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Codearse no siempre ha sido un saludo como ahora. Codearse, también, es una forma discreta de decir en qué esferas sociales algo o alguien se mueve. Además, hay una paráfrasis: andar a los codazos. Es decir, darle duro a alguien, para bajarl*. Me parece oportuno que las fuerzas secretas que motivan las acciones develen más y más capas, para que lo sucedido estas semanas con la dirigencia de arteBA no parezca una mera lucha en el barro de la élite argentina y sus miserias.
La pregunta no es por qué una feria de arte, sino cómo.
¿Quiénes integran el directorio de arteBA y cuáles sus objetivos al designar un* president*? Al parecer, este directorio se ha convertido más en un holding que en la reunión de un grupo de personas interesadas en el quehacer artístico visual y contemporáneo. Lo que motiva una nueva pregunta: ¿qué intereses representa una feria de arte?
Con todo esto debe quedar claro que l*s empresari*s involucrad*s en esta actividad se ven expuest*s, pero no solamente por sus discursos sino también por sus prácticas empresariales. ¿Qué tanto compromiso social, cultural y ambiental tienen est*s empresari*s con l*s artistas y con el país? Digo, cosa de que no se siga viendo afectada nuestra específica actividad artística con una masa informe de empresariado que quiere imponerse a los golpes, a los codazos.
Es momento de aceptar que las tensiones de poder que se mueven en un campo no son sólo económicas, sino también simbólicas. Esa sería la ignorancia: moverse a los codazos pensando que no existe todo un cuerpo diverso de artistas que piensan, producen, legitiman e imaginan, desde sus producciones materiales, un universo simbólico de intercambios y cuidados. Esta es un poco la crítica hacia el interior. Crítica que, enhorabuena, tuvo una respuesta fuerte, que se fue expandiendo geométricamente como una masa hacia otros sectores interesados. Y es que l*s artistas estamos hartos de no ser escuchad*s y tomad*s en cuenta —por no decir en serio— a la hora de decidir las políticas culturales. Hart*s con los privados y hart*s con los públicos y el Estado.
Toca pensar una nueva participación institucional. Por supuesto, todos los sectores deben estar representados. Y, por supuesto, debe hacerse desde una perspectiva de género. Todo lo que así no sea caerá más temprano que tarde, ahora que una pandemia acusa urgencias impostergables en los modos de relacionarnos. Por eso, Juan Carlos Lynch, quien debió renunciar a su cargo como presidente de arteBA tres días después de asumir, acusado de hacer publicaciones sexistas en redes sociales, se ve como un reaccionario. Pero en realidad lo que se develó fue la suma de operaciones patriarcales de una élite empresarial que ya no se sostiene en sus modos. Seamos clar*s: la crisis económica, pero también social, cultural y ecológica que vivimos —en el país y el mundo— es generada por ese sector empresarial descomprometido que intenta engrosar su patrimonio sin responder a otro interés que el suyo propio.
L*s artistas no somos ingenuos. No estamos produciendo obritas para que decoren sus flamantes departamentos producto de la especulación financiera, ni mucho menos para que engrosen sus bodegas con obras que casi nunca son de acceso público, por nombrar un par de problemas. L*s artistas producimos pensamiento y crítica con nuestros trabajos y estamos cansados de ser el chivo expiatorio para el blanqueo de sus capitales. Capitales que se mueven fuertemente en negro y que nunca tributan para regular nuestro trabajo extremadamente informal.
Todo ese dinero en circulación representa nuestros intereses. Este es nuestro aporte para el movimiento de capitales —aparte de todos los consumos específicos que hacemos para nuestras producciones—. Puede redistribuirse y diversificarse en otros modos valiosos de pensar las artes, como son la experimentación e investigación material y conceptual de nuestros trabajos. Modos que se debilitan al afiliar las artes solamente a un objeto de uso cambiario. Asimismo, el valor de nuestros trabajos se ve constante y significativamente afectado y degradado por la falta de honorarios en todos los ámbitos donde son expuestos. Toda la cadena de valores de las artes visuales se sustenta bajo el presupuesto —por suposición y por contable— de que l*s artistas debemos autofinanciarnos.
Entendemos que todo vacío que deja el Estado viene a ser ocupado por el mercado, con la consiguiente afectación que esto significa para nuestras prácticas. Este dinero puede regularse a través de un organismo que fomente nuestra actividad, como lo tienen las ciencias, el cine, el teatro, la música, la danza. Un organismo que dé cuenta del modo horizontal en que estamos tratando de organizarnos l*s artistas en todo el territorio argentino, que acuse con sensibilidad las diferentes problemáticas de cada contexto y genere otras posibilidades materiales para que l*s artistas podamos vivir de nuestro trabajo, sin depender sólo del mercado del arte, o al menos que nuestra participación en él no sea tan aspiracional e individualista.
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