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Temeroso de un mal éxito literario, se sustrajo a toda publicidad y fama y cayó en manos de un mecenas bribón que, en vez de animarle a la labor, le arruinó y aniquiló en él toda inquietud creadora. Por deseo del rico señor ejercitó con damas histéricas un embaucamiento ascético, ascendió con presunción a la categoría de conocido héroe y por último la música de Chopin y los éxtasis prerrafaelísticos lo fueron sumiendo sistemáticamente en el abismo de la locura.
Hermann Hesse, Peter Camenzind
1. Pesamos menos al precio de volver más pesado lo aquello que nos aterraba. Lo que creíamos nuestro se ve ahora a lo lejos, y cuanto había desparecido crepita en HD, en la punta de nuestros zapatos.
2. Hace un tiempo se hablaba en la Argentina de “historia completa”. Se sugería que había en circulación una historia sesgada y parcial, sobre todo en lo atinente a los últimos cincuenta años y muy especialmente al período de la dictadura. Vino a mi cabeza ese término, de modo bastante inesperado, al observar la obra más reciente de Nicolás Domínguez Nacif, pinturas expuestas en la galería Papel Moneda. Se me ocurrió que en estas obras oscuramente festivas hay una aspiración no del todo inconfesada a graficar escenarios de “Espiritualidad Completa”. Y ¿qué será Espiritualidad Completa para el autor?, dirá el lector. Yo diría que una Espiritualidad será la apta para nutrir sus fauces no sólo de temas clásicos como la pérdida de peso del mundo, la dislocación del espacio, las interpolaciones chiclosas en el tiempo habitual, sino también del rebote de los horrores abismados en colisión con las promesas del sexo y los baldes de agua fría del culebrón político. La implosión del ideal hacia la materia sin psicología y la pérdida intermitente de lenguaje cuando la fiesta se satura de plumas. Una espiritualidad que puede ser com-pasiva/com-pasional (muestra experiencias sentimentales comunes), pero reduce al mínimo la piedad (considerando esta como excusa para obliterar contradicciones y segregar intocables bolsones de pureza y opaca pudibundez). Pero velocidad y pureza se llevan mal. Es lo que mantiene confiado a Ahrimán y en movimiento a los cuadros de Nacif.
3. Cuando el reformador religioso se mete a “poétra de poetría” tiende a pifiarla, porque casi con seguridad acuñó en su ascenso bloques de pureza que está ahora obligado a usar, sirvan o no. Es lo que hace tan aburridas las poetrías de Rudolf Steiner, que semejan un encadenamiento… O casi un estacionamiento de sustantivos rimbombantes. Naif opera en dirección contraria, escribe “dios” con minúscula y lo obliga a jugar a las escondidas con él. “Donde pinte”, en la doble acepción de la palabra. Porque Nacif no es un turista de religiosidades anquilosadas buscando closet para negarle ventanas al mundo, sino un investigador valiente que se ha metido más de una vez en zonas adonde no llegan los GPS dogmáticos. Es un artista que ha pasado (y sigue pasando) por varias encarnaciones y períodos, desde alocadas escenas flúor de la noche porteña hasta minuciosas acuarelas simbolistas. En el medio, laboriosos intentos de estructurar geométricamente el espacio de la tela. En las obras de esta muestra, los diferentes Nacif parecen haber encontrado un punto de colaboración interrelativa a mediano plazo.
4. La de Nacif es una mirada americana, que disciplina con paciencia y sin periodismo el cuestionario a las plantas sagradas, valorando las posibilidades del sincretismo en nuestros enormes espacios sin reglamentar (o reglamentados por apenas un catastro). Los cuadros tienen algo de palimpsesto donde se superponen texturas y vectorizaciones compositivas que suelen no corresponderse exactamente con lo representado o lo sabotean festivamente, con total lujo de detalles. Para Domínguez Nacif, como para Klee, el hombre es un punto en el cosmos; pero es el punto irritante dentro de un tejido que baila.
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