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En abril de este año, la editorial argentina dedicada al arte sonoro Dobra Robota publicó Disonancia social, la edición en castellano de Social Dissonance de Mattin (Urbanomic, 2022), que no sólo ofrece el texto original en traducción de Claudio Iglesias, sino que actualiza y problematiza sus corolarios.
Disonancia social analiza los vínculos entre la disonancia cognitiva y las incongruencias estructurales de las democracias liberales y presenta además una serie de instrucciones para una performance en la que tanto los monitores como el público siguen órdenes aleatorias carentes de sentido, que buscan confrontar a lxs participantes con sus criterios de acción frente a la irracionalidad estructural.
En los dos años transcurridos entre ambas publicaciones, los eventos políticos han exacerbado estas disonancias en los campos políticos, sociales y culturales del mundo. En esta edición se reelaboran, amplían o descartan en una extensa nota preliminar del autor y un epílogo de la filósofa e historiadora del arte Cécile Malaspina.
La confusión generalizada de las crisis políticas que afectan al planeta, cuyos síntomas incluyen el auge del populismo de derecha (en contraste con los discursos y planes políticos que proponen la continuación y ampliación de políticas de bienestar), tiene consecuencias sociales, económicas y psicológicas, especialmente en el Sur global. La incertidumbre genera estrés y amplía las distancias entre distintos sectores de la población. Participamos en un sistema basado en la explotación, que no ofrece beneficios individuales a costa de los demás, sino que perpetúa las desigualdades integradas en nuestro pensamiento y labor.
En la nota de esta edición, Mattin redefine su concepto principal, la “disonancia social”, como instrumentalización de los procesos de extracción, desigualdad y limitación de nuestro agenciamiento. A esto añade el papel de la estética en la disonancia, siguiendo la idea de desciframiento de Sylvia Wynter: la creación de una humanidad abstracta sobre la que se erigen valores y principios estructurales asentados en determinados sectores de la sociedad. Es decir, el humanismo es universal, pero no beneficia a quienes siguen sometidos por condiciones políticas, culturales y económicas.
Otra fuente clave para Mattin es la filosofía del procesamiento predictivo (PPP), un cuerpo multidisciplinar que estudia la reducción de la disonancia en nuestras expectativas. Este marco teórico sostiene que nuestro cerebro no sólo produce datos basados en información sensorial, sino que utiliza modelos ya establecidos. Nuestro cerebro predice los flujos de datos sensoriales y forma expectativas de cómo debería percibir el mundo. Crear un modelo propio dinámico y flexible requiere un sentido de propiedad, propiedades espaciales, fenómenos de totalidad y un sentido del ser. Esta narrativa agencial, constantemente producida, da cuenta de las crisis de salud mental, y Mattin propone hacer explícita la disonancia colectiva para desintegrar una subjetividad egoísta. Así, el noise deja de ser sólo una tendencia estética dentro del arte contemporáneo (a caballo entre las artes visuales y la música experimental) y adquiere un matiz profundamente político. Es el residuo no reconocido que emerge en situaciones sociales específicas y se manifiesta en las prácticas de desciframiento. Cuestiona la falta de alternativas y las confusiones causadas por la estética y el pensamiento contemporáneo, proponiendo una “subjetividad de código abierto” bajo la premisa de la disonancia social, atendiendo al ruido y las contingencias que desafían las formas establecidas por la estética moderna y sus derivados postestructuralistas.
Esta subjetividad de código abierto se considera y amplía en el epílogo de Cécile Malaspina, quien aborda el proyecto de Mattin desde el intelecto material, una idea que encuentra su principal exponente en Averroes, el filósofo árabe del siglo XII. Para Averroes, el intelecto no es individual, sino una potencialidad que se actualiza al entrar en contacto con los objetos del conocimiento. Los humanos y sus experiencias son la ocasión potencial universal donde el intelecto se funde con la experiencia individual y los datos sensoriales, haciendo inteligible el conocimiento. Pero la genealogía del intelecto material puede trazarse incluso con anterioridad a Averroes y aparece también en la crítica a las construcciones conceptuales en algunos pasajes de Nietzsche y Marx. Estas críticas, presentes también en los trabajos de Gilbert Simondon sobre la individuación y los objetos técnicos, desafían los dogmas cristianos del alma individual y exponen una herida narcisista en el individuo liberal que Mattin explora en el marco del arte y la estética.
Una crítica significativa proviene de su colega J.-P. Caron, quien señala que, al situarse en el contexto artístico, el proyecto no se realiza plenamente en campos de acción con potencial revolucionario. Sin embargo, como Mattin argumenta, enmarcarlo en el mundo del arte permite trabajar desde la experimentación y la transdisciplina, sentando las bases para la creación de espacios adecuados para su inserción.
La disonancia social de Mattin escenifica la disolución de la subjetividad y la potencia del intelecto, mientras busca la disolución del individuo, el sujeto y el yo. Propone descifrar la causalidad discursiva de nuestros imaginarios culturales y emancipar el imaginario naturalizado. Según Malaspina, este resurgimiento del intelecto material permite imaginar el fin de las estructuras capitalistas de opresión. Al desvelar las estructuras de poder que subyacen a nuestras experiencias, Mattin nos invita a cuestionarlas y a construir nuevas formas de relacionarnos con el mundo. Si bien Disonancia social nos proporciona un marco conceptual relevante para comprender las crisis de nuestro tiempo, ¿qué papel podemos jugar en la “subjetividad de código abierto”? ¿Cómo atendemos al llamado a la acción desde el campo artístico? Son preguntas que se abren en tiempos de penurias sin horizontes visibles.
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