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Agrego esto a lo que veníamos discutiendo hace doce o catorce años, en pasillos y bares, en un par de libros –La historia desquiciada (1993), del Grupo Oxímoron, y Discutir Halperin (1997), que compilé junto con Roy Hora– que buscaron con poca suerte entender de qué se hablaba cuando se mentaba a Tulio Halperin Donghi. En ninguna plaza.
Desparramada en un largo período, pocas obras como la suya. El pensamiento de Echeverría es de 1951; Son memorias, de 2008. Más de medio siglo con el espejo empañado de sus libros, más empañado aún porque en pocos quiso referirse al presente. Costaba creer que fuera así. Sin embargo, el primer tramo de su obra pasó casi inadvertido, con atención muy limitada, sin entroncarse en climas colectivos. Sólo un indicador: en 1971, la revista Los Libros ignoró la aparición de Revolución y guerra. Recién empieza a tener otra resonancia con Una nación para el desierto argentino. Punto de Vista le hace lugar, modestamente, porque es 1981 y la revista aún no es lo que será, tampoco el país. Y porque no se desprende todavía del influjo de David Viñas, inevitable contraparte de Halperin.
Pasa a ser entonces monarca absentista de un campo historiográfico que se entusiasma con su modernización. También un poco más. ¿Qué ofrecía Halperin? Decenas y decenas de temas se desprendían de sus oraciones subordinadas, combustible para flamantes investigaciones. Una escritura que podía fascinar o causar rechazo pero que, en sus recodos y pliegues, en sus sujetos borrosos e infinitas derivaciones, parecía señalar que el territorio del pasado es inexorablemente esquivo, reacio a ser capturado por fórmulas –escrituras– sencillas. Lo que “parece” por encima de lo que “es”. El misterio también de quien abrevó aquí y allá pero no es una cosa ni la otra. ¿De qué se ríe Halperin? Más de unos que de otros, es cierto, pero sobre todo de quienes creyeron entender y sucumbieron a la tentación de actuar. Y fracasaron. Derruir certezas y, aunque cada tanto asome la melancolía, complacernos con la inteligencia que permite descubrir que todo era más complejo, que en última instancia se trata de fuerzas mayores que se imponen. Ante el precipicio de equívocos que la obra de Halperin adelanta, no sólo no hay acción posible que se desprenda de ella, sino tampoco transmisión, comunicabilidad. Sin tribunal social, las investigaciones se acumulan y no se gastan, sin remordimientos. Un estudiante siguió con dificultad una conferencia de Halperin; se lo comenta a su profesor, un novel académico, que le responde: “No sos una señora que va a comprar papas al mercado”. Las papas o los libros.
¿Fenómeno de posdictadura? Halperin reinó cuando la historia se replegó y pasó a ser cuestión de especialistas, sin público. Letra para el próximo libro de “Pacho” O’Donnell, si es que no da antes un nuevo volantazo: Halperin, el historiador del fin de la historia. Para alguna entrevista: certificó la inutilidad de la historia y por eso hoy se la quiere recortar de las escuelas de la ciudad de Buenos Aires.
Indeterminado se nos aparecía, sólo entendible a través de las lecturas timoratas que alentaba y de sus efectos sobre un campo mucho más sencillo de criticar. Arriesgo: el último retoño, demoradísimo, de la Argentina liberal del ochenta, cuando las elites gustaban hablar profusamente entre ellas. Y cada tanto lo hacían con gracia y malicia. Sarmiento y Mitre de fondo. Como último retoño, se desvía y adquiere no poca autonomía. Pero lleva al extremo su final, al abandonar la tarea de influir más allá de los pares, o del gremio que lo reverenció e hizo del aislamiento su mejor vida. Muy presente en el último tramo de su obra, Francisco Urondo es la cifra de su fracaso. Con él no hay ironías.
2013. Ante la exacerbación de la voluntad, de los énfasis, del negro sobre blanco, bien vale seguir leyendo con atención todo lo suyo. Cuestión de homeopatía al servicio de entender la diferencia, que no es estridente pero existe, entre lo abierto en 2001 y las décadas previas. También de preferencia. Podemos no estar de acuerdo con él, pero su compañía vale infinitamente más que la de varios que ocasionalmente se apiñan, perdón, hacen cuentas, en la misma plaza que a algunos aún nos convoca.
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