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La gran marea de la historia writ small. Sobre el último Premio Nobel, Abdulrazak Gurnah

DISCUSIÓN

Si es demasiado decir que el concepto de premio literario (o artístico) es absurdo en sí —con todas sus fallas, los premios ofrecen un baluarte potencial contra otros indicadores de valor más crudos como las ventas o la popularidad—, podemos convenir en que, como la sustancia misma que pretende juzgar, para funcionar bien un premio requiere de cierta suspensión de incredulidad. Es importante que todos los involucrados, pero particularmente el jurado, mantengan la pretensión de estar libres de prejuicios y de que, durante el proceso de deliberación, no existe un mundo fuera de los propuestos por los textos convocados. En el mundo angloparlante, ese esfuerzo se hace doblemente difícil por el hecho de que las entradas no suelen ser anónimas (tampoco pasa en el hispanoparlante, dirán muchos). Actos descarados de lobby realizados por agentes y editoriales, y hasta por los autores mismos, aparecen a menudo en los anales del chisme literario.

En el caso del Premio Nobel, las presiones a esta ficción fundacional están exacerbadas por tres factores sobresalientes: su prestigio global —aun en nuestro mundo digital, fraccionado hasta la disfuncionalidad catastrófica, parece que nos importa quién lo gana, estemos en Hong Kong o Honolulu, Reikiavik o Canberra—; su arbitrariedad enorme —el mundo literario es tan grande que se podría anunciar un nuevo ganador todos los días para los próximos diez años y todos tendrían un buen argumento en su favor—; y, al otro lado de la escala del punto anterior, su redundancia —un Premio Nobel sobre el que la gran mayoría de los lectores globales estuvieran de acuerdo no necesitaría recibir un Premio Nobel—. Nadie se beneficia de una recomendación acerca de algo que ya conocen y los millonarios no necesitan más millones (aunque no muchos parecen tener eso en cuenta).

Aparentemente bien consciente de esta situación (es tentador aplicar la palabra “absurdo” otra vez), de que nunca va a complacer a todos, quizás ni siquiera a una mayoría, hace mucho que el comité de selección del Premio Nobel ha decidido hacer lo que se le canta —una actitud que tuvo sus propias consecuencias desafortunadas en otros ámbitos de la vida real—. Dependiendo del año, presta distintos grados de atención a las consideraciones enumeradas arriba, incluida la situación política del momento. Todos tendrán sus ganadores preferidos y odiados de los últimos años, no hace falta nombrar alguno aquí: el comité del Nobel ya lo hizo.

Y así llegamos al anuncio del ganador de 2021: Abdulrazak Gurnah. Unas cifras bastan para dar una idea de la relativa oscuridad del autor tanzano: al momento del premio, había solamente tres mil ejemplares de su obra (toda su obra: once novelas y varios cuentos) disponibles en las librerías y las distribuidoras de Estados Unidos, un número ínfimo para un mercado tan grande, y algo parecido ocurrió en el mercado británico —con mayor proporcionalidad, aunque una gran parte del total de libros se debe a la tirada de su última novela, Afterlives—. De hecho, varios de sus libros se encontraban (se encuentran) fuera de circulación hasta en el mundo digital, y si bien Gurnah llegó un par de veces a los shortlists de premios importantes, nunca ganó uno.

A pesar de todas estas señales de mediocridad respetable (Gurnah fue, además, profesor por varios años en una universidad menor), y más allá de toda la gente que se revolcó en su propia ignorancia en las redes cuando se lo anunció ganador (¿desde cuándo es motivo de orgullo no conocer a un artista y su obra?), fueron interesantes las declaraciones de su editora Alexandra Pringle, quien admitió haber pasado años lamentando la falta de éxito de Gurnah. Siempre convencida de que se trata de uno de los escritores africanos contemporáneos más importantes desde la publicación de su primer libro en 1987, Pringle describió décadas de desilusión e incredulidad que todo editor con un poco de trayectoria reconocerá. Es uno de esos misterios del mercado literario, donde la mayoría de las ventas mediocres se debe a la mediocridad del producto, y bastante a menudo también a la mediocridad del mercado mismo y a la cultura que lo ha creado.

Eso sin duda es lo que pasó con Gurnah. Hasta este premio tan inesperado, su obra efectivamente no tenía muchas posibilidades de hacer mecha en el mercado británico y, por razones geopolíticas más que artísticas, este era el mercado que le fue dado conquistar primero. Simplificando, las razones de esta situación son las siguientes.

Primero, Gurnah escribe sobre la gente y la historia de una región del mundo poco conocida: el este de África, generalmente Zanzíbar, ahora Tanzania, una mezcla de etnicidades y culturas de la que el británico promedio no tiene ni la menor idea, a pesar de que el país fue una colonia británica por décadas.

Segundo, en sus novelas más autobiográficas, en las que suele figurar un inmigrante que escapa de la dictadura que gobernaba Tanzania inmediatamente después de la independencia para estudiar en Inglaterra, el tema más importante es el racismo que sufre el protagonista mientras trata de hacerse una vida en el país europeo, un asunto que la sociedad británica, desde la derecha dura hasta la izquierda complaciente, siempre ha preferido ignorar, por no decir negar. La autoimagen de la “Gran” Bretaña siempre ha sido una de refugio, libertad y tolerancia, particularmente comparada con la de sus primos en Estados Unidos. Hasta hace muy poco, la mayoría de la sociedad blanca británica no tenía idea de lo que Gurnah bien llama la “presión constante” de vivir en una sociedad racista como la de Inglaterra. Hoy en día hay libros sobre el tema exhibidos de manera prominente en todas las librerías del Reino Unido, consecuencia directa del surgimiento del movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos. Gurnah empezó a escribir sobre eso en los ochenta, informado por su propia experiencia, pero el público no estaba listo para escucharlo.

Tercero, en la esfera puramente literaria no se puede decir que Gurnah tiene un estilo muy sobresaliente, lo que no es gran sorpresa dado que el inglés no es su primer idioma. Usa sus palabras como ladrillos para construir sus historias, ni más ni menos. Tampoco se pueden describir sus novelas como psicológicas. No hay que adivinar o dudar de los pensamientos de sus personajes: el narrador o ellos mismos nos dicen lo que tienen en mente. De hecho, Gurnah prescinde de la gran mayoría de las técnicas y los estilos que surgieron justo en el período sobre que escribe: el siglo XX. Sus novelas tienen introducción, nudo y desenlace. Es su faceta más marketinera. Para colmo, aunque retrata eventos trágicos, violentos y de gran significado histórico, estas escenas tienden a aparecer en memorias o de manera alusiva; las batallas, peleas y muertes pasan rápido, son sus consecuencias en la vida cotidiana lo que interesa a un autor cuyo amor por las pequeñas alegrías y calvarios de la vida común es palpable en cada página. También es notable cómo, en textos que retratan indignidades mayores, falta la indignación. El escritor sólo presenta la evidencia, muchas veces con una ironía refinada y un sentido de humor suave, pero no juzga ni a África ni a Inglaterra.

Tras un breve paseo por la obra de Abdulrazak Gurnah, no es una gran sorpresa que no haya sido muy conocida antes del batacazo. Pero eso es una pena: sus novelas nos abren un mundo rico en historias, nos enseñan cosas que no sabíamos y nos muestran perspectivas que no habíamos tenido en cuenta (aunque deberíamos). ¿Acaso no son esas algunas de las razones fundamentales por las que leemos?

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