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¿Cómo hacer hablar a un hipopótamo o, más bien, al fantasma de uno? Este es el punto de partida de Pepe (2024) y el primer riesgo que asume la película del dominicano Nelson Carlo de los Santos Arias. Pepe está muerto, es en realidad su fantasma el que cuenta cómo un animal como él, originario de África, llegó hasta el nuevo continente. La fábula en la que el narrador nos sumerge viene de la mano de una serie de reflexiones ontológicas en primera persona: “¿De dónde vienen estas memorias? ¿Cómo aprendí a hablar? ¿Por qué me sé estas palabras? ¿Cuál es mi cuerpo?”. Y, sobre todo: “¿Qué hice para estar muerto?”. La película es consciente de sí misma y devela desde el principio que su propuesta goza de cierta inverosimilitud. Es por esto que decide llevar al espectador directamente al campo de la imaginación, ya que es la única forma de seguir el juego que plantea.
Pepe narra la historia de uno de los hipopótamos de Pablo Escobar, el famoso narcotraficante colombiano que mandó traer jirafas, cebras, elefantes, antílopes y cuatro hipopótamos bajo el excéntrico capricho de tener un pedazo de África en su casa. La Hacienda Nápoles —ubicada en Doradal, Antioquia— albergó a estos animales recién llegados de un zoocriadero en Estados Unidos. Tras la muerte de Escobar, varios hipopótamos, entre ellos Pepe, escaparon de la finca y se asentaron a lo largo del río Magdalena. Los cuatro hipopótamos que llegaron a Colombia se multiplicaron y hoy existen alrededor de ciento ochenta. De acuerdo con el gobierno nacional, estos animales se han convertido en una amenaza para el equilibrio ecológico de la región, poniendo en riesgo a las especies nativas y las comunidades que habitan la cuenca del río.
Pepe se convirtió en un ícono a escala internacional tras ser el primer hipopótamo asesinado en América. En 2009, un grupo del Ejército colombiano liderado por dos cazadores extranjeros dio de baja al animal. La prensa lo bautizó Pepe, nombre polémico debido a su similitud con el del grupo paramilitar Perseguidos por Pablo Escobar (Los Pepes). Sin embargo, la película de De los Santos busca desligarse de las discusiones sobre el narcotráfico y la mítica figura de Escobar; en su lugar, pretende abordar la imaginación, el simbolismo y la colonización.
La familia de Pepe es raptada, obligada a migrar y a adaptarse a un lugar desconocido. La pregunta por cómo un animal es despojado de su territorio abre una reflexión sobre la colonización. No sólo pueblos fueron sacados de un continente y traídos a otro, sino también animales y plantas que hicieron parte del proceso que reconfiguró el mundo. El viaje que narra el hipopótamo está compuesto por varios capítulos y microhistorias que forman una constelación entre África y Colombia. Pepe habla afrikáans, mbukushu y español. La película refleja en el lenguaje la migración de un continente a otro, pero además pone en evidencia la distinción maniquea cultura / barbarie producto de la colonización y la modernidad. En los procesos de esclavitud, las comunidades, además de ser forzadas a abandonar su territorio, eran obligadas a hablar la lengua del colonizador, con lo que se pretendía borrar cualquier rastro de identidad. En este contexto, Pepe puede ser considerado como un hipopótamo cimarrón que después de ser esclavizado decide huir de sus captores para vivir en libertad. Sin embargo, y a pesar del paraíso que podría significar el río Magdalena, los pobladores de este nuevo territorio que se propone como hogar lo condenan a muerte.
Por momentos la película se vuelve una caricatura de la idiosincrasia popular colombiana. De los Santos llega con la premisa de contar la historia del hipopótamo, pero en el camino se encuentra con un grupo variopinto de personajes que hacen visible el paso y la influencia de Pepe sobre esta comunidad. En el encuentro no faltan el humor y las situaciones cómicas y absurdas. Se muestra, por ejemplo, el Reinado del Bocachico, certamen que imitando la dinámica de Miss Universo y haciendo referencia al icónico plato de la gastronomía colombiana corona a la joven más bella de la región.
Pepe está lejos de ser un cine híbrido que transita entre el documental y la ficción. No puede simplemente encasillarse en las dicotomías tradicionales, las excede. Si hubiera que nombrarla de algún modo, sería una película mutante. No sólo se mueve entre géneros, sino que cambia de cuerpo y forma. Pepe navega en un viaje arriesgado de un territorio a otro: desde las sabanas africanas hasta el Magdalena Medio. Es una sucesión de universos inconexos, recuerdos, memorias y reflexiones conectados por medio de la absurda voz de un hipopótamo.
La voz en off es la encargada de hilar el abanico de historias y de trazar el destino final de Pepe. Salta de un personaje a otro: desde ciudadanos blancos en safari buscando hipopótamos en Namibia hasta los pobladores de Cocorná, Antioquia, la última morada de Pepe antes de ser asesinado. Con un estilo vanguardista, De los Santos juega con los formatos cinematográficos y combina de forma audaz géneros, paisajes, colores y personajes. Utiliza recursos que ya había explorado antes en Cocote (2017) y remite a una clara herencia del cine experimental. Pepe es una película construida en el montaje, donde adquiere su forma caleidoscópica.
En el film queda en evidencia una visión extranjera (dominicana). La forma de acercarse a Colombia y de abordar esta historia tan particular —que ha afectado en varios niveles el territorio nacional— permite reflexionar sobre la manera en que ha sido narrada no sólo la historia de Colombia, sino también la de todo el continente. El lugar de enunciación del director abre discusiones sobre los lazos históricos en común, ya que es precisamente gracias a esta herencia colonial compartida que Latinoamérica puede reconocerse como una misma región.
¿Cómo hablar de la colonización de otros cuando nosotros también hemos sido colonizados? Esta idea genera un debate sobre el impacto de la colonización y de la esclavitud en los procesos de reconstrucción de nuestra identidad histórica y cultural. Nos permite reconocernos (y representarnos) como naciones individuales y como una región unida por una historia común de dominación y resistencia. De ese modo, Pepe no sólo es una exploración de un capítulo de la historia colombiana (“los hipopótamos de Pablo Escobar”), sino además una invitación a repensar las heridas de la colonización y el papel que puede jugar el cine en este proceso.
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