchar “Noche y día”, el hit de Raúl Porchetto de mediados de los ochenta. A los no iniciados, probablemente las referencias al Parque Rivadavia (lugar de encuentro emblemático), a la revista Pelo (la más importante de las revistas de rock), a Porchetto o al mismo grupo Porsuigieco, por no mencionar la decepción del personaje porque en las trasnoches del cine Lara no pasan más La canción sigue siendo la misma de Led Zeppelin, les dirán poco. Es cierto que las escenas pueden resultar graciosas aun sin comprender estos guiños, pero para quienes pueden decodificarlos el mensaje es una visión irónica y sarcástica —no carente de cierta ternura— de quien reconoce cuánto de ridículo hay en esa forma de ver y pensar el mundo de la música que rodeó a la juventud de las últimas generaciones.
Pero Peter Capusotto y sus videos también es una parodia de cierta forma de expresión, de uso del lenguaje, de lugares comunes utilizados hasta el hartazgo en el tipo de preguntas, temas y opiniones del periodismo rockero y de los músicos de rock, de su uso de la palabra tanto en forma escrita como oral. Esta radiografía del periodismo de rock anula toda posibilidad de continuar un estilo ya condenado a resultar ridículo. ¿Cómo tomar en serio ahora una entrevista con ciertos artistas después de conocer el Pomelo de Capusotto, que parodia al detalle sus modos de expresión y las maneras en que la prensa los ha presentado? ¿Cómo retomar viejas polémicas sobre lo comercial en el rock o lo condenable que resultaba para cualquier grupo respetado por la prensa acceder a un público masivo o mainstream luego de la prolija disección del estilo spinetteano que es Luis Almirante Brown?
Pistas para la encrucijada. En 1991, el director de orquesta Arturo Tamayo decía desde el titular de una entrevista publicada en la revista Lulú: “La crítica se ha convertido en una especie de gacetilla que no le interesa a nadie” y esto parece cada vez más cierto. La crítica y el periodismo se acercan peligrosamente a la publicidad y hoy parecería que el ámbito musical tiene una muy baja tolerancia a la opinión o la toma de posición. Sería realmente sorprendente leer en estos días titulares como los que en la década de 1920 podían exhibir revistas como Disonancias, tales como “Por qué el Conservatorio Nacional de Música es una institución inútil” (es cierto que esa fue una época de grandes debates entre medios, como demuestra Omar Corrado en su análisis de las polémicas entre distintos diarios y revistas de entonces).
¿Cuál es el interés que tiene para el lector actual una crítica de un concierto, por ejemplo? Hoy en día resulta imperativo plantearse una concepción más amplia de la crítica musical (quizás de otras críticas también, pero trataré de mantenerme dentro del campo que conozco un poco más), que aspire a más que la redacción de una reseña de un concierto que mezcle un poco de información sobre el evento, algo de crónica de lo sucedido, algo de descripción antropológica del público y alguna pequeña muestra de competencia en el tema señalando posibles errores o aciertos en la interpretación musical. La crítica puede ejercerse de muchas maneras y en diferentes ámbitos más allá del periodismo. La crítica es una herramienta que se puede utilizar a la hora de editar una colección de libros, convocar a un congreso o a una mesa redonda, programar un ciclo de conciertos o producir un disco, y en tantas otras tareas en cuyo desarrollo es necesario un momento de crítica, de selección consciente de lo que se hace y lo que no, lo que se elije y lo que se deja afuera, lo que se intenta y lo que se evita. Quizás, como en muchos otros campos, la crítica no pueda evitar la transdiciplinariedad para su supervivencia en un momento en que los cambios en la industria de la música, del espectáculo en general, de los medios de comunicación, de los intereses de los lectores y, por qué no decirlo también, del mercado laboral, obligan a un replanteo amplio de la actividad.
La crítica tiene que ser más que informar y emitir juicios. Un texto puede ser, con todas las comillas y las salvedades del caso, una forma de obra, a medio camino entre el periodismo, la musicología y la literatura, pero con un peso propio, con algo que aportar en un sentido comparable al que una nueva composición musical puede ofrecer. Una crítica puede ser también una herramienta de construcción artística y social.
Quizás, la crítica pueda ser una forma de producción, y la producción, una forma de crítica.
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