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Lenguajes de reserva. Acerca de Futuro presente, de Graciela Speranza (comp.)

DISCUSIÓN

Toda época está signada por fenómenos relevantes que la definen a la vez que la interpelan. Emergentes del circunstancial desarrollo civilizatorio, son el caldero en el que se fraguan las mutaciones que formatean las subjetividades, las relaciones y los sistemas imperantes. Siempre ha sido así, pero nunca como ahora sus evoluciones nos han resultado tan inaprensibles. Los que competen a nuestra época, según postula Futuro presente (Siglo XXI, 2019), son la crisis ecológica y la creciente digitalización del mundo. Ambos, nos dice Graciela Speranza, compiladora del volumen, son “perturbadoramente opacos”, y su eventual gravitación en el futuro pareciera tener la forma de una amenaza. Por primera vez en la historia de la humanidad nos vemos confrontados a fenómenos que, debido a su desarrollo exponencial, han adquirido una velocidad, un volumen y una complejidad que pareciera exceder la dimensión humana. Se ha producido un salto que nos ha llevado más allá de nosotros mismos, y pareciera que no atinamos más que a entregarnos a la fatalidad de lo incomprensible. ¿Cómo y con qué medios abordar de manera atinada esta coyuntura? ¿Quiénes, y desde qué campo, serán capaces de hacer las preguntas pertinentes?

Poniendo en la esfera pública estos interrogantes, el Departamento de Arte de la Universidad Torcuato Di Tella llevó a cabo en julio de 2018 sus Segundas Jornadas de Arte y Estética, de las que este libro es la versión escrita. Entendiendo que el abordaje debía ser múltiple y complementario, congregaron a exponentes notables de distintas áreas del conocimiento (filosofía, sociología, arquitectura, historia del arte y comunicación) y, ocupando un lugar preponderante, a escritores y artistas. La apuesta en favor de estos últimos es más que pertinente: como ningún otro lenguaje, el arte ha tensado la cuerda y procurado ir más allá de sí mismo, y esta experiencia extrema lo torna propicio para abordar fenómenos que parecieran tener un mismo estatuto de inestabilidad.

A partir de estas prerrogativas, que funcionan como marco conceptual y le otorgan unidad al conjunto, el libro da lugar a las ponencias, organizándolas en dos bloques: “Antropoceno”, para las que se ocupan de la crisis ambiental, y “Mundos digitales”, para las que abordan las cuestiones vinculadas con las nuevas tecnologías.

Inaugura el primer bloque un extenso artículo de la socióloga Maristella Svampa, que funciona como una perfecta introducción al tema. Alertando sobre la amenaza cada vez más cierta de un posible colapso civilizatorio, caracteriza el Antropoceno como una nueva era en la que el ser humano se constituye en el agente de transformación global y geológica, con sus consecuentes catástrofes: cambio climático, calentamiento global, pérdida de biodiversidad, destrucción de ecosistemas, etc. En su opinión, asumir realmente la crisis que esto supone implica poner en cuestión los actuales modelos de desarrollo, producción, circulación y consumo. Svampa propone como alternativa adoptar experiencias colectivas vinculadas a la agroecología, la economía social y solidaria, el buen vivir, la defensa de lo común, el trabajo no alienado y la autogestión de los proceso de producción, y plantea que un desarrollo semejante requiere repensar el vínculo entre la sociedad humana y la naturaleza, desestabilizando el modelo antropocéntrico de la modernidad, según el cual la naturaleza es algo exterior, pasible de ser dominado y explotado. Las ponencias siguientes, desde ópticas disímiles pero curiosamente complementarias, exploran justamente esta conflictiva relación, entendiendo que se trata de un punto insoslayable en el abordaje de la problemática ambiental. El arquitecto argentino Mauricio Corbalán, en un trabajo que se encuadra en la “arquitectura forense”, examina las implicancias en la reconfiguración del espacio público de la delimitación entre lo humano y lo animal, tomando como caso testigo a Sandra, una orangutana a la que le fue otorgado por vía judicial el estatuto de “persona no humana”. El arquitecto brasileño Paulo Tavares, por su parte, adoptando como modelo las arquitecturas de sociedades andinas, que expresan un concepto de diseño en cuya modelización intervienen tanto el hombre como el resto de los seres que lo habitan, desestabiliza el significado moderno de diseño para el cual el hombre es el único agente activo. En otro registro, encuadrado en lo que se ha dado en llamar “arte de investigación”, el dúo de artistas Faivovich y Goldberg sondea la relación de los humanos con esa “riqueza literalmente caída del cielo” que son los meteoritos. Por último, el artista Eduardo Navarro, mediado por su intercesor estelar, el Payaso Cósmico, da cuenta de las particularísimas relaciones que establece con la naturaleza a través de sus obras, consistentes por ejemplo en tocar un volcán, o convertirse en caballo, o tratar con homeopatía al Río de la Plata.

