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¿Imperio de los hijos o soberanía del sujeto? Preguntas a partir de Contra los hijos, de Lina Meruane

DISCUSIÓN

¿Cómo es posible que después de las conquistas fundamentales de las feministas igualitarias del siglo XX, en el camino de la emancipación de las mujeres del rol de ángel familiar-reproductor atrapado en una siniestra casa de muñecas, hoy estemos asistiendo, impávidas e impávidos, y sin oponer resistencia, a la restauración de una mística de la maternidad, renovada con una retórica esencialista que reivindica la lactancia extendida, el parto sin anestesia, la comida orgánica y toda una serie de nuevas exigencias que recaen sobre la mujer-madre e implican un retroceso dramático en sus posibilidades de proyectar una vida más allá de los hijos? ¿Cómo fue que, sin que nos diéramos cuenta, la familia y (apenas disimulada detrás de ella, tapada por trapos y pañales y listas de compras y ropa sucia y tareas de la escuela) su sostén fundamental, la madre, esas dos instituciones clave de la sociedad burguesa que parecían a punto de ser destronadas en los años sesenta (en todo caso: esas dos instituciones acerca de cuya necesaria destitución había un fuerte consenso entre los sectores progresistas), hoy retornan fortalecidas entre esos mismos sectores? ¿Cómo diablos fue que nos volvimos prisioneros de nuestros propios hijos, esos seres cada vez más sofisticados en sus necesidades y demandas, a los que ya no sólo hay que alimentar, abrigar y vacunar, estimular intelectualmente, calmar en sus momentos de angustia, sino también llevar a diversas actividades extracurriculares, organizarles pijama parties, cumpleaños temáticos y una abrumadora lista de etcéteras?

El gran mérito de Contra los hijos, el libro de Lina Meruane (Literatura Random House, 2018), es poner sin asco el dedo en la llaga y desplegar estas y otras preguntas acuciantes, en un tono áspero y antipático. La contratapa anuncia un libro “cargado de humor”, pero la autora parece demasiado impulsada por los ánimos beligerantes de su diatriba para permitirse semejantes levedades. Es en todo caso, eso sí, un libro cargado de malos humores sin duda comprensibles y legítimos teniendo en cuenta los temas que trata y el lugar de enunciación incómodo en el que la autora se planta: el de la escritora-sin-hijos (y sin ningún deseo-de-hijos) que viene a denunciar la trampa ideológica en la que tantas mujeres han quedado apresadas de por vida. Al “ya te vas a arrepentir de no haberlos tenido”, Meruane opone una larga lista anónima de mujeres-escritoras-con-hijos y mujeres-profesionales-con-hijos que le confiesan, apenas contenidas por la culpa, el arrepentimiento contrario e inaudito: ellas se arrepienten —¡sí, horror de los horrores! — de haber tenido hijos, de lo que esa decisión implicó en términos de pérdida de autonomía personal, posibilidades de desarrollo profesional, etcétera. Así opera Meruane, oponiendo a la “mística de la maternidad” el lado B de la historia.

Lo que sorprende, incomoda y finalmente molesta es que Meruane, a lo largo de su periplo argumentativo, nunca se permita dudar de las certezas que sostienen su diatriba. Y no me refiero a la de que nunca quiso tener hijos (cada cual hace con su vida lo que puede y quiere), sino a la convicción de que esa decisión estaría anudada, casi en términos de causa-efecto, con esta otra: la de ser una escritora profesional, una “artista” (palabra que Meruane usa sin comillas ni pizca de ironía). Viene en su auxilio, claro, el extenso anecdotario —que su libro despliega con erudición— de escritoras-sin-hijos, de escritoras que, porque querían ser escritoras, para poder ser escritoras, decidieron no tenerlos, o los tuvieron y decidieron abandonarlos o delegar su crianza volviéndose “malas madres”. Sorprende e incomoda que Meruane, tan atenta y filosa a la hora de diseccionar las figuras de la “madre” y del “hijo” y de señalar su funcionalidad dentro del modelo hegemónico, no despliegue la misma suspicacia con respecto a los ideales de carrera profesional full-time que subyacen a su modelo de escritora y de artista. ¿Qué puede haber más neoliberal y capitalista que esa consagración absoluta al éxito individual? ¿Cómo es posible que esa sensibilidad que le permite advertir todo lo que de rancio y aplastante puede haber en la figura hipertrofiada de “la madre” no le permita avizorar esa misma sensación de cosa vieja y pesada que arrastra la figura ideal de “la artista” o “el artista” que abandona todo y a todos para consagrarse a su obra? En todo caso: no parece evidente que la figura de la (o el) artista-profesional-sin-hijos constituya hoy necesariamente un desafío a las morales imperantes, ni que la figura de la mujer (o del hombre)-con-hijos-que-trata-de hacer-además-otras-cosas-en-su-vida no lo sea. Es más, lo contrario podría ser cierto, dependiendo no tanto de las etiquetas como de la experiencia singular que cada uno sepa hacer con ellas. Porque, detrás de toda la cantata infumable de la procreación, no deja de haber algo atractivo y disidente en la experiencia de entregarse (no se me escapan los matices místicos ni eróticos de la expresión) incondicionalmente a la crianza y al cuidado de un hijo, pero también de un anciano, de un enfermo, de un nieto, de una mascota. Una radical experiencia de renuncia de autonomía (impuesta históricamente a las mujeres, no lo olvido) de la que lo menos que puede decirse es que va a contrapelo de los ideales de nuestra época. Y lo mismo podría decirse de la experiencia de contemplar a ese otro-niño, otro-anciano, otro-enfermo que depende literalmente de otros para sobrevivir y que nos recuerda, quizás dolorosamente, que esa autoimagen que tenemos de nosotros como adultos-soberanos, profesionales-independientes sólo se corresponde, en el mejor de los casos, con la realidad de un tramo delimitado de nuestras vidas, porque antes, y probablemente después, habremos sido y seremos “sujetos de cuidado”, necesitados de asistencia incluso en nuestras funciones vitales más básicas. Otra verdad incómoda para el sujeto contemporáneo, ya que de eso se trataba este libro, que acaso explique la ambivalencia que la dupla de la madre (o del padre) y el hijo no deja de generar.

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