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¿Cómo se ponen en escena los actos políticos de apertura de campaña y qué queda de ese núcleo ideológico cuando esa campaña ya está en marcha?
El acto de apertura del radicalismo en la Federación de Box y el acto del kirchnerismo, el 25 de mayo, en Plaza de Mayo, tuvieron en su centro un único orador. El orador, además de hablar, saluda. Los saludos, en la política argentina, son paradigmáticos: Perón saludaba levantando ambos brazos, como quien quiere abrazar a la multitud. Evita lo imitaba, pero sus brazos parecían más rígidos, aleccionadores. Alfonsín levantaba un brazo tomándolo con el otro, como un cuadro de Escher en el que una mano dibuja la otra. Kirchner levantaba y extendía los dos brazos, como Superman a punto de levantar vuelo.
Cuando Ricardo Alfonsín sale a escena en la Federación de Box, saluda como quien se dirige a alguien que está lejos. Pero ahí no hay “lejos”: el lugar es chico. También levanta el pulgar como hacen los turistas para decir “todo bien”. Una banda imitación Callejeros, con un cantante de voz más aceitada y movimientos estudiados frente al espejo, toca los últimos acordes del himno radical. Alfonsín (hijo) aparece en el escenario público –el mismo día en que falleció su padre– también como imitación del original: un bigote menos tupido, menos joven que Raúl cuando su imagen empezó a ser pública. Al hablar, posa la voz: la agudiza, la reverbera, imitando la de su padre en los famosos discursos de la 9 de Julio al regreso de la democracia.
Detrás del candidato hay una pantalla de leds en la que se repite un video: Ricardo se acerca a contraluz hacia un ring. Sobre las cuerdas, hay una toalla-bandera argentina. La puesta en escena es clara: Ricardo Alfonsín es el Estado-boxeador, que luchará solo en el escenario-ring para “ustedes”, los espectadores-pueblo. A medida que el discurso avanza y Ricardo transpira más, la camisa se le pega al pecho. Debajo se trasluce el otro cuerpo del radicalismo: el del padre de clase media que sale a caminar para “hablar” con su hijo un domingo a la mañana, los dos en jogging, un poco transpirados.
La apertura de campaña del kirchnerismo es en el acto público del 25 de mayo. Está organizado por Fuerza Bruta, el grupo de teatro que heredó las técnicas escénicas de De la Guarda, una agrupación que en los años noventa quiso tener imagen de contracultura y desplegaba estructuras de andamio auspiciadas por marcas de cigarrillo.
Fuerza Bruta convierte la plaza del 25 de mayo en un espacio multiuso: plaza pública-discoteca-salón comedor-galería de pasillo de escuela. Así, lo abierto, la plaza, se convierte en un lugar con aire de “cerrado” al que hay que “vivir desde adentro”. A esta plaza, el kirchnerismo invita con su política del cuerpo y sus afluentes: formas de mirarlo, de recorrerlo desde todos lados. Cristina es la protagonista de la fiesta-acto: la dama de negro, una suerte de posvirgen, autosantificada por la pérdida-tragedia. En escena, los dirigentes ocupan un rectángulo a una cuidada distancia del podio. Son el coro-pueblo que está ahí cuando Cristina dice su texto trágico: “Si no se organizan, van a venir otra vez por todos ustedes, como lo han hecho durante toda la historia”. Después de hablar, se activa la discoteca. Cristina ensaya unos pasitos. DJ Zucker y Pablo Lescano sobrevuelan a la multitud con su banda en un container y corporizan dos metáforas superpuestas: la unión de la música de la clase alta con la de la clase baja y la del suelo con el cielo. Los actores de Fuerza Bruta forman una suerte de buñuelo humano que cuelga en el aire, espejo deformado de los de abajo, que ahora sueñan con otra fantasía peronista: la de la masa alegre, feliz, volando. Cristina mira hacia arriba desde el podio y se vuelve “una más”. Antes de salir hace su saludo: elige a alguien de las primeras filas, se lleva la mano al pecho, cerrada en forma de puño, representando su corazón. Con esa misma mano señala al elegido, que recibe “su corazón” simbólico, metafórico, inmaterial. A los pocos días, Agustín, el niño que pedía verla “en la vida real”, da vuelta esa metáfora y la visita en la Casa Rosada. El acto escribe su epílogo.
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