La sola enumeración de los distintos enfoques da cuenta de las disonancias que el arte introduce en la discusión, iluminando los problemas teóricos con perspectivas imprevistas. Algo parecido se verifica en la sección siguiente, “Mundos digitales”, que propone un recorrido tanto o más heterogéneo que el anterior. En líneas generales, las ponencias se ocupan de explicitar y pensar de manera crítica las implicaciones subjetivas, sociales, políticas, éticas y económicas de la digitalización del mundo, y la pregunta implícita en todos los casos es siempre más o menos la misma: qué es lo que se juega, para bien o para mal, en la adopción acrítica de sus dispositivos. De parte de la ciencia y la filosofía, a través de la disección analítica y desmitificadora, tallan la advertencia y un cierto velado pesimismo.

“La subjetividad parece ir más allá de la piel y derramarse en los aparatos, mientras a la vez seguimos acá”, escribe la socióloga Margarita Martínez, dando cuenta de los cambios sustanciales que se han producido en nuestra sensibilidad a partir de la incorporación de las nuevas tecnologías a la vida cotidiana. Complementando este diagnóstico, el filósofo francés Éric Sadin advierte sobre el advenimiento de un nuevo régimen de verdad algorítmica, que es capaz de incitar, interpretar, prescribir e incluso coercionar, restando autonomía y poniendo en jaque el estatuto humano de verdad. El filósofo y activista italiano Franco “Bifo” Berardi, por su parte, observa que la proliferación y el aceleramiento de los estímulos informáticos, sumados a las tecnologías de la simulación, han horadado la facultad crítica propia de la modernidad, generando un desajuste en la esfera pública del que sólo parece sacar provecho la derecha más recalcitrante. Por último, el sociólogo argentino Christian Ferrer se ocupa de mapear los modos en  que el poder gestiona el control y la manipulación poblacional a través de las redes.

Eludiendo la postura prescriptiva y poniendo una cuota de optimismo, Reinaldo Laddaga enuncia una curiosa especulación, según la cual los juegos digitales online como Overwatch serían un sitio de formación para sus usuarios, propiciándoles interacciones y prácticas sociales complejas, además de dotarlos de destrezas instrumentales y expresivas que se adecuen a la conformación de necesarias alternativas.

Aportando otra nota, complementaria a la vez que disonante, el arte propone en contrapartida una inmersión en las profundidades del dislate digital, en busca de posibles alternativas, para proponer lo que siempre ha propuesto: usos heterodoxos, improductivos y no integrados. Graciela Speranza lo ejemplifica con propuestas de una serie de artistas y escritores argentinos (Ostera, Kacero, Spregelburd y Pron) que, explotando la potencialidad del costado bastardo de las redes (la baja velocidad de conexión, las imágenes pobres, el montaje aberrante, etc.), han producido obras que habilitan formas, usos y procedimientos impensados, convirtiendo el arte en una suerte de “campo de entrenamiento para el internauta inadaptado”. En sintonía con esta actitud, el novelista inglés Tom McCarthy escribe: “La tarea no es limpiarnos o purificarnos a nosotros mismos, sino sumergirnos en el archivo, sin descanso o (como Derrida lo haría) de manera febril”. La proposición se verifica en su ensayo, en el que encadena reflexiones a partir de una serie de imágenes que aluden a la navegación, a la inmersión y al derrame. Por último, cabe aludir a la ponencia de la crítica norteamericana Claire Bishop, que hace foco en la necesaria reformulación del arte frente a los cambios tecnológicos.

El mosaico en su totalidad compone la figura de un “futuro presente” más enfocado, pleno de facetas inquietantes, que invita a seguir siendo explorado en un más allá de la reproducción acrítica, la indignación y el pasmo. La relevancia de este libro (que pone de manifiesto la relevancia del congreso que le dio lugar) se juega en la pertinencia de sus objetos de estudio (ambos tan urgentes como insoslayables), en la variedad y riqueza de sus perspectivas (sustentadas por la excelencia de sus representantes) y, sobre todo, en el lugar preponderante en el que pone al arte. Este libro certifica que el desarrollo del arte, en sus búsquedas extremas, ha generado un lenguaje de reserva, curiosamente idóneo para abordar lo aparentemente inabordable. La inteligencia de este planteo es atribuible a su compiladora, Graciela Speranza, y se corresponde con el desarrollo del último tramo de su obra (Fuera de campo, Atlas portátil de América Latina y Cronografías), que opera precisamente revelando este capital disruptivo, que hoy más que nunca, frente a la opacidad de lo inminente, precisamos colocar en el centro de la discusión.

 

Este texto fue publicado originalmente en El Diletante.

19 Dic, 2019
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